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sábado, 14 de abril de 2018

Genocidios



No clama al cielo porque sería un clamor inútil. Lo que llamamos cielo es sólo un vacío cuyos límites jamás podremos conocer. Pero debería clamar a nuestras conciencias narcotizadas.
Estoy hablando de la guerra de Siria.
Nadie la ha ganado todavía, pero todos los días la pierde el pueblo sirio. Siete años de destrucción y muerte son una pérdida de imposible tasación. Quizás nadie la gana, porque conviene como está a los intereses internacionales que la mantienen viva.
Hay un empeño desaforado por parte de quienes aspiran a adueñarse de nuestras conciencias y de nuestras opiniones para hacernos asumir que envenenar personas en la guerra es un crimen de lesa humanidad, mientras que despedazarlas con morteros resulta tolerable.
Yo, sin embargo, me declaro incapaz de distinguir entre los muertos de la guerra. Para mí son iguales los que matan las balas, los misiles o la acción silenciosa de los venenos químicos.
 Y si alguien me argumenta que las armas químicas fueron prohibidas por un acuerdo internacional, yo le preguntaría por qué demonios, ya puestos, no las prohibieron todas aquel día.
Esa línea roja me resulta hipócrita.
Desconfío de ese horror simulado ante el uso de armas químicas de quienes de forma simultánea se ufanan ante el mundo de estar perfeccionando sus arsenales de misiles nucleares bonitos, indetectables, precisos, capaces de alcanzar cualquier lugar del mundo donde decidan enviarlos.
Los que hoy se escandalizan son los mismos que alimentan esa guerra con sus fábricas de armas y los que cierran sus fronteras a los refugiados sirios. Son los mismos que preparan un ataque indiscriminado con misiles sobre las posiciones de los presuntos culpables del ataque químico. Pero las muertes que ocasiones los misiles serán irreprochables. 
Me asquea la palabra genocidio cuando se emplea de forma selectiva. Cualquier guerra es puro genocidio. Todas las guerras son constante genocidio, sin que me resulte posible justificar ninguna muerte según el medio que se emplee para matar.
La guerra es genocidio y únicamente la victoria te libra de cargar con esa acusación. Quien la logra estará libre de culpas. La acusación de genocida se reserva para aquel que resulta derrotado.
Hiroshima es la prueba.
Ningún tribunal ha reclamado nunca que comparezcan los que ordenaron a mayor masacre colectiva de civiles en un solo ataque.