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martes, 30 de enero de 2018

(No vuelvas, Odiseo III) Apunte breve sobre algunos aspectos de la sexualidad en la Antigua Grecia

     En la Grecia Antigua la sexualidad no estaba marcada con el hierro al rojo del pecado, tan presente en el occidente cristiano, ni se justificaba exclusivamente en función de la procreación y el sostén de la especie. 
       Valoraban y enaltecían sus aspectos placenteros. 
    Pero no todo era tolerancia y amplitud de miras. No podemos generalizar. Hay escalas, parámetros impuestos como siempre por el grupo social más influyente en cada época; en la época en la que se desarrolla la acción de esta novela, los valores los establece la aristocracia guerrera.
     La relación erótico amorosa entre personas del mismo género está presente en este relato. Mucho se ha hablado y escrito sobre este tipo de relaciones, muy presentes en la antigua Grecia. La poesía de Safo o el dolor inconsolable de Aquiles tras la pérdida de Patroclo podrían bastarnos como prueba.
     La homosexualidad entre los griegos de la época se medía por el binomio activo/pasivo. Ser el activo, el dominador, ya fuese la relación con un hombre o con una mujer, era lo esperable en el desempeño del papel viril. Lo mal visto era la actitud que simbolizaba debilidad y sumisión, papel reservado a las mujeres o a los efebos en el ambiente militar y cuartelero en el que la aristocracia guerrera ejercía su oficio principal.
   Era justamente en este ambiente cuartelero donde tenemos  las más claras manifestaciones de ese tipo de relaciones.
  La homosexualidad no tenía una connotación especialmente negativa, como la pudo tener en periodos de la historia más reciente, aunque en la edad adulta se considera denigrante para alguno de los miembros de la pareja, en tanto que sumiso y femenino, hombre que acepta ejercer el papel de un ser inferior en la escala social, y merece en ocasiones la burla y el escarnio de los poetas. 
    Existían, desde luego, hombres afeminados e incluso hombres abiertamente homosexuales que podían ser motivo de burlas e incluso de castigo social. Sabemos de casos en que se les llegó a expulsar a la marginalidad, una de cuyas formas era la prostitución masculina. 
    Las relaciones homosexuales más aceptadas se daban en ambientes aristocráticos y militares; en el resto de la sociedad, mujeres, esclavos, libertos o ciudadanos de escalas sociales más bajas, este tipo de relaciones no gozaban de la misma tolerancia.
     Pero, incluso con esta pederastia institucional aristocrática en el seno del ejército, el grado de aceptación no era el mismo en cada ciudad; en las ciudades-estado muy militarizadas, como Esparta o, siglos después,Tebas, estuvo más generalizado. 
       Sobre los doce años, al futuro soldado se le asignaba un adulto como instructor y se le apartaba de su familia, y casi de las relaciones sociales, especialmente con mujeres, por lo que el despertar afectivo y sexual se produce en un ambiente con escasas alternativas.  Se producen entonces relaciones, no solo sexuales, sino también afectivas, y surgen auténticos lazos de amor y fidelidad, entre compañeros de armas.
   Puede que esta situación se debiera incluso a una estrategia establecida para lograr un ejército más compacto, cohesionado y resistente.
    ¿Acaso no luchará con mayor ferocidad y encono aquel que ha visto a la persona amada caer ante el enemigo? ¿Dará la espalda al enemigo un soldado observado por su amante, dejándolo a su suerte? 
     Sin embargo, y por lo datos que hemos podido espigar, la homosexualidad femenina recibía un amplio rechazo en la sociedad griega, no tanto por criterios morales, sino por el acendrado convencimiento de que la mujer es un ser inferior al varón. Se consideraba que en una pareja lésbica una de las dos mujeres debía asumir un papel de hombre que contravenía su propia naturaleza. Buena parte de los griegos lo consideraban una práctica monstruosa, no por el sexo en sí, sino por lo que suponía de transgresión del papel social de la mujer. Quizás, también, porque, desde una perspectiva masculina, no concebían la relación sexual sin penetración. Sabemos que había instrumentos adecuados desde luego.
     No obstante ello, hay constancia suficiente de que, también entre las clases más acaudaladas, el interior del gineceo fue el caldo de cultivo de relaciones homosexuales con frecuencia, aunque hay quien se resiste a aceptar el término homosexualidad para clasificarlas. Más que homosexualidad, podíamos pensar que es la sexualidad humana que se busca sus cauces en un mundo cerrado y opresivo.
  Muchas de esas mujeres, casi niñas algunas, condicionadas por la diferencia de edad con sus esposos, llegaban al matrimonio cumpliendo un compromiso familiar. Sin sentir atracción hacia el marido, un desconocido en muchos casos, es imaginable que, tratada con la impaciencia del adulto que toma su botín, las primeras relaciones sexuales de una muchacha griega revestían el aspecto de una violación legal y carecían, seguramente, de compensaciones placenteras. 
       El sexo era un castigo. 
    Y el resto de su vida, aunque estuviera rodeada de comodidades y servidores, era una vida monacal, carcelaria, recluida en el gineceo la mayor parte del día, donde gozaba de cierta intimidad. 
      Era el gineceo, el lugar donde las mujeres recibían a sus amigas, el ámbito donde se producían las confidencias, las complicidades, el afecto solidario y el amor. 
      Luego, la sexualidad humana se buscaba sus caminos. 

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