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jueves, 1 de marzo de 2018

¡PUTOS VIEJOS!


          ¡Con la que está cayendo y se echan a la calle! Mañana estarán todos atestando las urgencias del país.
He oído decir eso mismo esta mañana.
Y en algún programa matinal de las televisiones he oído a alguno de los voceros profesionales del sistema, los que asumen la encomienda indigna de justificar nuestro presente o desviar las atenciones de la gente hacia el prófugo Puigdemont y sus secuaces, que, siendo razonables sus reclamaciones, los pensionistas olvidan que en breve cada dos trabajadores deberán mantener a un pensionista. Y que algunas pensiones duplican los ingresos de cualquier mileurista afortunado, de los pocos que aún queden
Hace tiempo que nos engañan de forma mancomunada y programada. El objetivo es minimizar las funciones del Estado. Solo una vez lo proclamó Rajoy en las generales de 2011: “Menos Estado, para salir de la crisis”. Luego, debieron recomendarle prudencia en sus palabras, aunque en la práctica ha estado llevando a buen término su proclama.
Hoy oímos con frecuencia que en política son una cosa las buenas intenciones y otra distinta las posibilidades de llevarlas a la práctica.
“No hay dinero”, nos dicen.
Me temo que los pensionistas, como yo mismo, no los creen.
Y pudiera parecer a simple vista que estos putos viejos que ahora se levantan a pesar de las inclemencias del temporal beneficioso que hemos llamado Emma para calmar a las mujeres levantiscas son insolidarios e inoportunos.
Yo creo que son muy solidarios, además de oportunos.
No se rebelan contra el miserable 0,25% con que el sistema cumple su miserable compromiso de subir las pensiones cada año, una mentira más que se disfraza de verdad aparente en tiempos de manipulación desvergonzada. Los putos viejos reclaman la vigencia del sistema, porque Fátima Báñez acaba de deslizar un aviso envenenado; ahora que la situación económica mejora, conviene recordar a los españoles la conveniencia de ahorrar para el futuro contratando un plan de pensiones.
Si ese es el horizonte hacia el que nos encaminamos, en apenas una generación las cuatro quintas partes de los viejos españoles no tendrán nada que envidiar a los viejos de Bangla Desh, que ocupan los últimos años de su vida consciente escarbando basureros.
Contra eso se rebelan los putos viejos. Quieren que sus hijos y sus nietos también tengan pensiones. Porque los putos viejos siempre tuvieron la esperanza de que el mundo que estaban levantando con su trabajo, con su sacrificio cuando fue necesario y con sus impuestos ofreciera a sus hijos y a sus nietos una vida mejor que la que ellos pudieron permitirse. Pero muchos de esos putos viejos conviven hoy con la experiencia insoportable y dolorosa de que sus hijos en la flor de la vida y en plenitud de fuerzas, con cargas familiares, solo atisban un futuro amenazante y una precaria vida laboral en el mejor de los casos.
Esa experiencia remueve la conciencia. Y los viejos que salen a la calle en medio del viento huracanado y de la lluvia racheada no reclaman que les suban las pensiones cinco euros en lugar de uno. Por esa nimiedad ningún viejo en sus cabales afrontaría los rigores de la borrasca Emma. Andan reclamando la vigencia del sistema y el futuro de sus hijos.
Esa corriente de indignación dolorida y justísima resulta tentadora para cualquier oportunista de la política y oiremos propuestas cínicas desde todos los rincones. Todas esas propuestas son un canto de sirena, un anzuelo cebado, una mentira más de las muchas con las que intentan desviar nuestra atención.
El Estado que reclamamos, el que conformamos todos con la ineludible obligación de cuidar unos de otros, según el credo de la vieja izquierda humanista en la que tomó forma mi conciencia social, no es inviable. Tampoco resulta insostenible. Echad cuentas: entre noventa mil y ciento treinta mil millones de euros escapan cada año de las arcas del estado por la evasión de impuestos. Son cifras constatadas un año sí y otro también por los Técnicos de Hacienda que denuncian, por un lado, las trabas legales para perseguirlo y, por otro, la ausencia de efectivos humanos para acabar con esta lacra o minimizar sus destructivas consecuencias.
¿Rebajas fiscales a las pensiones más bajas, señor Montoro? ¿Qué cuento es ese…? ¡Están exentas casi todas ellas!
¿Impuesto extraordinario a la Banca para subir un 1,25% en lugar del 0,25% del gobierno, Señor Sánchez?
Mejor sería sentido de Estado y vocación política para solucionar buena parte de nuestros males con una política fiscal justa, que persiga y obligue a hacer frente  a sus obligaciones fiscales a la infinidad de evasores que ponen en peligro nuestro futuro cada día.
Y no hablo sólo de los grandes evasores. No son los únicos culpables, aunque sí los más eficaces y mezquinos. Hablo también de todos aquellos que despotrican de los putos viejos en las cafeterías mientras aceptan un recibo sin IVA en el taller de reparaciones de automóviles o por parte del fontanero que desatascó su fregadero.


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