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viernes, 17 de marzo de 2017

Trump es verdaderamente peligroso

           Calificar a Trump de populista se me antoja erróneo. Es el más brutal y descarado exponente de esa nueva clase de individuos, que han convertido a las democracias occidentales en cleptocracias, si se me permite la expresión. Y hablo de los individuos que han medrado al calor del neoliberalismo, tan condescendiente con aquellos que logran amasar fortunas sin importar los medios, abusando de las condiciones favorables de la globalización para explotar a los trabajadores de cualquier rincón del planeta, evadiendo impuestos o usando las arcas públicas en su propio beneficio .
            Quizás le faltaba a Trump esta última experiencia, pero cualquiera en su sano juicio sabrá ya que este individuo saldrá de la Casa Blanca mucho más rico que el día que la pisó por primera vez como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
            Podríais decir que eso no justifica el título de esta entrada.
            Por sus obras los conoceréis. 
          Ya no se trata de lo que diga o de cómo cumple sus proyectos de cleptócrata. 
         Se trata de su proyecto político, el auténtico, el que se plasma en los presupuestos. Y ahí sobran razones para considerarlo un individuo  que se ha convertido en una verdadera amenaza para el resto del mundo.
            Tenemos que ser grandes de nuevo,- dice Trump. Tenemos que ser capaces de volver a ganar guerras.
            Según el borrador de presupuestos que ha hecho público la Casa Blanca, esa alusión a ganar guerras no es la frase de un megalómano. Trump ha rebajado todos los capítulos del presupuesto anual, para subir de forma radical el dinero destinado a Defensa y a Seguridad Nacional.
             Sufren rebajas drásticas Educación, Sanidad, Justicia y Medio Ambiente.
            Lleva al límite las pretensiones de la derecha radical de los Estados Unidos. La única justificación del Estado es la defensa de agresores externos o internos. El resto de los servicios son superfluos. Cada ciudadano tendrá los que pueda costearse.
            Esa subida de un elevado porcentaje en los gastos de defensa y su permanente alusión a la necesidad de ganar guerras para mejorar la autoestima  del país y su confianza en sí mismo, lo convierten en un individuo temible.
       En el interior de su cerebro viciado hay un dictador que empieza a desperezarse, tras la borrachera del poder que ha conquistado de forma inesperada y la resaca de impunidad momentánea que le ha otorgado ese triunfo.  Y por lo que sabemos de su gobierno,  está rodeado de gente muy afín, sacada del mismo muladar financiero, donde los códigos morales fueron suprimidos hace tiempo.

martes, 7 de marzo de 2017

Asilo y refugio

          En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y  principios de las Naciones Unidas.
Artículo 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948)

Se garantiza el derecho de asilo dentro del respeto de las normas de la Convención de Ginebra de 28 de julio de 1951 y del Protocolo de 31 de enero de 1967 sobre el Estatuto de los Refugiados y de conformidad con la Constitución.
Artículo 18 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea de 2007

El asilo es un instrumento de carácter político; se otorga a las personas que alegan persecución por razones políticas. 
Sin embargo, el refugio es de carácter humanitario y por lo tanto se le reconoce a las personas que tengan un temor fundado de persecución por motivos no sólo políticos sino también por raza, religión, o condición social y está imposibilitado de regresar a su país, donde su vida e integridad física corren peligro. No hay mayores generadores de refugiados que la guerra y la pobreza endémica, dos viejos conocidos, dos vecinos. 
Ambos, el derecho de asilo y de refugio, son derechos establecidos para garantizar la integridad de los seres humanos. Derechos solidarios y de sentido común.
Están reconocidos como un derecho  de los perseguidos y una obligación legal  y moral de aquellos a quienes solicitan ayuda.
Dos noticias de hoy mismo contradicen la condición humanitaria de esta Europa nuestra. El gobierno Belga está dispuesto a cerrar sus embajadas, territorios de asilo diplomático, en los países con conflictos bélicos para evitarse el cumplimiento de esa temible obligación, asilar al perseguido.Y Hungría levanta campos de concentración para aislar a los refugiados. Los refugiará hacinándolos en cárceles que recuerdan con crudeza  ese trozo de historia no muy lejana cuya sola mención debiera hacernos más humanos.
Europa no sólo ha perdido su sentido común. Ha perdido también la vergüenza y empieza a perder la dignidad. 
Culpar a los gobiernos de esas medidas vergonzantes podría ser una verdad a medias. Los gobiernos toman medidas que otorgan votos. Cada pueblo es culpable de esas medidas. De hecho, buena parte del pueblo las reclama.
Mientras, una Europa envejecida camina hacia una futuro en el que será difícil mantener sus niveles de bienestar. Pronto habrá dos viejos pensionistas y dependientes por cada persona en edad de trabajar. 
Veintidós provincias españolas en palabras del demógrafo Francisco Zamora conforman el mapa de la España terminal. Más de un tercio de sus habitantes superan los sesenta y cinco años. Y esa España terminal habrá desaparecido prácticamente en el año 2050 salvo que las mujeres en edad fértil que la habitan tuvieran una media de siete hijos y medio. 
O eso, o aceptar la migración como salvación de ese destino de pobreza segura.
Situación parecida vive el Noroeste de Europa.
Buena parte de la solución está a punto de  entrar en campos de concentración en nuestras fronteras inhumanas y estúpidas.
Decididamente Europa ha perdido la memoria y el sentido común. Ha perdido también la vergüenza, y empieza a perder la dignidad.

miércoles, 1 de marzo de 2017

¿Adios a Europa...?

Ni recuerdo cuántas veces habré dicho que La Historia de Europa comenzó con un rapto. Un dios rijoso y transformista raptó a una doncella fenicia que llevaba consigo un alfabeto y, por tanto, la llave del progreso.
            He dicho otras tantas, también, que muy al principio de los tiempos, lo que hoy llamamos Europa era el caos incierto gobernado por las imprecisas leyes de la evolución.
            Jamás hubo una edad de oro.
            Jamás los dioses bajaban cada tarde a compartir conversación y mesa.
            Jamás perdimos paraíso alguno.
             Pero dijo Grecia: “Hágase la luz”. Y vio Grecia que el pensamiento racional era bueno y que la palabra, unida al pensamiento, genera obras hermosas y deja un poso de memoria colectiva que llamamos cultura y nos permite progresar.
            Y Europa fue posible desde aquellas semillas caídas por azar en torno al Mar Mediterráneo.
            He afirmado también, en ocasiones, que durante un tiempo esta Europa contradictoria y dolorida, con un pasado sangriento, me hizo alimentar una esperanza secreta. Esta Europa tenía los instrumentos políticos y sociales para humanizar el fenómeno desconocido de la globalización.
            Ya que tantas veces colaboró a deshumanizar el mundo, Europa tenía ahora la obligación moral de mejorarlo.
            Pero de nuevo la raptaron. Y ahora no ha sido un toro enamorado.          Las consecuencias de este rapto las conocemos todos. La Europa que estaba llamada,  por su cultura única, a exportar sus valores humanistas y su sistema de convivencia basado en el respeto a los derechos humanos, es ahora una comunidad con escasa influencia en el devenir del futuro inmediato, presa de sus viejos demonios.    
            Y la razón más destacada en ese deterioro es que ha renunciado a sus raíces culturales y a la reflexión constructiva sobre las fuentes del pasado. El estudio de las Humanidades en un sentido amplio ha ido quedando postergado, perdiendo prestigio en favor de saberes productivos.
            Europa afronta hoy riesgos que ponen en tela de juicio su futuro. Debe dar respuesta a problemas, probablemente muy graves para los que no hay respuestas comunes por parte del conjunto de países que la integran. En realidad la cohesión en asuntos primordiales no existe. El envejecimiento de la población, la presión de los inmigrantes en sus fronteras, las desigualdades crecientes, la imprescindible armonización fiscal, y la  floración de nacionalismos muy próximos a los fascismos del siglo XX en sus postulados y mensajes, son problemas muy graves que precisan una respuesta armónica y pronta. Hay otros, pero estos son urgentes. De la respuesta que les demos dependerá el futuro.
            El presidente de la Comisión ha presentado hoy un plan para que los líderes nacionales europeos decidan a dónde quieren llevar el proyecto. Ha propuesto desde reducirlo a un mero mercado común, con libertad de tránsito solo para capitales y mercancías, hasta convertirnos en unos Estados Unidos de Europa.
            Habrá que ver qué surge, si es que surge algo.
            Si la Constitución Europea debe ser transformada brutalmente para recuperar lo que fuimos, un club de comerciantes aventajados, que es lo que marca la tendencia actual, yo abogaría por abandonar el club.
            Sin armonización fiscal para las empresas, Europa ya está corrompiendo su naturaleza y permitiendo el saqueo de los impuestos de los vecinos mediante  ventajas fiscales por parte de países insignificantes en el PIB de Europa que hacen gala de tener las rentas per cápita más altas del mundo.
            Y de eso sabe Juncker más que nadie.
            Donald Trump, enemigo declarado de la UE, debe andar frotándose las manos.
            Y, yo, europeísta convencido por cultura y un poco por desesperación, tengo hoy menos motivos para sentirme esperanzado.