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miércoles, 7 de noviembre de 2018

Lo que está en juego


Las nuevas tecnologías son la cima de la ciencia. No creo que nunca hayamos tenidos entre las manos algo con mayor capacidad de transformar el mundo. Estoy convencido de que ya lo ha cambiado.
Pero si alguien esperaba que la red se convirtiera en un Parlamento universal, su esperanza está hace ya tiempo en el cajón de los juguetes rotos o en el estercolero donde se pudren las esperanzas que no se cumplirán.
Un día creímos haber encontrado el camino hacia un futuro más igualitario y justo y ese camino era la comunicación, la interconexión del mundo.
Hoy percibimos de la red que es el expositor del carnicero, donde los seres humanos, eviscerados, dejan al descubierto sus entrañas, sus aspiraciones, sus necesidades, sus intereses, sus inclinaciones y sus miedos. Se han convertido en cofre del tesoro. La venta de nuestras interioridades genera dividendos millonarios.  
Sabemos de la red, también, que puede convertirse en una cárcel. Ahí quedan imborrables nuestros errores, nuestros excesos, nuestras estupideces. Eternamente. Condenados a cadena perpetua.
 Pero percibimos, sobre todo, que es una fábrica de mentiras, una autopista por donde circula el odio a una velocidad desconocida y una pasarela de vanidades y egos enfermizos y solitarios. Abundan también las hordas de linchadores y los profesionales de la confusión. Pero lo que más abunda es la gente irreflexiva.
El pensamiento libre y reflexivo genera progreso verdadero y sociedades saludables. Pero el pensamiento necesita tiempo y reflexión. Ha perdido su vigencia primordial, porque ya nada vale si no es breve y veloz. A fuerza de no pararnos a pensar en silencio asumimos y compartimos pensamientos ajenos sin valorar sus intenciones ni sus consecuencias. Más que contrastar ideas, generamos dogmas. Y el dogma, asumido como fundamento de la convivencia, además de pueblos pobres, produce pueblos broncos e incultos que actúan con resentimiento. Como inductor del comportamiento el resentimiento me asquea y me produce temor. Ha sido el resentimiento el que colocó a Trump en la casa Blanca y es el resentimiento el que ha puesto a Bolsonaro al frente de Brasil.
Lo que está en juego no es insignificante. La democracia se asienta sobre la confianza en las instituciones. Cuando esa confianza se destruye, aparecen los salvadores. Todos traen el fascismo en las alforjas.
Ayer el Tribunal Supremo acordó que los impuestos sobre la concesión de hipotecas los paguen los solicitantes en lugar de los bancos. Reconozco que, en el ambiente hostil en el que vivimos soy muy hostil con cualquier banco por muchísimos motivos, el primer pensamiento que acudió a mi mente fue que la Banca había impuesto su criterio al Tribunal Supremo. Casi cualquiera de los que hoy leerán este escrito pensarían de idéntica manera.
Cuando he leído en las redes los comentarios de los líderes políticos situados, al menos en teoría, más a la izquierda en el muestrario nacional, vi que ellos han pensado justamente eso. Se avergüenzan de semejante fallo judicial. Es más, afirman que atenta contra la democracia misma.
Sé de sobras que esa respuesta es la que esperaban sus bases. Esa es la que enardece y concita el sentimiento colectivo.  Sé que la esperaban con esa inmediatez que exigen las redes. Y sé que vivimos un tiempo sin matices. Pero, objetivamente, yo no comparto que la Banca le haya impuesto su criterio al Tribunal Supremo.
Tampoco creo que ellos tengan prueba que sustenten semejante afirmación.
 Hoy reconozco que, analizados los argumentos que han manejado los Magistrados, yo no comparto su fallo, pero me asaltan muchas dudas.
No tengo dudas sin embargo de  que el pensamiento airado, la frustración acumulada, el desencanto no pueden ser el fundamento de un juicio razonable. No tengo dudas de que sembrar de forma sistemática -casi como discurso único- la desconfianza en las Instituciones, sin pararse a analizar las consecuencias, es una actitud irresponsable.
Está en juego la propia Democracia.
La comunicación fluye como nunca, pero no produce entendimiento ni ayuda a comprender mejor el mundo. A veces, solo produce confusión.
Podríamos intentar volver a la ética precapitalista. Alguna vez debió haberla. Somos mucho menos civilizados que aquellos primates que aprendieron a caminar sobre sus cuartos traseros para otear el horizonte cuando bajaron de los árboles. Y hemos llegado hasta aquí porque aquellos homínidos resultaron ser una especie solidaria y práctica, aprendieron a construir y organizar espacios donde la vida resultaba más fácil y aprendieron a cuidar a los más débiles y a protegerse en grupo.
Nosotros, sin embargo, nos empeñamos en convertir en un campo minado para la propia convivencia la cima de nuestros inventos tecnológicos.




miércoles, 3 de octubre de 2018

¡Qué alegría inesperada! Ulpiano está de moda


Desde el 14 de abril no visitaba este territorio familiar. Casi temía encontrarlo colonizado ya por esas plantas que crecen en los jardines abandonados; en este caso, alguna página de contenidos pornográficos, un anuncio de apuestas deportivas o las ofertas de quienes prestan con usura a los desahuciados por el sistema.
Afortunadamente, a pesar del abandono, la indignidad sigue impoluta en su maceta; compruebo que es una planta resistente y que soporta bien el paso del tiempo. No solo lo soporta; aumenta su vigor con un afán desconocido.
No abundaré en las razones de este abandono defensivo de mis crónicas. Tan solo os traslado algunas percepciones. 
En la era de las comunicaciones, el ser humano ha desarrollado la capacidad de no escuchar a nadie sino a si mismo y a los que se manifiestan como afines. 
Aunque haya opiniones diversas y enfrentadas, la pluralidad ha muerto. 
En la red no hay juicio crítico, casi todo es eco irreflexivo.
Y de eso justamente va esta crónica extemporánea.
Empezaré por reconocer que yo estaba equivocado, preso de un pesimismo injustificado sobre el nivel cultural de este país. Este país no sólo lee la prensa deportiva, lee también a los clásicos. Fue citar una ministra a Aristóteles en una referencia a la justicia y ardió la red tildándola de inculta, presuntuosa y atrevida. Vaya por dios, la frase era de Ulpiano.
Seguramente quien descubrió el gazapo escribió la frase textual en un buscador, el tribunal que no admite recurso alguno, y le salió ese autor, un perfecto desconocido. Ahí es nada haber cazado a una ministra del gobierno ilegítimo en semejante crimen de lesa humanidad.
De haber leído algo más en el buscador ─ ¡ay, esas prisas que nos hacer perdernos lo mejor! ─ quizás habría descubierto que Ulpiano, un jurista romano, a caballo entre el siglo II y III de nuestra era, consejero del emperador Septimio Severo, no fue demasiado creativo; más bien fue un recopilador de filósofos y juristas anteriores; habría descubierto también que, dependiendo de las traducciones   -justicia, equidad- que se le dé al término griego que se refiere a esa actitud imprescindible en las relaciones humanas, la frase es de Aristóteles, fuente de buena parte de las recomendaciones de Ulpiano en sus recopilaciones y sostén, en cierto modo, de sus principios morales.
Ulpiano es bastante preciso en su concepto de justicia, lo relaciona estrechamente con la honestidad pública: sus principios básicos son no dañar a nadie ni en sus bienes ni en sus derechos ni en su dignidad, dar a cada uno lo suyo, cumplir los contratos, pagar justamente por los trabajos realizados y reconocer a cada uno sus derechos.
Como este es un país cultivado que conoce bien esos textos de Ulpiano y los de sus fuentes primigenias que hablan del comportamiento ético que debiera regir en las relaciones humanas, no tengo duda de que pronto España habrá cambiado y viviremos en una tierra más humanitaria y más justa, “porque ─citaré a Aristóteles aun a riesgo de salir trasquilado─ solo los instruidos son capaces de prever el mal que les acecha”.
Una cosa me resulta indudable a estas alturas: no sé la ministra, pero no me cabe duda de que Ulpiano sí leyó a Aristóteles. Me temo, sin embargo, que quien defiende desinteresadamente los derechos de autor de Gnaeus Domitius Annius Ulpianus no se ha interesado demasiado por ninguno de los dos autores. Cosas de estos tiempos.
Y hay otra de la que no sólo no dudo, sino que me coarta y me limita en mi necesidad comunicativa y de denuncia de la indignidad que nos cerca: Internet lejos de propiciar entendimientos es el caldo de cultivo del odio, la mentira y la manipulación, una amenaza cada día más visible para el sistema democrático.






sábado, 14 de abril de 2018

Genocidios



No clama al cielo porque sería un clamor inútil. Lo que llamamos cielo es sólo un vacío cuyos límites jamás podremos conocer. Pero debería clamar a nuestras conciencias narcotizadas.
Estoy hablando de la guerra de Siria.
Nadie la ha ganado todavía, pero todos los días la pierde el pueblo sirio. Siete años de destrucción y muerte son una pérdida de imposible tasación. Quizás nadie la gana, porque conviene como está a los intereses internacionales que la mantienen viva.
Hay un empeño desaforado por parte de quienes aspiran a adueñarse de nuestras conciencias y de nuestras opiniones para hacernos asumir que envenenar personas en la guerra es un crimen de lesa humanidad, mientras que despedazarlas con morteros resulta tolerable.
Yo, sin embargo, me declaro incapaz de distinguir entre los muertos de la guerra. Para mí son iguales los que matan las balas, los misiles o la acción silenciosa de los venenos químicos.
 Y si alguien me argumenta que las armas químicas fueron prohibidas por un acuerdo internacional, yo le preguntaría por qué demonios, ya puestos, no las prohibieron todas aquel día.
Esa línea roja me resulta hipócrita.
Desconfío de ese horror simulado ante el uso de armas químicas de quienes de forma simultánea se ufanan ante el mundo de estar perfeccionando sus arsenales de misiles nucleares bonitos, indetectables, precisos, capaces de alcanzar cualquier lugar del mundo donde decidan enviarlos.
Los que hoy se escandalizan son los mismos que alimentan esa guerra con sus fábricas de armas y los que cierran sus fronteras a los refugiados sirios. Son los mismos que preparan un ataque indiscriminado con misiles sobre las posiciones de los presuntos culpables del ataque químico. Pero las muertes que ocasiones los misiles serán irreprochables. 
Me asquea la palabra genocidio cuando se emplea de forma selectiva. Cualquier guerra es puro genocidio. Todas las guerras son constante genocidio, sin que me resulte posible justificar ninguna muerte según el medio que se emplee para matar.
La guerra es genocidio y únicamente la victoria te libra de cargar con esa acusación. Quien la logra estará libre de culpas. La acusación de genocida se reserva para aquel que resulta derrotado.
Hiroshima es la prueba.
Ningún tribunal ha reclamado nunca que comparezcan los que ordenaron a mayor masacre colectiva de civiles en un solo ataque.






jueves, 22 de marzo de 2018

Sobredosis


Yo desayuno con la prensa escrita cada día. Y en los últimos años, además de mantequilla, tengo la sensación de untar en la tostada enormes porciones de miseria moral que caen como polución ambiental, espesa y maloliente, sobre el pan del desayuno desde los titulares de la prensa.
No es culpa de la prensa, sino del mundo actual que genera las noticias. He sopesado renunciar a la costumbre, pero nunca me decido. Quizás uno de los objetivos secretos de quienes gobiernan nuestras vidas es que, asqueados del mundo y cansados de la manipulación y de las noticias tendenciosas o sencillamente falsas, renunciemos a saber lo que sucede alrededor. Es bien sabido que la conciencia crítica disminuye en situación de aislamiente o cuando uno  se da por derrotado que viene a ser lo mismo.
Entre 1955 y 1975 tuvo lugar una de las guerras más duraderas que haya librado Estados Unidos en su breve y belicosa historia, la Guerra de Vietnam. Un simple vistazo a los archivos históricos nos confirmará que Estados Unidos reconoce haber experimentado 58.159 bajas y aproximadamente 1.700 desaparecidos en esa confrontación. No son muchos si tenemos en cuenta que aquello se extendió durante veinte años y que los medios de los que la industria armamentística proveyó a los contendientes eran extremadamente destructivos.
  En un solo año, el pasado y primero de la era Trump, la sobredosis de opiáceos ha provocado, según se lee en la prensa, casi 64.000 víctimas en ese país, algunos miles más que veinte años de guerra feroz en las selvas de Indochina.
        La mayor parte de los drogodependientes existentes actualmente en Estados Unidos han sido conducidos a ese callejón de difícil salida por las industrias farmacéuticas en los últimos quince años con la colaboración del sistema sanitario. La venta de oxicodona y vicodina, pastillas que popularizó la serie Housse, opiáceos fuertemente adictivos y consumidos casi como paracetamol por la población americana, se convirtió en el negocio del siglo para dichas industrias. Generaban drogadictos fieles a la marca con la connivencia del sistema sanitario, mientras los políticos, poco dados a regular la actividad económica de sus donantes para no perder sus beneficios, miraban en otra dirección.
El titular que contaminó mi desayuno, entre otros muchos de difícil digestión, es la propuesta de la culebra que Zeus ha enviado a las ranas americanas para que gobierne el lodazal. Trump propone la pena de muerte para los narcotraficantes, pena de muerte para los proveedores de la legión de drogadictos que han generado una industria farmacéutica sin escrúpulos, un sistema de salud en manos de compañías privadas que buscan casi siempre el beneficio ignorando compromisos deontológicos y la propia incomparecencia del Estado en asunto tan principal como debiera ser velar por la salud de sus conciudadanos.
Pero Trump enfoca su rifle justiciero en dirección al proveedor. La solución estriba en disparar al proveedor, mientras escapa ileso quien generó las condiciones para que una población indefensa y engañada sobre la adicción a la que la estaban sometiendo haya de recurrir a gente sin conciencia, la delincuencia organizada que aprovecha la situación para buscar también  su parte del pastel a costa de esa sociedad quebrantada y enferma que tiene al enemigo gobernando sus vidas.
Para eso lo eligieron.

martes, 13 de marzo de 2018

No os quejéis de la lluvia



No hará dos meses saltaban nuestras alarmas desajustadas y con escasa memoria. El norte húmedo y lluvioso, donde nunca falta el agua, se moría de sed; en algún caso era incapaz de abastecer a sus ciudades.
Pero ahora, tras una infrecuente secuencia de borrascas sobre la península Ibérica, no es extraño escuchar quejas sobre tanta lluvia.
Aunque individualmente cada conciencia es inclasificable, en conjunto somos una especie ciclotímica. Cambiamos de opinión muy fácilmente según las circunstancias, y atendiendo al presente por encima de cualquier otra consideración. Hoy por hoy el presente nos agrede, y en consecuencia el futuro que podemos intuir no es halagüeño, sino agresor y duro: el cambio climático es, de todas las amenazas potenciales, la más universal y cierta.
 Pero no son menores las demás: enajenación de los poderes democráticos que han sido usurpados por organizaciones incontrolables bajo el oscuro manto de lo que llamamos el mercado, empobrecimiento de las funciones del Estado que algunos desean minimizar a las de una policía obediente y una justicia controlada, corrupción y cleptocracia en cualquier lugar al que dirijamos la mirada y un empobrecimiento del pensamiento crítico que favorece la manipulación y el control sin resistencia de las masas temerosas, confusas y desarmadas ya de ideas, de cohesión y de valores colectivos. A ello se suma últimamente el retorno de los viejos demonios de la Guerra Fría, dado que las emanaciones tóxicas del pozo ciego donde acumulamos la injusticia con que administramos el mundo, han contaminado los sistemas democráticos y los pueblos confían el poder a oportunistas, descuideros y analfabetos, en el más exacto sentido del término, que engrasan sus arsenales nucleares y presumen de que el mundo es su cortijo.
Todas estas amenazas carecerán de importancia en un futuro próximo, si no solucionamos la primera. Sencillamente, porque careceremos de futuro. Oigo quejarse a algunos porque ya ha llovido demasiado y me invade una mezcla de desesperación y de disgusto.
Hay previsiones fiables que anuncian que, si no tomamos medidas urgentes, el desierto africano habrá llegado, por Levante, hasta el delta del Ebro en cincuenta años. Y esas previsiones se van cumpliendo de forma acelerada. Los agricultores murcianos buscan ya asentamiento en otros lugares de España o abandonan su oficio.
He oído en varias ocasiones al eminente físico Stephen Hawking afirmar que debemos prepararnos para abandonar este planeta en el plazo máximo de un siglo porque será incapaz de garantizar la subsistencia de la especie. Y lo peor de ese aserto es que este hombre, sin duda sabio, no utiliza de forma inmediata una oración condicional tipo “si no cambiamos nuestra forma de vida y nuestra relación con el planeta…”.
 Siempre aguardo, inútilmente, que Hawking enuncie esa condición porque eso nos daría alguna oportunidad. Pero miro a mis nietos, y confío en que este sabio ande errado en esa previsión.
No os quejéis de la lluvia.
El agua es un bien escaso y maltratado. Temo que un día la privaticen parlamentos serviles, sometidos a los intereses de los amos del mundo.
La lluvia es democrática y es un magnífico regalo del planeta.


viernes, 9 de marzo de 2018

MUJERES

        Desconfío por sistemas de las fechas señaladas. Suelen responder más a expectativas que se crean que a los resultados posteriores. Pero es posible que ayer las mujeres y los hombres que  las acompañaron en sus manifestaciones estuvieran haciendo historia. Porque el progreso humano, en el ámbito de los derechos, no ha sido nunca consecuencia de un proceso natural. Ha costado mucho esfuerzo y, casi siempre, sangre. Y su inicio lo marca la toma de conciencia de las desigualdades injustas de un determinado grupo humano en un momento dado. Esa toma de conciencia colectiva, que se consolida de forma progresiva, encuentra siempre el momento preciso para convertirse en un motor poderoso e impulsar a  ese grupo humano afectado para conseguir – o recuperar - su soberanía y su derecho a diseñar la sociedad en la que viven con normas que se ajusten más a sus expectativas y a su concepto de lo que resulta justo.
Comparto con una buena parte del vejo humanismo europeo la visión del futuro como un tiempo poblado de amenazas que aún no dan la cara plenamente. Pero suelo caminar entre esas amenazas armado con una especie de optimismo histórico que me defiende de la desesperación y la impaciencia, esos dos males tan frecuentes en nuestro mundo occidental que ha perdido ya la memoria del hambre verdadera, la pobreza verdadera y la verdadera ausencia de derechos que nos azotó no hace todavía tanto tiempo.
          Ese optimismo histórico tiene unos fundamentos bien sólidos. A lo largo de la historia humana, quienes reclamaban soberanía y reconocimiento de derechos acabaron triunfando. De otro modo, el soporte del capitalismo actual aun seguiría siendo la esclavitud, por recurrir a un caso extremo. 
       El recorrido es siempre largo y tortuoso; suele estar plagado de batallas perdidas, pero siempre triunfaron quienes demandaban ampliación de derechos propios sobre los privilegios ajenos. La victoria nunca resultó definitiva, desde luego, pero hemos avanzado.  La historia está llena de indignados que lograron, en parte al menos, sus objetivos.
         Amparado en ese optimismo, espero estar asistiendo a momentos históricos en los últimos días; primero, los jubilados, reclamando al estado que cumpla sus funciones primordiales de redistribución y protección de los más necesitados; ayer, las mujeres que levantaban la voz contra las desigualdades inaceptables por cuestión tan insignificante como el sexo con el que uno nace, y espero que el precariado que generó la reforma laboral del Partido Popular, los parados de larga duración y los jóvenes casi sin esperanza de un futuro laboral digno asuman su parte en esta coral de la indignación justísima que llena las calles del país. Los citados colectivos conforman el ochenta por ciento de la población con derecho a voto. Y tienen motivos sobrados para hacer valer la fuerza de esos votos. 
     Otro país es posible sin necesidad de grandes transformaciones. Bastaría con el cumplimiento decente de la ley. 
          Ahora bien, la lucha por la equiparación de las mujeres en todos los aspectos que nos parecen necesarios no es solo cuestión de leyes. Muchas desigualdades se han horneado en la intimidad, producto de una educación secular, en el seno de las propias familias. Los avances hacia la igualdad definitiva están siendo un proceso educativo laborioso y largo. Y la mayor parte de ese proceso debe producirse en el seno de la familia o no será jamás definitivo. Si la educación para la igualdad verdadera no se asume en ese ámbito, será una apariencia, una actitud hipócrita, o un discurso oportunista para atraer votos en tiempos de elecciones.

jueves, 1 de marzo de 2018

¡PUTOS VIEJOS!


          ¡Con la que está cayendo y se echan a la calle! Mañana estarán todos atestando las urgencias del país.
He oído decir eso mismo esta mañana.
Y en algún programa matinal de las televisiones he oído a alguno de los voceros profesionales del sistema, los que asumen la encomienda indigna de justificar nuestro presente o desviar las atenciones de la gente hacia el prófugo Puigdemont y sus secuaces, que, siendo razonables sus reclamaciones, los pensionistas olvidan que en breve cada dos trabajadores deberán mantener a un pensionista. Y que algunas pensiones duplican los ingresos de cualquier mileurista afortunado, de los pocos que aún queden
Hace tiempo que nos engañan de forma mancomunada y programada. El objetivo es minimizar las funciones del Estado. Solo una vez lo proclamó Rajoy en las generales de 2011: “Menos Estado, para salir de la crisis”. Luego, debieron recomendarle prudencia en sus palabras, aunque en la práctica ha estado llevando a buen término su proclama.
Hoy oímos con frecuencia que en política son una cosa las buenas intenciones y otra distinta las posibilidades de llevarlas a la práctica.
“No hay dinero”, nos dicen.
Me temo que los pensionistas, como yo mismo, no los creen.
Y pudiera parecer a simple vista que estos putos viejos que ahora se levantan a pesar de las inclemencias del temporal beneficioso que hemos llamado Emma para calmar a las mujeres levantiscas son insolidarios e inoportunos.
Yo creo que son muy solidarios, además de oportunos.
No se rebelan contra el miserable 0,25% con que el sistema cumple su miserable compromiso de subir las pensiones cada año, una mentira más que se disfraza de verdad aparente en tiempos de manipulación desvergonzada. Los putos viejos reclaman la vigencia del sistema, porque Fátima Báñez acaba de deslizar un aviso envenenado; ahora que la situación económica mejora, conviene recordar a los españoles la conveniencia de ahorrar para el futuro contratando un plan de pensiones.
Si ese es el horizonte hacia el que nos encaminamos, en apenas una generación las cuatro quintas partes de los viejos españoles no tendrán nada que envidiar a los viejos de Bangla Desh, que ocupan los últimos años de su vida consciente escarbando basureros.
Contra eso se rebelan los putos viejos. Quieren que sus hijos y sus nietos también tengan pensiones. Porque los putos viejos siempre tuvieron la esperanza de que el mundo que estaban levantando con su trabajo, con su sacrificio cuando fue necesario y con sus impuestos ofreciera a sus hijos y a sus nietos una vida mejor que la que ellos pudieron permitirse. Pero muchos de esos putos viejos conviven hoy con la experiencia insoportable y dolorosa de que sus hijos en la flor de la vida y en plenitud de fuerzas, con cargas familiares, solo atisban un futuro amenazante y una precaria vida laboral en el mejor de los casos.
Esa experiencia remueve la conciencia. Y los viejos que salen a la calle en medio del viento huracanado y de la lluvia racheada no reclaman que les suban las pensiones cinco euros en lugar de uno. Por esa nimiedad ningún viejo en sus cabales afrontaría los rigores de la borrasca Emma. Andan reclamando la vigencia del sistema y el futuro de sus hijos.
Esa corriente de indignación dolorida y justísima resulta tentadora para cualquier oportunista de la política y oiremos propuestas cínicas desde todos los rincones. Todas esas propuestas son un canto de sirena, un anzuelo cebado, una mentira más de las muchas con las que intentan desviar nuestra atención.
El Estado que reclamamos, el que conformamos todos con la ineludible obligación de cuidar unos de otros, según el credo de la vieja izquierda humanista en la que tomó forma mi conciencia social, no es inviable. Tampoco resulta insostenible. Echad cuentas: entre noventa mil y ciento treinta mil millones de euros escapan cada año de las arcas del estado por la evasión de impuestos. Son cifras constatadas un año sí y otro también por los Técnicos de Hacienda que denuncian, por un lado, las trabas legales para perseguirlo y, por otro, la ausencia de efectivos humanos para acabar con esta lacra o minimizar sus destructivas consecuencias.
¿Rebajas fiscales a las pensiones más bajas, señor Montoro? ¿Qué cuento es ese…? ¡Están exentas casi todas ellas!
¿Impuesto extraordinario a la Banca para subir un 1,25% en lugar del 0,25% del gobierno, Señor Sánchez?
Mejor sería sentido de Estado y vocación política para solucionar buena parte de nuestros males con una política fiscal justa, que persiga y obligue a hacer frente  a sus obligaciones fiscales a la infinidad de evasores que ponen en peligro nuestro futuro cada día.
Y no hablo sólo de los grandes evasores. No son los únicos culpables, aunque sí los más eficaces y mezquinos. Hablo también de todos aquellos que despotrican de los putos viejos en las cafeterías mientras aceptan un recibo sin IVA en el taller de reparaciones de automóviles o por parte del fontanero que desatascó su fregadero.


jueves, 8 de febrero de 2018

MIR docente



        Había al comenzar la legislatura algo parecido a un acuerdo entre los partidos de la oposición para lograr la retirada de la LOMCE redactada por Wert y sus equipos y aprobada por el Parlamento Nacional con los solos votos del Partido Popular. Todos los demás partidos votaron en contra con la excepción de Unión del Pueblo Navarro, una de las marcas asociadas de los Populares, que se abstuvo.
    Aquel aparente acuerdo de la mayoría del Arco Parlamentario hacía presagiar cierta premura por establecer un pacto de Estado sobre la Educación y afrontar de forma responsable y honesta un asunto urgente y decisivo para nuestro futuro. 
       Hoy, más de un año y medio después de aquellas elecciones, la LOMCE sigue en vigor. Y la única propuesta que ha trascendido hasta ahora se refiere a un nebuloso plan de formación del profesorado. 
       En mi opinión, esa propuesta del MIR docente es perezosa. Es,  además, mal intencionada; dice a voces que el problema educativo en España está relacionado con la escasa preparación del profesorado. Solo se me ocurren exabruptos para responder a tamaña descalificación colectiva, aunque no podría renegar de cualquier mejora en la formación del profesorado. La mayor parte del profesorado con quien he compartido mi vida laboral siempre ha estado dispuesto a mejorar. 
      Aparte de la precarización laboral que se deriva de esa propuesta de dotar al sistema educativo de  becarios permanentes, se soslaya el asunto primordial de cualquier pacto de Estado sobre la Educación, que debería empezar por dar respuesta a una pregunta que nadie hace porque resulta escasamente conveniente. 
      Antes de hablar de la formación del profesorado, deberíamos responder a esa pregunta: ¿qué clase de ciudadano queremos que herede y gestione la España del futuro? 
     Una vez respondida esa pregunta, quizá podríamos ponernos de acuerdo en qué deberíamos enseñarle que le resultara útil y enriquecedor y  le facilitara el futuro. 
    Hasta ahora los docentes hemos soportado descalificaciones muy duras, de muy diversa procedencia, porque no nos hemos preocupado en demasía de formar trabajadores adecuados a las necesidades del sistema productivo. Eso no es nuevo. Arrastramos esa exigencia desde la LOGSE. 
       Pero es que tampoco hemos resuelto la duda primordial; estriba en si la educación ha de formar trabajadores para la empresa o individuos que sepan gestionar de forma responsable sus vidas, las relaciones con su pasado, con los otros individuos con los que comparten el presente y con el medio en el que viven. 
       Y por otro lado está el asunto de los contenidos, incluyendo el rico legado cultural de nuestra historia, el que nos ha construido tal como somos en el sur de Europa.
         El denostado sur de Europa tiene una cultura milenaria, muy anterior al cristianismo que arraigó y se expandió sobre las estructuras del Imperio Romano.
        Esa cultura fue posible porque tuvo un alfabeto; se las ingenió para poder legar cada descubrimiento a las generaciones posteriores. 
     Y esa cultura fue tomando forma en la progresiva organización social; en los avances de la ciudad, sus leyes y sus sistema de impartir justicia; en el avance de las comunicaciones; en la creación de tradición y de cultura; en la organización militar y en los procedimientos de conquista y de colonización; en la organización de la subsistencia mediante la explotación de los recursos; en el afán por dotar a la vida de comodidades y en la administración del ocio y los placeres, incluido el goce de las creaciones artísticas; en la justificación moral de todo ello mediante el pensamiento organizado, la Filosofía; en el esfuerzo sistemático por comprender las reglas que marcan el devenir de los acontecimientos humanos, para lo cual creó la Historia; en el afán por conocer y comprender los fenómenos naturales, dando lugar al nacimiento de las Ciencias. 
      Todos esos aspectos nos hablan de una civilización única en toda la extensión del continente. 
        Y sus herederos nos caracterizamos, mientras no se nos obliga a lo contrario, por una mentalidad abierta y casi siempre esperanzada. Es lo que deriva de que las bases de nuestra cultura no sean únicas, sino la amalgama de muchas experiencias, el fruto de muchos mestizajes, el resultado del injerto de múltiples esquejes en el árbol milenario de una historia rica, plural, e inclusiva casi siempre. 
       Todo ello nos ha conducido hasta el presente. Pero de una forma poco sutil hoy nos dicen que la puesta en valor de todo este proceso mediante la reflexión sobre él en el ámbito educativo resta competitividad a nuestros jóvenes y los condena a la precariedad y la pobreza. 
       En mi opinión descreída, ningún cambio legal corregirá el problema principal al que se enfrenta la Enseñanza, el poco valor que la sociedad otorga al conocimiento por si mismo. 
       Pero ese no es un problema del sistema educativo, es un problema social muy arraigado. Es una muestra más, y no la más importante, del deterioro de la autoestima y de la conciencia humana donde la tradición nos fue dejando valores útiles y beneficiosos; de la incomunicación, aunque parezca paradójico, a la que nos ha arrastrado la interconexión abrumadora de la que hoy gozamos; del narcisismo alienante en que la humanidad ha naufragado; del vacío amenazador que se nos abre ante los ojos cuando intentamos imaginarnos el futuro desde la única perspectiva que sabemos utilizar, el individualismo más  indefenso y lastimoso.
    No ha fracasado el sistema educativo solamente. Falla la sociedad que nos acoge, la que nos han estado fabricando y que nosotros hemos ido aceptando sin apenas ofrecerle resistencia.





lunes, 5 de febrero de 2018

Trump, candidato al Nobel de la paz

     Todo el mundo puede ser nominado al Nobel de la Paz, pero sólo algunos pueden presentar candidatos, entre ellos miembros de gobiernos, profesores universitarios, investigadores de paz y premios Nobel. 
     Pero lo cierto es que cualquiera puede ser nominado. Incluso Trump, el autócrata compulsivo que vaga por la red de madrugada tal como un alcohólico insomne y desgraciado vagaría por callejones peligrosos, amenazando a la gente que duerme con el tamaño del botón nuclear que guarda en un cajón del despacho que ocupa.
      A fuerza de considerarlo una amenaza, hemos ido elaborando su perfil desde que comenzó su campaña por la nominación de su partido como candidato a las presidenciales. En varias páginas de mi memoria no guardo ni un rasgo positivo. 
    Maneras de tahúr, fue lo primero que pensé sobre aquel pintoresco personaje que andaba buscando en la política la promoción de sus empresas.
     Luego se fueron acumulando anotaciones que el tiempo ha confirmado. Aislacionista. Incultura lastimosa. Imposibilitado para labores de diplomacia internacional por su desconocimiento y su desprecio del resto del mundo. Ególatra. Inmaduro. Compulsivo. Retador. Cleptócrata como tantos otros emboscados en las guerras por el poder que debilitan a las democracias occidentales. Incapaz de trabajar en equipo. Manipulador. Un hombre irreflexivo que casi nunca calcula las consecuencias de sus actos. Supremacista blanco. Misógino y, por tanto, mujeriego. Desconfiado y suspicaz, de inteligencia limitada, con acusados rasgos paranoides. Desestabilizador para el Secretario de Estado, para las Cámaras Legislativas y para el Pentágono. También para algunas de las grandes empresas del país. 
     Hay, además, una nota amenazante en mi memoria: en sus relaciones internacionales, Donald Trump actúa como un comercial cualificado de la industria armamentística. En su cabeza la guerra es solamente una inversión. Pero, también, la forma más segura de pasar a la historia. 
      Y otra, que supone un riesgo grave en este mundo inestable, descapitalizado de valores universalmente aceptados: Trump es voluble, sin principios, tan falto de afecto verdadero que una lisonja inteligente, a tiempo, bastaría para ganar su voluntad  y hacerle cambiar de orientación en una de esas madrugadas en las que su insomnio enfermizo se puebla de amenazas .
       No lo sigo en Facebook, pero sé que va dejando en la red un rastro de ortografía precaria y de mensajes agresivos, más propios de un solitario compulsivo que desprecia al mundo que de un hombre de estado.
      No dudo sobre la racionalidad de las autoridades académicas que han avalado esa propuesta; yo no creo que hayan perdido la razón. Sólo una duda me asalta: ¿en cuánto habrán tasado sus conciencias?

martes, 30 de enero de 2018

(No vuelvas, Odiseo III) Apunte breve sobre algunos aspectos de la sexualidad en la Antigua Grecia

     En la Grecia Antigua la sexualidad no estaba marcada con el hierro al rojo del pecado, tan presente en el occidente cristiano, ni se justificaba exclusivamente en función de la procreación y el sostén de la especie. 
       Valoraban y enaltecían sus aspectos placenteros. 
    Pero no todo era tolerancia y amplitud de miras. No podemos generalizar. Hay escalas, parámetros impuestos como siempre por el grupo social más influyente en cada época; en la época en la que se desarrolla la acción de esta novela, los valores los establece la aristocracia guerrera.
     La relación erótico amorosa entre personas del mismo género está presente en este relato. Mucho se ha hablado y escrito sobre este tipo de relaciones, muy presentes en la antigua Grecia. La poesía de Safo o el dolor inconsolable de Aquiles tras la pérdida de Patroclo podrían bastarnos como prueba.
     La homosexualidad entre los griegos de la época se medía por el binomio activo/pasivo. Ser el activo, el dominador, ya fuese la relación con un hombre o con una mujer, era lo esperable en el desempeño del papel viril. Lo mal visto era la actitud que simbolizaba debilidad y sumisión, papel reservado a las mujeres o a los efebos en el ambiente militar y cuartelero en el que la aristocracia guerrera ejercía su oficio principal.
   Era justamente en este ambiente cuartelero donde tenemos  las más claras manifestaciones de ese tipo de relaciones.
  La homosexualidad no tenía una connotación especialmente negativa, como la pudo tener en periodos de la historia más reciente, aunque en la edad adulta se considera denigrante para alguno de los miembros de la pareja, en tanto que sumiso y femenino, hombre que acepta ejercer el papel de un ser inferior en la escala social, y merece en ocasiones la burla y el escarnio de los poetas. 
    Existían, desde luego, hombres afeminados e incluso hombres abiertamente homosexuales que podían ser motivo de burlas e incluso de castigo social. Sabemos de casos en que se les llegó a expulsar a la marginalidad, una de cuyas formas era la prostitución masculina. 
    Las relaciones homosexuales más aceptadas se daban en ambientes aristocráticos y militares; en el resto de la sociedad, mujeres, esclavos, libertos o ciudadanos de escalas sociales más bajas, este tipo de relaciones no gozaban de la misma tolerancia.
     Pero, incluso con esta pederastia institucional aristocrática en el seno del ejército, el grado de aceptación no era el mismo en cada ciudad; en las ciudades-estado muy militarizadas, como Esparta o, siglos después,Tebas, estuvo más generalizado. 
       Sobre los doce años, al futuro soldado se le asignaba un adulto como instructor y se le apartaba de su familia, y casi de las relaciones sociales, especialmente con mujeres, por lo que el despertar afectivo y sexual se produce en un ambiente con escasas alternativas.  Se producen entonces relaciones, no solo sexuales, sino también afectivas, y surgen auténticos lazos de amor y fidelidad, entre compañeros de armas.
   Puede que esta situación se debiera incluso a una estrategia establecida para lograr un ejército más compacto, cohesionado y resistente.
    ¿Acaso no luchará con mayor ferocidad y encono aquel que ha visto a la persona amada caer ante el enemigo? ¿Dará la espalda al enemigo un soldado observado por su amante, dejándolo a su suerte? 
     Sin embargo, y por lo datos que hemos podido espigar, la homosexualidad femenina recibía un amplio rechazo en la sociedad griega, no tanto por criterios morales, sino por el acendrado convencimiento de que la mujer es un ser inferior al varón. Se consideraba que en una pareja lésbica una de las dos mujeres debía asumir un papel de hombre que contravenía su propia naturaleza. Buena parte de los griegos lo consideraban una práctica monstruosa, no por el sexo en sí, sino por lo que suponía de transgresión del papel social de la mujer. Quizás, también, porque, desde una perspectiva masculina, no concebían la relación sexual sin penetración. Sabemos que había instrumentos adecuados desde luego.
     No obstante ello, hay constancia suficiente de que, también entre las clases más acaudaladas, el interior del gineceo fue el caldo de cultivo de relaciones homosexuales con frecuencia, aunque hay quien se resiste a aceptar el término homosexualidad para clasificarlas. Más que homosexualidad, podíamos pensar que es la sexualidad humana que se busca sus cauces en un mundo cerrado y opresivo.
  Muchas de esas mujeres, casi niñas algunas, condicionadas por la diferencia de edad con sus esposos, llegaban al matrimonio cumpliendo un compromiso familiar. Sin sentir atracción hacia el marido, un desconocido en muchos casos, es imaginable que, tratada con la impaciencia del adulto que toma su botín, las primeras relaciones sexuales de una muchacha griega revestían el aspecto de una violación legal y carecían, seguramente, de compensaciones placenteras. 
       El sexo era un castigo. 
    Y el resto de su vida, aunque estuviera rodeada de comodidades y servidores, era una vida monacal, carcelaria, recluida en el gineceo la mayor parte del día, donde gozaba de cierta intimidad. 
      Era el gineceo, el lugar donde las mujeres recibían a sus amigas, el ámbito donde se producían las confidencias, las complicidades, el afecto solidario y el amor. 
      Luego, la sexualidad humana se buscaba sus caminos. 

viernes, 26 de enero de 2018

(No vuelvas, Odiseo II) Era duro ser mujer en la Grecia Antigua

Lo prometido es deuda. La intención de esta entrada es soberbia, desde luego, porque pretendo dar una visión general en un espacio muy breve de una cuestión tan compleja como la situación social de la mujer en la Grecia Antigua. 
El estudio de la situación de la mujer en Grecia no resulta fácil porque las noticias que tenemos sobre ellas, casi siempre, proceden de textos escritos por hombres. Lógicamente éstos muestran la ideología propia de la época: la discriminación de la mujer.
 Aristóteles, el influyente filósofo, por poner un ejemplo significativo, consideraba a la mujer materia frente al hombre que forma parte del espíritu, excluyéndola, por tanto, del lógos (la lógica y la razón) y justificando su situación discriminada dentro de la sociedad. La mujer es un ser menor, dependiente, sin raciocinio suficiente para el conocimiento de lo útil, de lo justo, de lo razonable. Debe estar sometida a la autoridad de un varón.
Y así era. 
Tradicionalmente se ha dicho que en los orígenes de la civilización griega la mujer tuvo un papel fundamental. Y hay teorías que sostienen que en la antigüedad griega existieron matriarcados. Esas teorías se basan en mitos como los de las Amazonas y las Lemnias. 
Pero es preciso observar que en esos mitos el gobierno femenino se produce en sociedades compuestas por mujeres exclusivamente. Más que representar un posible matriarcado antiguo, estos mitos demuestran todo lo contrario: el gobierno de la mujer solo es posible en sociedades improbables.
Pero hay cosas que sabemos con certeza.
No podemos aplicar las consideraciones que siguen a toda Grecia por igual. Por la Literatura Griega conocemos que en Jonia, la Grecia rica más oriental de las costas de Asia y de sus islas próximas, hubo mujeres mucho más independientes y cultas, una de las cuales, la poeta Safo, fundamenta con sus versos el núcleo literario de esta obra.
En la mayoría de las ciudades estados de la Antigua Grecia, la mujer vivía una vida muy controlada por los varones de la familia y no solía jugar un papel activo en la sociedad. De hecho, ni siquiera recibía una formación que no fuera la puramente necesaria para atender a sus hijos y a las labores de su casa. En general, en cualquier ciudad estado, las mujeres tenían la condición de ciudadanas, pero carecían de derechos importantes. No podían heredar o ser propietarias, ni acudir a los tribunales de justicia; no podían ni tan siquiera comprar algo que costara más de un importe establecido. 
En Atenas, ámbito sociocultural del que nos han quedado más informaciones por sus textos, la función principal de la familia era la de engendrar nuevos ciudadanos. Pero la familia también ejercía la función de proteger a las mujeres. Tanto se esforzaron en ello que muchas mujeres vivían casi como prisioneras de su propia familia, enclaustradas en su hogar salvo en contadas ocasiones. Por ejemplo, podían participar en la mayor parte de los cultos y festividades religiosos, pero quedaban excluidas de otros actos públicos. 
 La función de la mujer ateniense como esposa estaba bien definida. Su principal obligación era parir y mantener a los niños, sobre todo varones, que preservarían el linaje familiar. La fórmula del matrimonio que los atenienses utilizaban no nos deja lugar a dudas: “Te entrego esta mujer para la procreación de hijos legítimos”.
Además de darle hijos al marido, una mujer debía cuidar de su familia y de su casa, ya fuera porque se encargara ella misma del trabajo doméstico o porque supervisara a los esclavos que hacían ese trabajo. 
En las familias pobres eran ellas las encargadas de todas las labores de la casa: amasar y hornear el pan, cocinar, hilar, tejer y elaborar los vestidos de todos, acarrear agua de la fuente, encargarse de la limpieza del hogar y, llegado el caso, colaborar en las tareas agrícolas o en el negocio familiar. 
Se esperaba que una mujer permaneciera en su casa, lejos de la vista de los demás, especialmente de los varones extraños, con la excepción de su presencia en los funerales o en los festivales, algunos de ellos exclusivamente femeninos en los que estaba prohibida la participación de los varones.
Por ello, aunque pueda parecernos lo contrario, las mujeres más pobres tenían una vida más agradable ya que podían salir de sus casas sin demasiados inconvenientes, acudir al mercado o a las fuentes públicas e incluso regentar algún negocio familiar.
 Las muchachas solían casarse a los catorce o quince años, así que se les enseñaban las responsabilidades de una buena esposa y ama de casa desde temprana edad. El esposo solía ser mayor. La tradición griega afirmaba que la mejor edad para que un hombre se casara era entre los treinta y los treinta y cinco años.
En esta novela, y siguiendo las fuentes literarias, conoceremos que Penélope se considera un “trofeo” ganado en buena lid por Odiseo, hábil auriga, en un juego de varones competitivos y orgullosos. No debe provocarnos extrañeza. Era frecuente entre la aristocracia adinerada y las capas sociales más influyentes celebrar torneos galantes en los que el trofeo era la muchacha casadera y su generosa dote. Homero y Heródoto, entre otros, nos dejan constancia suficiente de esa costumbre para encontrar esposo a muchachas de familias ricas e influyentes. Los pretendientes competían en habilidades deportivas y en capacidad oratoria pronunciando discursos durante el banquete. El elegido emparentaba con el noble que financiaba el espectáculo y se llevaba la dote y una esposa educada para cumplir sus funciones. A los perdedores, generalmente se les compensaba con premios importantes que hacían la derrota bastante más llevadera y mantenían intacta la costumbre.
En este contexto la mujer no deja de ser casi un instrumento de reproducción y de la conservación del linaje familiar que siempre procede del padre. El marido no necesariamente se ha unido a ella por amor, ni siquiera atraído por su aspecto físico. La unión puede deberse a un acuerdo de conveniencia, a la importancia de la dote, a un pacto de familia o a la necesidad de emparentar dos linajes para aumentar su influencia social. 
Sin embargo hay que hacer constar que, al no existir presiones económicas ni sociales entre los más pobres, los matrimonios apenas estaban concertados y eran más producto del amor en un sentido amplio. Ello no cambia la concepción de la mujer como ser inferior y sometido a la autoridad del varón. Es también cierto que la pobreza provocaba, a veces, que niñas de estas familias fueran abandonadas por sus padres ya que se consideraban auténticas cargas para la precaria economía familiar. Absolutamente indefensas, su destino nunca era halagüeño: caer en manos de algún proxeneta o acabar en el tenderete de un mercader de esclavos.
El hombre griego no practicaba la poligamia, pero en las familias ricas disponía de concubinas y de esclavas con las que satisfacer sus deseos sexuales. En general, los hombres podían actuar en sus relaciones con otras mujeres con total libertad, pero las mujeres tenían que comportarse según unas normas muy estrictas. Ante cualquier sospecha de escándalo, podían enfrentarse a un divorcio, como mal menor. En Grecia existía el divorcio, pero era más un derecho masculino que femenino. La autoridad del marido sobre la esposa era tal que además de repudiarla, solución más habitual, podía matarla sin consecuencias en caso de adulterio, siempre que éste estuviera probado.
Para divorciarse de su esposa, bastaba con que un hombre hiciera una declaración formal de divorcio ante testigos. Desde luego era mucho más difícil para una mujer poner fin a su matrimonio, ya que no podía ejercer acciones legales por sí misma. Debía presentarse ante un funcionario público y convencerlo para que actuara en su nombre. En el caso de que su petición prosperara, el esposo se quedaba con los hijos y la mujer debía irse a vivir con un pariente masculino. 
Mucho peor aún era la situación de las esclavas que realizaban los trabajos más duros y que no tenían ningún tipo de reconocimiento.
La misoginia occidental tiene sus raíces en una época bastante remota, pero es ya evidente en los documentos más antiguos de la literatura europea.
La Biblia Judeo-Cristiana tiene muy bien definido el pecado original de la humanidad. Yo, sin embargo, no he encontrado ese momento trascendente en la tradición griega. Se diluye. Hay muchas culpas originales dispersas. Pero es común en todas ellas la implicación negativa de la mujer, como inductora o como castigo. Hesíodo, un poeta de los siglos VIII-VII antes de nuestra era, nos cuenta el nacimiento de la primera mujer: Pandora. Según el mito, irritado Zeus con los hombres porque Prometeo les había entregado el fuego que había robado a los dioses, decidió enviarles una desgracia: la mujer. Pandora (regalo de todos) fue llamada así por recibir un regalo de todos los dioses: belleza, encanto, gracia, habilidad en los trabajos domésticos, pero también la dotaron de alma de carne, de un carácter engañoso y de blandas palabras capaces de envolver grandes mentiras. 
Al llegar Pandora todo cambió, los hombres eran felices, pero, tras la aparición de la mujer, “mil diversas amarguras deambulan entre los hombres; repletos de males están la tierra y el mar”. Desde entonces, en la tradición griega, las mujeres son peligrosas y no tienen sentido de la medida; ni siquiera las mejor educadas.

miércoles, 24 de enero de 2018

No vuelvas, Odiseo

En unos días, a mediados de febrero, verá la luz “No vuelvas, Odiseo”, mi nueva novela, breve en este caso. Será la editorial sevillana “Arma Poética” la que la pondrá al alcance de quien se sienta predispuesto a adentrarse en el laberinto de los mitos clásicos.
  Apenas un año después de la publicación de “Medea murió en Corinto” ꟷChiado Editorial; enero, 2017ꟷvuelvo sobre el Mito Griego como vuelve el asesino al lugar donde perpetró su crimen. Y vuelvo no para reescribirlo, sino para desmentirlo una vez más.
Nicanor Parra, ese centenario chileno que acaba de morir con la bandera de la antipoesía entre las viejas manos, tiene registrado un dicho lapidario. “Con Homero comenzó la decadencia”.
Yo soy una muestra de esa verdad probable. En mi opinión, escasamente autorizada, pocas obras europeas de cualquier época son comparables a la Odisea. Y en esa fuente bebo un agua fresca y clara para escribir esta obra breve.
Os adelanto la sinopsis:
Hace ya casi diez años que el heraldo de la ciudad anunció la destrucción de Troya y se alabó el ingenio de Odiseo. Hay quienes suponen muerto al rey de Ítaca, según pasan los años sin que arribe a las costas de la patria y reclaman los ritos funerarios que se merece su intachable leyenda de héroe griego.
No obstante, Odiseo es un héroe en cualquier lugar de Grecia, salvo en su propia casa, donde se le tiene por padre descuidado y marido sin memoria.
Ítaca, la orgullosa tierra que gobernaba no hace tanto tiempo la mar de Jonia, se encamina despacio hacia el olvido y la pobreza.
Telémaco ha crecido y se impacienta.
Es esta obra un largo monólogo de Penélope; la reina cercada por pegajosos aspirantes a sustituir en el trono de Ítaca al navegante extraviado, va desgranando su desazón y advierte a Odiseo de las previsibles consecuencias de su ausencia.
Desnuda ya de su condición de mito, Penélope se manifiesta como una mujer que afronta en soledad situaciones que, seguramente, la desbordan. No es la menor de esas preocupaciones comprobar en los espejos de metal bruñido que empieza a envejecer en un lecho solitario.
He intentado llevar al lector de la mano por el interior del gineceo de esta mujer madura, obligada a representar en el mito griego su papel de esposa fiel y casta, para no desmentir las leyendas que circulan por Grecia.
Junto a las quejas sobre la triste condición de las mujeres, sobre esa tradición tan griega de que cada generación ha de tener su guerra, descubrimos que Afrodita, la diosa que desata pasiones, tiene en Grecia especial predilección por sembrarlas en el interior recóndito del gineceo como dejó patente Safo de Mitilene en sus poemas.
Y entonces el amor y el erotismo reclaman su lugar y afloran, espero que de forma lírica, elegante y poderosa.
Desarrollaré en próximas entradas las claves principales de esta obra, la condición de la mujer en la Grecia Antigua y algunos aspectos de la sexualidad femenina en una sociedad cerrada y opresiva, como era la sociedad aristocrática de la Grecia continental y guerrera.