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jueves, 15 de diciembre de 2016

Leña al fuego

        El nombre Andreas Schleicher no os resultará familiar; a mí tampoco hasta ayer mismo. Pero  he conocido por la prensa que es un señor alemán, principal responsable del informe PISA. Solo ese detalle ya despierta mi interés.
    Tras la polvareda mediática que han levantado los resultados de los escolares españoles  en dicha evaluación en el presente curso, afirma este hombre algunas cosas dignas de mención en la entrevista que ha concedido a los periódicos.
        Dice, por ejemplo, que los salarios de los profesores en España convierten la enseñanza en un oficio muy bien pagado, pero que, lejos de comportarnos como profesionales agradecidos y prácticos, actuamos sin motivación, como gente que acude a una fábrica sin implicarse demasiado en  lo que hace. Vivimos de espaldas a la realidad, excesivamente preocupados de los contenidos, sin atender a la verdadera formación que los jóvenes necesitan.
         Ya sabemos la causa principal de los resultados poco satisfactorios.
         Ganamos demasiado, rendimos poco. Empeñados en los inútiles contenidos, no colaboramos en su propósito de fabricar mano de obra acrítica, acomodaticia, y hábil con las nuevas tecnologías o dispuestos a inventar instrumentos novedosos de producción masiva sin necesidad de mano de obra humana. Esperan nuestra colaboración en el montaje de esa pieza humana en el engranaje productivo. Lo demás no importa. Las personas y sus proyectos vitales han de estar supeditados a su afán de controlarlo todo para garantizar el beneficio desmedido de una minoría poderosa y manipuladora.
    ¿Qué contenidos sobran? En realidad, todos. Las personas más capaces del futuro han de ser emprendedores individuales, con capacidades informáticas, experiencia en redes y buena disposición para trabajar en su propio domicilio. Allí prestarán servicios a la gran empresa sin vínculo laboral alguno y sin otro derecho que cobrar por su trabajo, cuando lo realicen, en dura competencia de precios con los millones de emprendedores que habremos fabricado. Habrá millones de emprendedores autónomos, saqueados por el propio Estado que le exigirá cuotas insosotenibles de cotización, y hambrientos. Ese futuro asoma ya su rostro indeseable. Los Centros escolares han de fabricar emprendedores y olvidar los inútiles contenidos. 
      En realidad los conocimientos de Historia, de Filosofía, de Arte o de Literatura son inútiles, una rémora porque quien sepa Historia o Filosofía estará bajo sospecha. Puede esconder bajo la piel un ser inadaptado, un espíritu inconformista, la semilla de una revolución. Los contenidos están cargados de peligro. Enseñan que las verdades únicas son el fundamento de las dictaduras.
      Las apreciaciones de este individuo coinciden en el tiempo y en la motivación con las propuestas del FMI, que recomienda a Rajoy controlar el gasto en Enseñanza y Sanidad, dos servicios públicos innecesarios y ostentosos, un lujo irresponsable impropio de un gobierno sensato.
         Afirmaciones de este tipo son realmente insultantes e inaceptables. Sobre todo porque proceden de un individuo que, seguramente, no habrá pasado ni un minuto en un centro escolar de este país.Descalifica a los docentes españoles y los arroja a los pies de los caballos, porque para eso cobra su salario. Seguramente no habrá intercambiado una sola palabra con ninguno de ellos. Nada sabe de los docentes españoles , pero los califica de inútiles y poco agradecidos con el lujo de salario que perciben. Y en este país cainita e irreflexivo, la opinión maliciosa de ese desconocido será para muchas personas una verdad indiscutible. 
      Pero quien tiene el poder tiene a los medios a su servicio, y su atrevimiento, lejos de comportarle consecuencias, seguramente le traiga prestigio y dividendos.La mentira y la manipulación se han convertido en el instrumento más valioso para dirigir a la ciudadanía por la senda conveniente.
    El capitalismo global y sus secuaces no reparan en medios para lograr sus objetivos. No hay a la vista ni un principio moral que pueda defendernos de la minoría  que se ha adueñado de nuestro presente y amenaza nuestro futuro. Nunca han tenido tantos medios ni tanto poder. Nunca hemos estado más indefensos. 

domingo, 11 de diciembre de 2016

A vueltas con PISA

            Las evaluaciones Pisa son como el virus del Herpes. Permanece adormecido y olvidado hasta que las condiciones medioambientales o nuestras defensas bajas le permiten reactivarse y fastidiarnos. Así, este incordio se activa cada tres años y se convierte en tema de debate, en arma arrojadiza o en instrumento para denostar al sistema educativo. Y, de paso, a quienes hemos hecho de la Enseñanza nuestro medio de vida y de inserción útil en la sociedad.
            Y, como en tantos otros aspectos, damos por bueno el plato que nos ponen en la mesa  sin hacernos ni una sola pregunta al respecto de ese menú del que ni sabemos si tiene como objetivo alimentarnos o dejarnos desnutridos e inermes.
            Probablemente no habrá que preguntarse por el autor del plato. Casi todos sabemos que es una evaluación que propone la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo que agrupa a los países más desarrollados de la tierra, por así llamarlos. Podríamos llamarlos también los países que más atentan contra la sostenibilidad, la igualdad y el medio ambiente, por ejemplo.
            Pero sí podríamos preguntarnos qué se la ha perdido a esta gente en los asuntos de la educación.
            Mucho.
            Consideran la inversión en educación un paso más en el proceso productivo. Según las circunstancias, proyectan a largo plazo las necesidades empresariales sobre el perfil del trabajador medio y lo reclaman con insistencia a los países miembros. La educación solo les interesa en este aspecto, en aquello que tiene que ver con el mercado laboral y las necesidades de la gran empresa. De ahí que su evaluación resulte tan incompleta y tendenciosa. Una evaluación dictada por el gran capital internacional.
            Trabajan a muy largo plazo y conocen el paño, porque el mundo se encamina hacia donde dictan los intereses económicos cada vez más concentrados, poderosos y ocultos tras las grandes corporaciones financieras. Son el gobierno verdadero, pero  de rostro desconocido que jamás se someterá a las urnas.
            Y son hipócritas y falaces. Hablan de la educación como si les interesara el conocimiento, la cultura, la creatividad y la independencia humana. Nada más lejos de la realidad.
            Como prueba de lo que digo os remito al  cuaderno de política económica nº 13 de la OCDE del año 1996. Se pude buscar en internet.
            Establecía la OCDE, ya en esas fechas, que el mercado laboral de los países desarrollados manifestaba una tendencia bipolar, se generarían empleos de alta cualificación tecnológica y bien remunerados, pero en torno al 60 % de los empleos futuros  sería para trabajadores sin cualificación.
            Esas previsiones se están cumpliendo. Y ante esta perspectiva, el capitalismo se planteaba, ya en 1996, la absoluta ineficacia económica de la masificación de las enseñanzas
                        La estrategia política recomendada por la OCDE a los gobiernos socios era disminuir de forma paulatina la dotación a la enseñanza; ir bajando gradualmente la calidad de la misma mediante el aumento de las ratios escolares, las horas de dedicación del profesorado, la supresión de programas de atención a la diversidad, la selección temprana del alumnado cuyo destino debería ser engrosar esos empleos de baja cualificación, y, al tiempo, aumentar las exigencias económicas en las matriculas de la Universidades e ir disminuyendo la cantidad destinada a  las becas. 
      En toda regla, una selección de las dos clases de individuos que su diseño global de nuestros vidas les permite concebir. Y no caben dudas de que las posibilidades económicas serán determinantes en establecer en qué parte del tablero le tocará vivir a cada uno. Esa es la filosofía del neoliberalismo radical. Tendrás todos los derechos que tú puedas pagar.
            Fueron esas las premisas que siguió fielmente la reforma educativa del PP, que conocemos como Ley Wert, pero que debíamos conocer, en mi opinión, como Ley Montserrat Gomendio. Era ella la musa que alumbraba las propuestas de Wert y es ella la que hoy ocupa un puesto relevante en la propia OCDE como responsable de programas educativos. Wert es ya un fantasma político, un mal recuerdo.
            ¿Son dignos de respeto los resultados de una evaluación educativa instigada por quienes conciben la educación con los criterios que aparecen en ese boletín?
            ¿De verdad hemos de escuchar sus valoraciones interesadas?
            Y por lo que poco a poco vamos conociendo, PISA es un instrumento más del pensamiento único y un instrumento de negocio de quienes la diseñan, la realizan y la evalúan. La intención es clara: convertirla en una competición más entre países hasta el punto que condicione definitivamente los programas educativos. PISA es un viaje sin retorno hacia las plataformas educativas que ya están en manos de gigantes de la comunicación y de las redes sociales. Serán ellos, los intereses económicos, los que diseñarán al individuo del futuro, porque condicionarán su pensamiento y su proyecto vital.
            No. No me preocupan lo más mínimo los resultados de la Evaluación PISA. Me preocupan sus aviesas intenciones.
            En nuestro caso PISA es, además, un motivo más para sentirnos avergonzados.
            No ya por los resultados. 
    Juraría que son evaluaciones adulteradas con intencionalidad política. Parece ser que en Andalucía, por citar un caso relevante, de los cincuenta y cuatro centros seleccionados, las dos terceras partes eran de zonas deprimidas social, económica y culturalmente.
            ¿Casualidad? Lo dudo. Todo vale para desgastar al enemigo.
            Siento vergüenza por la actitud de los políticos que nos merecemos porque los hemos elegido. Enarbolan los resultados, como si fueran una verdad indiscutible y eterna, y se los lanzan unos a otros a la cabeza para que no olvidemos que la Educación en este país no es un bien común necesario que merece un pacto de estado y fe en su capacidad transformadora.
             Ellos no permiten que se nos olvide que la Educación es, ante todo, un campo de batalla. Ellos, sus técnicos a sueldo, infectan de palabras redundantes e inútiles el Boletín Oficial cuando escriben sobre educación, pero solo la burocracia educativa prospera con salud envidiable, mientras la sociedad se empobrece culturalmente con absoluta indiferencia y hace huelga de deberes escolares.
           


jueves, 8 de diciembre de 2016

Censurando a los clásicos

            No soy  experto en nada, salvo en sobrevivir a las decepciones, pero eso no me distingue del resto de la humanidad. Todos lo somos.
            Anuncio esta obviedad, porque voy a hablar de narrativa norteamericana del siglo XIX, a la que me he acercado escasamente, como lector y nunca como estudioso. Ruego, por tanto, generosidad a los estudiosos con las simplezas que siguen.
            Tres o cuatro nombres me resultan familiares. 
      Como a vosotros, me resulta familiar Edgar Allan Poe que coincide en el tiempo y en los temas de misterio con los románticos europeos. 
      Contemporáneo de Poe también me resulta familiar Daniel Hawthorne, solo por su novela “La letra escarlata” que conocí gracias al cine (Demi Moore, Gary Olmand y Robert Duvall), porque el cine nos ha puesto en contacto con grandes obras de la literatura universal. 
    Amigo de Hawthorne fue Herman Melville al que todos conocéis por Moby Dick, novela que, desde mi punto de vista, ya es comparable a las grandes creaciones del Realismo europeo.
            Produciendo buena literatura en el XIX encontramos también a Henry James y a Jack London, aunque ambos están a caballo entre el XIX y el XX. De Henry James no he leído nada, pero tengo su nombre en mi lista de autores recordables, sepa dios por qué.
            Y he dejado para el último lugar al autor que ha provocado este escrito, Mark Twain, seudónimo de Samuel Clemens, el primer gran narrador americano no nacido en la cosmopolita Costa Este, sino en la América profunda de los Estados del Sur, que aun rumiaban su derrota en la guerra civil, cuando él publica sus obras. Muchos otros autores hablan de él como el primer novelista genuinamente estadounidense. William Faulkner lo califica como el “padre de la literatura americana”.
            Lo traigo a colación por la noticia que hoy ha caído en mis manos. La novela “Las aventuras de Hucklebery Finn” ha sido prohibida en los centros escolares de un condado de Virginia (EE.UU) porque su lenguaje puede ser ofensivo para muchas personas. Se emplea el término “negro” de manera insultante. No olvidemos que un esclavo negro fugitivo es el coprotagonista de la novela junto a un paria adolescente, también fugitivo, que se encomiendan al padre río Mississipi en busca de una vida más decente.
            La noticia del día comunica que comparte esa prohibición escolar con la obra “Matar un ruiseñor”, de Harper Lee en el estado de Virginia.
            “Las aventuras de Hucklebery Finn” ostenta el dudoso honor de ser el libro más censurado en las instituciones educativas del país, aunque de esta novela dice Ernest Hemingway que “es el libro del que procede toda la literatura americana. Todos los textos estadounidenses proceden de este libro. Nada hubo antes. Nada tan bueno ha habido después”.
No creo que el americano medio tenga más datos que yo sobre la novela producida en su país durante el siglo XIX. Apenas cinco o seis nombres reseñables dentro de ese siglo en el que la literatura europea produce una cosecha interminable de gigantes narrativos.
            No obstante los persiguen en sus centros escolares. Olvidan que la Literatura y el Arte asumen muchas veces la obligación de ponernos ante nuestras contradicciones, nuestras maldades terribles y nuestras inmoralidades para que asumamos, al menos en conciencia, el compromiso de no repetirlas.
            Ambas obras son un alegato extraordinario contra el racismo, una denuncia descarnada de esa deformidad que ahora arraiga de nuevo entre nosotros.
      El pueblo americano se considera patriótico y defensor de lo suyo. Deben creer que la patria es un concepto difuso envuelto en la bandera  de las barras y estrellas.
            Quien persigue a sus clásicos está condenado a la ignorancia sin remedio. Y la ignorancia puede poner en la Casa Blanca a ególatras y descerebrados sumamente peligrosos.
            Quien ignora a sus clásicos está condenado a la inmadurez permanente y a regir su vida por una ética superficial e inútil. Tan superficial como las razones de esta censura inmerecida. Las palabras no hacen daño. Daña la intención con que se usan. Pero hay quien solo escucha el eco de las palabras porque es incapaz de adentrarse en el alma de las obras literarias. ¡Pobre gente! Más que encolerizarme, su estupidez me apena. 
            A los niños americanos los daña la comida basura, la vocación declarada de Trump de reactivar los usos del carbón, el áspero ambiente social que está ensuciando la convivencia en su país, y esas escuelas que prohíben la lectura de sus clásicos e incluyen el creacionismo en los programas escolares.
      Ayer , en la sala de profesores del Centro andaluz en el que me honra trabajar no hablábamos de los resultados de Pisa. Desconfiamos de ellos lisa y llanamente. Son manipulables y manipuladores y no compartimos sus objetivos.
            Echábamos en falta adaptaciones para edades escolares de algunas de nuestras obras clásicas, La Celestina  por ejemplo. Si alguien intentara vetarnos a nuestros clásicos en nuestros centros escolares, seguramente correría la sangre. 
       Y no sería la nuestra.