¡Con la que está cayendo y se echan a la
calle! Mañana estarán todos atestando las urgencias del país.
He oído decir eso mismo
esta mañana.
Y en algún programa matinal
de las televisiones he oído a alguno de los voceros profesionales del sistema,
los que asumen la encomienda indigna de justificar nuestro presente o desviar
las atenciones de la gente hacia el prófugo Puigdemont y sus secuaces, que,
siendo razonables sus reclamaciones, los pensionistas olvidan que en breve cada
dos trabajadores deberán mantener a un pensionista. Y que algunas pensiones duplican
los ingresos de cualquier mileurista afortunado, de los pocos que aún queden
Hace tiempo que nos engañan
de forma mancomunada y programada. El objetivo es minimizar las funciones del Estado.
Solo una vez lo proclamó Rajoy en las generales de 2011: “Menos Estado, para
salir de la crisis”. Luego, debieron recomendarle prudencia en sus palabras,
aunque en la práctica ha estado llevando a buen término su proclama.
Hoy oímos con frecuencia
que en política son una cosa las buenas intenciones y otra distinta las posibilidades
de llevarlas a la práctica.
“No hay dinero”, nos dicen.
Me temo que los
pensionistas, como yo mismo, no los creen.
Y pudiera parecer a simple
vista que estos putos viejos que ahora se levantan a pesar de las inclemencias
del temporal beneficioso que hemos llamado Emma para calmar a las mujeres
levantiscas son insolidarios e inoportunos.
Yo creo que son muy
solidarios, además de oportunos.
No se rebelan contra el
miserable 0,25% con que el sistema cumple su miserable compromiso de subir las
pensiones cada año, una mentira más que se disfraza de verdad aparente en tiempos
de manipulación desvergonzada. Los putos viejos reclaman la vigencia del
sistema, porque Fátima Báñez acaba de deslizar un aviso envenenado; ahora que
la situación económica mejora, conviene recordar a los españoles la
conveniencia de ahorrar para el futuro contratando un plan de pensiones.
Si ese es el horizonte
hacia el que nos encaminamos, en apenas una generación las cuatro quintas
partes de los viejos españoles no tendrán nada que envidiar a los viejos de
Bangla Desh, que ocupan los últimos años de su vida consciente escarbando
basureros.
Contra eso se rebelan los
putos viejos. Quieren que sus hijos y sus nietos también tengan pensiones.
Porque los putos viejos siempre tuvieron la esperanza de que el mundo que estaban
levantando con su trabajo, con su sacrificio cuando fue necesario y con sus impuestos
ofreciera a sus hijos y a sus nietos una vida mejor que la que ellos pudieron
permitirse. Pero muchos de esos putos viejos conviven hoy con la experiencia
insoportable y dolorosa de que sus hijos en la flor de la vida y en plenitud de
fuerzas, con cargas familiares, solo atisban un futuro amenazante y una
precaria vida laboral en el mejor de los casos.
Esa experiencia remueve la
conciencia. Y los viejos que salen a la calle en medio del viento huracanado y
de la lluvia racheada no reclaman que les suban las pensiones cinco euros en
lugar de uno. Por esa nimiedad ningún viejo en sus cabales afrontaría los
rigores de la borrasca Emma. Andan reclamando la vigencia del sistema y el
futuro de sus hijos.
Esa corriente de
indignación dolorida y justísima resulta tentadora para cualquier oportunista de
la política y oiremos propuestas cínicas desde todos los rincones. Todas esas
propuestas son un canto de sirena, un anzuelo cebado, una mentira más de las
muchas con las que intentan desviar nuestra atención.
El Estado que reclamamos, el
que conformamos todos con la ineludible obligación de cuidar unos de otros,
según el credo de la vieja izquierda humanista en la que tomó forma mi
conciencia social, no es inviable. Tampoco resulta insostenible. Echad cuentas:
entre noventa mil y ciento treinta mil millones de euros escapan cada año de
las arcas del estado por la evasión de impuestos. Son cifras constatadas un año
sí y otro también por los Técnicos de Hacienda que denuncian, por un lado, las
trabas legales para perseguirlo y, por otro, la ausencia de efectivos humanos
para acabar con esta lacra o minimizar sus destructivas consecuencias.
¿Rebajas fiscales a las
pensiones más bajas, señor Montoro? ¿Qué cuento es ese…? ¡Están exentas casi
todas ellas!
¿Impuesto extraordinario a
la Banca para subir un 1,25% en lugar del 0,25% del gobierno, Señor Sánchez?
Mejor sería sentido de
Estado y vocación política para solucionar buena parte de nuestros males con
una política fiscal justa, que persiga y obligue a hacer frente a sus obligaciones fiscales a la infinidad
de evasores que ponen en peligro nuestro futuro cada día.
Y no hablo sólo de los
grandes evasores. No son los únicos culpables, aunque sí los más eficaces y mezquinos. Hablo también de todos aquellos que despotrican de los putos viejos
en las cafeterías mientras aceptan un recibo sin IVA en el taller de
reparaciones de automóviles o por parte del fontanero que desatascó su fregadero.
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