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jueves, 11 de septiembre de 2014

Manipulación

   Puede uno hacerse una idea de hasta qué punto el cinismo se ha adueñado de la vida pública escuchando al presidente del gobierno y a cualquiera de los miembros de su gabinete. España es jauja. Cualquier país del mundo nos envidia. 
      No importa la realidad, si la fuerza de las mentiras, la manipulación constante, decanta votos en su cesta. 
        La causa primordial no es solo que la tradición más arraigada de este país sean la corrupción y el engaño; hay otra causa en otra tradición tan arraigada como aquella, la permisividad con el corrupto y el gusto por resultar engañado.
        A nadie puede extrañarle que se recurra a este instrumento. Es muy antiguo. Y casi siempre dio el resultado apetecido.
      Durante el verano, en lugar de dedicarme a cansaros con mi visión ácida del presente en esta crónica de la indignidad, me he retirado con Medea y con Jasón, un viejo mito de ambiciones y de manipulación que convierte una historia de desembarcos y saqueos en una epopeya incuestionable. También es la historia de una mujer que eligió una forma de vida y se vio traicionada. 
    Os dejo un extracto, para que comprobéis cómo un 24% de paro se puede convertir en un éxito del gobierno. 
       Manipula, que algo queda.

    "Un día, apenas atravesada de una parte a la otra la mar arisca y espumosa de ese estrecho que los griegos llaman Helesponto, pusimos proa a una isla que se avistaba en el horizonte. Las provisiones que hicimos en Lemnos tocaban ya a su fin.
            El esónida[i] y algunos de los hombres que él eligió para ser sus escuderos, se aprestaron a buscar con qué llenar nuestra bodega. También era preciso encontrar algún animal para proceder al sacrifico a Apolo, el dios del desembarco.
            A su vuelta, cargados de verduras y con algunos animales, yo pregunté por los detalles. Las Musas aguardaban el material con el que ellas fabrican la gloria de los héroes. 
            Encontraron, según me contó uno de aquellos hombres, algunas huertas en su deambular por terrenos que no estaban muy lejos de la costa, y algún rebaño con escaso ganado. Según reza la ley de los viajes por la mar, tomaron a escondidas cuanto les fue posible. Había dinero en la bolsa de Jasón. Pero es preciso ahorrar lo que se pueda porque nadie conoce cuánto tiempo durará nuestro periplo.
            Como era previsible a plena luz del día, su quehacer fue descubierto por los habitantes de la isla y  hortelanos humildes, armados con las horcas de madera que utilizan para remover la tierra, y pastores, que blandían sus cayados, se aprestaron a defender sus pertenencias. Incluso las mujeres y los niños acudían para armarse de piedras y expulsarlos de sus campos de cultivo y de sus prados.
             El combate fue breve. Los arqueros de Jasón les provocaron numerosas bajas  y los isleños, derrotados con honra a pesar de su valor,  abandonaron  con prontitud el campo de batalla sin que Jasón y  los suyos tuvieran necesidad  de llegar al combate incierto que ha de librarse cuerpo a cuerpo contra hombres furiosos que defienden lo suyo.
            Poca gloria se desprende de una victoria y un saqueo en aquellas condiciones desiguales y Yolco aguarda a un héroe para poner sobre su frente una corona.
            Jasón se ejercitaba ya para su oficio. ¿Qué es un rey, si no un hombre que toma lo que quiere? Siempre habrá a su lado otros hombres de armas para que esa prerrogativa resulte indiscutible. Y siempre habrá un poeta, comprado con una vaga promesa de olivares, dispuesto a enaltecer sus fechorías.
             Así que había que enmascarar un crimen, que en todo caso deshonra a aquel que lo comete, y convertirlo en una hazaña.  A Heracles le reservé en aquella isla un momento de gloria; se le agotaban ya las oportunidades, porque yo había decidido dejarlo abandonado en tierra firme.
            Heracles resulta indominable. Desde que a punto estuvo de dejar en Lemnos al argonauta en jefe, yo estoy temiendo que él, con su fuerza sorprendente, someta a las Musas que me inspiran y conviertan mis hexámetros en su jardín privado. No hay héroe más definido en Grecia que este forzudo legendario. Cada griego conoce sus andanzas y cada griego conoce la respuesta que Heracles ofrece en cada caso.
            Jasón, por su parte, anda sobrado de ambición pero carece de carácter. Tampoco tiene un plan secreto que lo convierta en jefe indiscutible. Solo dos cosas sabemos con certeza del argonauta en jefe, que necesita dos medimnos[ii] de oro y que está dispuesto a cualquier cosa por lograrlo.
            Heracles, sobre la cubierta del Argo, es una amenaza permanente porque las Musas y yo no podremos someterlo a la autoridad indecisa de Jasón.
            Y, siguiendo el plan trazado durante la travesía, una vez en tierra yo tomé el cálamo, la tinta y el blanco pergamino y mis hexámetros tejieron sus mentiras inspiradas.
            Poblé aquella isla, habitada por pobres campesinos, con hombres monstruosos de seis brazos  a los que llamé los hijos de la tierra y fueron ellos los que vinieron a acometer el Argo, arrojándonos piedras de gran peso con la intención de hundirnos. Ellos, del tamaño de un pino, odiaban a los hombres sin motivo. Quizás porque son un engendro de Hera.
            Fue Heracles, con su arco infalible, el que nos libró de ellos. Uno por uno los fue abatiendo su tino que no admite parangón. Habría sido un espectáculo de los que un poeta graba profundamente en su memoria ver al héroe derribarlos con su maza en un combate singular en tierra firme, pero no hubo ocasión. Todos aquellos hijos de la tierra perecieron aquel día. Unos cayeron junto al agua y las olas arrastraron sus cuerpos como alimento para las criaturas de la mar. Otros quedaron sobre la playa, y los cangrejos, las aves de carroña y las alimañas nocturnas darían por bueno el desenlace.
            Nosotros celebramos la victoria con el banquete ritual. Apolo el que favorece el desembarco tuvo su sacrificio y Orfeo amenizó aquellas horas de asueto con su lira y su voz de registros imposibles. De sus oscuros escondrijos en el bosque próximo salían las fieras a escucharlo, florecían los frutales sin que fuera la estación propicia, y una fuente de agua cristalina brotó de forma inexplicable no lejos de nosotros sobre una colina pedregosa. Que me perdone Orfeo, a quien no conozco, pero él no me ha prometido un olivar. Le pusimos por nombre la fuente de Jasón y, desde entonces, ofrece sus claras aguas a los marineros  que arriban a esa isla con sus odres vacíos por el largo viaje. Todos agradecen al príncipe de Yolco el beneficio que produce su legado.
            La realidad, que no genera versos memorables, es que, una vez realizado el sacrificio presuroso y asegurados en la bodega los pellejos de agua  y las cestas de verdura, cargamos los animales vivos en el Argo, aun a riesgo de convertir la cubierta en un establo, e izamos la piedra cuadrada que le sirve de ancla.
            Cabía el riesgo de que los habitantes de la isla, recogidos sus muertos de los prados donde se había librado aquel combate desigual y breve, redoblada su cólera por el recuento de la gente caída bajo las flechas de ladrones que cruzaban la mar en un barco de guerra, encontraran la forma de atacarnos de nuevo y, esta vez, con fortuna.
            Cualquier pueblo isleño sabe muchas maneras de rechazar a los piratas.
            Es sabido que en cada isla hay honderos precisos capaces de alcanzar a un barco anclado con proyectiles de fuego que fabrican con pez griega.
            Así que huimos.
            Grecia no lo sabría por mi poema.
            Jasón no querrá recordarlo.
            Y yo transformé aquella huida apresurada en un viaje plácido en el que unos héroes despreocupados, satisfechos por aquella victoria memorable sobre los hijos de la tierra y animados por el vino trasegado en el banquete, porfiaban entre sí sobre sus propias fuerzas."



[i]  Esónida: hijo de Esón, es decir, Jasón.

[ii] Medimno: medida griega para medir sólidos; aproximadamente 50 Kg.




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