Yo
desayuno con la prensa escrita cada día. Y en los últimos años, además de
mantequilla, tengo la sensación de untar en la tostada enormes porciones de
miseria moral que caen como polución ambiental, espesa y maloliente, sobre el
pan del desayuno desde los titulares de la prensa.
No
es culpa de la prensa, sino del mundo actual que genera las noticias. He
sopesado renunciar a la costumbre, pero nunca me decido. Quizás uno de los
objetivos secretos de quienes gobiernan nuestras vidas es que, asqueados del
mundo y cansados de la manipulación y de las noticias tendenciosas o
sencillamente falsas, renunciemos a saber lo que sucede alrededor. Es bien sabido que la conciencia crítica disminuye en situación de aislamiente o cuando uno se da por derrotado que viene a ser lo mismo.
Entre
1955 y 1975 tuvo lugar una de las guerras más duraderas que haya librado
Estados Unidos en su breve y belicosa historia, la Guerra de Vietnam. Un simple
vistazo a los archivos históricos nos confirmará que Estados Unidos reconoce
haber experimentado 58.159 bajas y aproximadamente 1.700 desaparecidos en esa confrontación. No son
muchos si tenemos en cuenta que aquello se extendió durante veinte años y que
los medios de los que la industria armamentística proveyó a los contendientes
eran extremadamente destructivos.
En un
solo año, el pasado y primero de la era Trump, la sobredosis de opiáceos ha
provocado, según se lee en la prensa, casi 64.000 víctimas en ese país, algunos
miles más que veinte años de guerra feroz en las selvas de Indochina.
La mayor parte de los drogodependientes existentes actualmente en Estados Unidos han sido conducidos a ese callejón de difícil salida por las industrias farmacéuticas en los últimos quince años con la colaboración del sistema sanitario. La venta de oxicodona y vicodina, pastillas que popularizó la serie Housse, opiáceos fuertemente adictivos y consumidos casi como paracetamol por la población americana, se convirtió en el negocio del siglo para dichas industrias. Generaban drogadictos fieles a la marca con la connivencia del sistema sanitario, mientras los políticos, poco dados a regular la actividad económica de sus donantes para no perder sus beneficios, miraban en otra dirección.
La mayor parte de los drogodependientes existentes actualmente en Estados Unidos han sido conducidos a ese callejón de difícil salida por las industrias farmacéuticas en los últimos quince años con la colaboración del sistema sanitario. La venta de oxicodona y vicodina, pastillas que popularizó la serie Housse, opiáceos fuertemente adictivos y consumidos casi como paracetamol por la población americana, se convirtió en el negocio del siglo para dichas industrias. Generaban drogadictos fieles a la marca con la connivencia del sistema sanitario, mientras los políticos, poco dados a regular la actividad económica de sus donantes para no perder sus beneficios, miraban en otra dirección.
El
titular que contaminó mi desayuno, entre otros muchos de difícil digestión, es
la propuesta de la culebra que Zeus ha enviado a las ranas americanas para que
gobierne el lodazal. Trump propone la pena de muerte para los narcotraficantes,
pena de muerte para los proveedores de la legión de drogadictos que han generado
una industria farmacéutica sin escrúpulos, un sistema de salud en manos de compañías
privadas que buscan casi siempre el beneficio ignorando compromisos deontológicos
y la propia incomparecencia del Estado en asunto tan principal como debiera ser
velar por la salud de sus conciudadanos.
Pero
Trump enfoca su rifle justiciero en dirección al proveedor. La solución estriba
en disparar al proveedor, mientras escapa ileso quien generó las condiciones para
que una población indefensa y engañada sobre la adicción a la que la estaban
sometiendo haya de recurrir a gente sin conciencia, la delincuencia organizada que aprovecha la situación para buscar también su parte del pastel a costa de esa sociedad quebrantada y enferma que tiene al enemigo
gobernando sus vidas.
Para
eso lo eligieron.