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sábado, 29 de noviembre de 2014

Una contrapropuesta razonable

          Poco a poco se confirma que la Europa que creímos diseñar era un decorado engañoso, una treta para facilitar las cosas al capitalismo industrial, a los comerciantes sin bandera y a los evasores de impuestos; una treta envuelta en palabras altisonantes y dignísimas sobre la condición humana y sobre los derechos de los ciudadanos de la Unión.
            Solo por recordarlas, citaré algunas de esas palabras presentes en preámbulo de la Constitución de la Unión Europea: “Los pueblos de Europa, al crear entre sí una unión cada vez más estrecha, han decidido compartir un porvenir pacífico basado en valores comunes.
       Consciente de su patrimonio espiritual y moral, la Unión está fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, y se basa en los principios de la democracia y el Estado de Derecho.
            Debe ser que esas declaraciones que se hacen sin pensar solo están en vigor en tiempos de bonanza. Pero cuando la política económica, que los esbirros del poder verdadero diseñan y aplican sin pestañear, genera millones de desempleados y una legión de hambrientos, la Constitución es letra muerta para ellos, temerosos también de perder los votos de los desesperados.
            Hasta hace poco yo he pensado que tenía sobre mi vieja piel hispana una segunda nacionalidad, porque el Artículo I de la Constitución Europea establece con absoluta nitidez que toda persona que tenga la nacionalidad de un Estado miembro posee la ciudadanía de la Unión, que se añade a la ciudadanía nacional sin sustituirla. Entre los derechos de los ciudadanos de la Unión se establece el derecho  de circular y residir libremente en el territorio de los Estados miembros.
            No es saludable olvidar que en las democracias las Constituciones son la verdadera referencia de la convivencia. No es saludable recortar derechos fundamentales, que la ciudadanía aprobó, siguiendo los dictados de los intereses económicos o la presión de los competidores políticos, porque el sistema democrático acabará convertido, también él, en un término vacío de contenido. Y siempre que eso ha sucedido las consecuencias han sido desastrosas para Europa y para la humanidad.
            La indignidad que hoy despierta en mí una mezcla indefinible de desazón y cólera tiene que ver con este titular:

Cameron quiere echar a los europeos que no logren empleo en 6 meses.

        “El primer ministro británico propone negar prestaciones a los trabajadores europeos que no hayan conseguido un empleo en el Reino Unido en el plazo de seis meses”.
               
      Cualquier medio se ha hecho en los últimos días eco de esta propuesta que atenta contra la propia naturaleza de la Unión Europea.
     Ciertamente no es Cameron el único; esta tesis criminal se va abriendo paso poco a poco con la connivencia silenciosa de grandes masas de ciudadanos de diversos territorios de la Unión. La orca alemana, esa devoradora de congéneres, por boca de su canciller también ha propuesto medidas semejantes. No falta mucho para que surja la propuesta formal de modificar la Constitución Europea en dicho sentido. Una buena crisis artificialmente sostenida da mucho juego a los tahúres que han despojado de contenido social  la política europea. Habrá que plantearse entonces si merece la pena continuar  en la cárcel invisible del euro, sin unidad fiscal, sin soberanía en los propios parlamentos, con gobiernos nacionales maniatados en sus políticas económicas y sociales, rodeados de socios que favorecen la piratería fiscal y limitados en nuestros movimientos en busca de trabajo. ¿Qué ventajas tendría entonces permanecer en ese club de gente miserable…? Si aplicamos la lógica, esa medida, de imponerse, debería desembocar en la desaparición de la Unión Europea definitivamente.
                El Artículo II-75 de esa Constitución que aprobamos los ciudadanos de la Unión y que justifica nuestra pertenencia a este proyecto mal gestado establece que toda persona tiene derecho a trabajar y a ejercer una profesión libremente elegida o aceptada. Establece, además, que todo ciudadano de la Unión tiene libertad para buscar un empleo, trabajar, establecerse o prestar servicios en cualquier Estado miembro.
            En consecuencia, y si se trata de echar a alguien, yo propongo que , si en el plazo de seis meses, el contenido del artículo II-75 de la Constitución Europea no encuentra su plena realización, echemos a todos los gobiernos de los países miembros y vaciemos el Parlamento Europeo de parásitos inmorales que han olvidado que su función primordial, la que asumen cuando juran o prometen el desempeño de sus cargos, es dejarse la piel intentando generar unas condiciones  de vida dignas para las personas que habitamos en esta Europa desnaturalizada que nos produce sonrojo.  No los elegimos para abandonar en los márgenes de la miseria a millones de ciudadanos, a los cuales sus nefastas complicidades han privado de su dignidad y de su derecho a una vida razonable.
            ¡¡Hijos de una Europa feroz y desalmada!! A cualquiera que se atreviera a hacer propuestas tan destructivas como esta, tan irresponsables, tan peligrosas para el futuro de la Unión ,-lamentablemente, en el mundo de la globalización no habrá soluciones sin Europa, otra Europa desde luego,- habría que inhabilitarlo de forma fulminante para el ejercicio de responsabilidades públicas.
           

            

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