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sábado, 19 de abril de 2014

La Sevilla elata

        Cada estación produce sus malas yerbas. Hay una Sevilla elata y ensimismada, lastimosamente provinciana, pero capaz de provocar el rechazo razonable de cualquier observador imparcial, que se echa a la calle en estas fechas y, al calor de una tradición indiscutible, observa  desde su pretendido pedestal a los que pasan,  y, tras reclamar la propiedad en exclusiva de la zona noble de la ciudad, los crucifica sin piedad.
            Al calor de esa tradición indiscutible que dice defender, esa Sevilla elata, con ribetes cainitas, inmovilista  y acre, va desgranando  su intransigencia en editoriales y columnas de opinión con impudicia impropia de ese amor fraterno al que se aferra como argumento indiscutible en estas fechas.
            Esas voces, aisladas pero muy representativas de la Sevilla que confunde la grandeza de ánimo con la vocación excluyente, expulsarían del circuito donde se acumula el espectáculo a las mamás jóvenes con carrito que entorpecen el paso de la masa. Les recomiendan, por amor fraterno, que acepten el sacrificio que supone la maternidad y se queden en casa cuidando de sus hijos. Esas voces que invocan el amor fraterno cerrarían por decreto los puestos callejeros; expulsarían de las calles a los portadores de sillas de los chinos; a los comedores de pipas; a las muchachas minifalderas que no manifiestan el recato que la ocasión exige; a los que tienen la osadía de asomar a los miradores de lujo de la carrera oficial,-esos balcones donde la egolatría encuentra su costoso acomodo-, con una copa de balón entre las manos; a los que en estos días  visten de clériman para encontrar ubicación privilegiada  en la delantera de las procesiones;  expulsarían a las muchedumbres que invaden los espacios públicos, ansiosas de compartir el espectáculo, y al turismo pobre de rastas y calzones cortos que desdice de las zonas nobles.
         Reclaman una ciudad convertida en decorado y desprecian a la ciudad por donde fluye la vida con toda su inapresable variedad. 
       Y es que cualquier forma de integrismo produce seres amargos e infelices, condenados a la insatisfacción permanente; seres que consideran la diversidad un atentado contra los fundamentos inseguros de su fe.
            Y, probablemente, esa Sevilla de fe altisonante y corazón cainita, convertiría también al que suscribe en espectáculo en la plaza de san Francisco, una vez levanten los palquillos. Me quemaría sin duda en una hoguera ante una multitud, y con las cámaras de televisión pagando un potosí por una balconada, si supiera que lo que llama mi atención en estas fechas es el extraordinario mestizaje entre la fe cristiana, que sin duda fundamenta estas celebraciones callejeras desde sus orígenes, y la idolatría y el politeísmo pagano que ha invadido el rito religioso, con la connivencia de la iglesia.
            Cuando asisto a estos ritos, adopto una postura de respeto; el mismo que adoptaría en una ceremonia budista, en una ceremonia musulmana,  o en un rito animista de algún culto tribal. Porque las tradiciones son una cáscara vacía si las desconectamos del ser humano que las concibe y las mantiene. Es el ser humano el que merece mi respeto, aunque sus tradiciones me parezcan discutibles o ridículas. Pero, también, el ser humano que no comparte tradición alguna. Ese también merece mi respeto. Cualquier otra actitud es un error de perspectiva.
            Esa Sevilla de soberbia arriscada considera a la ciudad el decorado permanente para su celebración de primavera; teme,-y odia- cualquier transformación urbana que pueda afectar a los desfiles procesionales. Supone que la ciudad es suya, y que nos la presta con generosidad digna de consideración para que sobrellevemos nuestras vidas miserables el resto del año. Pero que, llegada la semana de pasión, sus dueños verdaderos tienen que ejercer sin limitaciones sus derechos excluyentes.
            Se equivoca. La ciudad es mía, porque es de todos los que la sostenemos con nuestro trabajo, y con nuestros impuestos; de todos los que la desprestigiamos con nuestra indecencia y nuestra corrupción moral; de todos los que la sufrimos porque está plagada de defectos que deberían avergonzarnos; de todos los que la amamos  o la odiamos según las circunstancias; de todos lo que a lo largo de los siglos hemos ido permitiendo que la ciudad más cosmopolita y uno de los epicentros económicos europeos de los siglos de oro, haya degenerado en ciudad mediocre, sin ambiciones, ensimismada, provinciana y cobarde; esta ciudad es de todos los que hemos decidido que es  un buen lugar para morir porque es también un buen lugar para vivir, a pesar de todo.
            La ciudad es mía.Y de las madres con carrito. Y de los presuntuosos de los balcones. Y de la gente que humaniza las esperas interminables con sillitas plegables. Y de las muchachas que visten como quieren.
    La ciudad es mía. Soy yo quien os la presta para vuestro ritual de primavera.

domingo, 13 de abril de 2014

F.A.E.S.

Con respecto a la economía, sus funciones y su inevitable proyección moral, aunque se la nieguen las voces interesadas, no hay un pensamiento único. Faltaría más. Pero si hay un empeño desaforado porque solo tenga eco un tipo de pensamiento en los medios de comunicación mayoritario. Y hablo de Europa. Aunque en la aldea global todo esté interrelacionado, Europa es nuestro medio, el lugar que debemos transformar para poder sobrevivir.
            Recientemente me llamó bastante la atención que los todopoderosos medios de comunicación alemanes se dedicaran durante demasiado tiempo a descalificar,- demagogo era lo más bonito que leí-, a Alexis Tsipras, líder  de Synaspismo, partido integrado en la coalición griega de izquierdas denominada Syriza, y que encabeza las listas de la Izquierda Europea en las próximas elecciones.
            ¿Por qué tanta hostilidad?
            Mirad su programa. Impugnación absoluta de la Unión Europea y refundación sobre bases diferentes, donde el ser humano sea el centro prioritario de interés político.
            Ese programa niega la mayor en la actual degeneración del proyecto europeo al que nos han arrastrado las fuerzas dominantes, económicas y políticas, donde el centro prioritario de la actuación política es el sistema financiero. Y cuando digo políticas, hablo de los asalariados políticos de los intereses del capitalismo especulativo que nos ha conducido a este conflicto donde la vida de una buena parte de los ciudadanos parece condenada a la miseria en el continente más rico de la tierra.
            Con motivo de la nefasta gestión que el gobierno andaluz ha hecho del asunto del realojo de los integrantes de la Utopía, –merecerá una entrada algún día en este blog donde manifestaré mi opinión al respecto, porque uno de los odios que no ha solucionado la Transición, que ayudó a  superar tantas cosas, es el odio entre las formaciones de izquierda del país, y así nos va-, ABC califica a los desahuciados como radicales antisistema. En realidad, quien no sea antisistema hoy, tiene la conciencia corrompida.
            Oigo mil voces en la red que reclaman que la Sexta, ese aparente refugio televisivo para la disidencia porque están Évole, Wyoming, y el populista Revilla de vez en cuando, elimine de sus debates a los fascistas de nuevo cuño. Vano empeño. Évole y Wyoming son sólo política de empresa. Rojo, Marhuenda y los espacios crecientes dedicados a los barones del PP son el rostro auténtico de la Sexta.
            El capital tiene buenos estrategas; sabe que sus mensajes contradicen nuestra percepción de la realidad. De ahí su empeño en controlar la información y en proponer a sus predicadores como la referencia dominante. “Repite cien veces una falsedad y se convertirá en verdad indiscutible” era un versículo del evangelio nazi. Hoy el capital y sus esbirros políticos lo asumen sin empacho. Asumen muchos otros principios del fascismo. También lo sabemos. El capitalismo sin conciencia es pura violencia social, por ejemplo. Y no tiene empacho en generar campos de concentración, donde los derechos humanos y el principio sagrado de la igualdad ante la ley son gaseados cada día.
            Hoy mi indignación enfoca El Semanal de ese medio que degenera a marchas forzadas y que conocemos como El País. Dedica el Semanal a José María Aznar. Y afirma que la FAES, la fundación donde buscó refugio tras su nefasta gestión como presidente de gobierno, es la mayor fábrica de ideas de este país. ¡¡Manda güevos!!
            FAES es una copia provinciana del Partido Republicano de los Estados Unidos, con ribetes del Tea Party, la ideología más reaccionaria y más irracional del mundo civilizado. Mala copia, como cualquier copia que este país se atreve a perpetrar. Y Aznar, un individuo al que la soberbia no le da margen para ser inteligente, si lo fuera, cosa que aun no ha demostrado. ¿Habéis oído su risa? Es el inicio de un rebuzno, o el de un relincho, que de pronto se cortan; es el chirrido de una vieja máquina que nadie engrasa porque está en desuso. Dudo de la inteligencia y de las ideas de quien no sabe reir.
            El País, definitivamente es un medio entregado a la derecha reaccionaria. Da vergüenza haberlo comprado cada día desde su fundación. Pero no permitiré que me decepcione ni un minuto más, ni a pesar de algunos de sus columnistas, razón por la que lo he seguido comprando en los últimos años.

            

jueves, 10 de abril de 2014

Corrala La Utopía

          Me gusta el nombre por lo que tiene de colectivo y por lo que tiene de esperanza. Ambos juntos conforman ya una especie de bandera, un modelo de resistencia ciudadana a las consecuencias de este saqueo programado, lento, legal y bendecido por el parlamento, que hemos dado en llamar crisis.
            Han sido desahuciados, mandato judicial por medio. Y algunos, por segunda o por tercera vez. Curiosamente cuando menos lo esperaban. Rajoy debe creer que un país que ya ha salido de la crisis no puede permitirse ocupas ilegales en los pisos sin uso, propiedad de la banca. Eso desdice mucho de la marca España. Y ha puesto a su delegada de gobierno en el asunto, con el encargo de corregir de urgencia  ese problema que socava los pilares del Estado, el modélico sistema financiero español, y la confianza de los inversores extranjeros.
            Casualmente Andalucía aprobó en su día una ley relativa a la utilidad social de la vivienda; pretendía evitar que la Banca acumule viviendas vacías en un momento en que muchas familias carecen de ella, carecen de trabajo  para poder comprarla, o la han perdido por no poder hacer frente a la hipoteca. El gobierno del Partido Popular ha presentado recurso en el tribunal Constitucional contra esta Ley andaluza, que seguramente le parecerá un atentado  contra la Constitución. Y casualmente hace escasos días, La Junta de Andalucía ha abierto expediente a varios bancos que no  respetan esa ley andaluza.
            No creo en el azar. Este desahucio inesperado es la respuesta de la Banca y de sus aliados de la madrileña calle Génova a ese expediente. Cuando los poderosos desenvainan las espadas, es la cabeza de los desheredados la que rueda por la arena del anfiteatro.
            Causa rubor el cinismo de Rajoy, cuando ayer en el Parlamento desautorizaba a Rubalcaba, el líder del grupo mayoritario de la oposición, no lo olvidemos,  para hablar de la crisis, una creación del gobierno anterior sin duda alguna, de consecuencias nefastas para media humanidad. Ojalá.
            750.000 millones de euros han debido inyectar hasta ahora los gobiernos europeos en un sistema financiero corrompido, gestionado por irresponsables, cuando no por delincuentes. Y ese dinero que ha ido a tapar sus desajustes, sus inversiones sin sentido y los latrocinios a los ahorros ciudadanos, se ha dejado de usar para atender los derechos ciudadanos, las inversiones públicas y el empleo. Las consecuencias las conoce cualquiera. Un tercio de la población europea bordea los límites de la pobreza. Sobran pobres y el nacionalismo comienza a demandar que se recuperen las fronteras. La misma idea de la Europa común se ha desgajado.
            Y por seguir hablando de la banca, mientras, a miles de kilómetros de ese islote de resistencia ciudadana que conocemos como Corrala la Utopía, en  Washington, un famoso grupo de diseño de ruinas a medida, el FMI, ha presentado su colección “prêt à porter” de primavera.
            No abundaré en ellas. Baste saber que esa sibila del capitalismo sin fronteras, la señora Lagardere, ha anunciado que el sistema financiero europeo aun necesita 800.000 millones de euros y que precisará ayuda pública en muchos países. Y se ha referido especialmente a España como uno de esos sistemas financieros más inestables por inversiones de difícil recuperación
            Ayuda pública. O sea, nuestra ayuda involuntaria mediante el saqueo de nuestros derechos, ejercido por los delegados políticos de la Banca que se sientan en los bancos azules del parlamento, el reservado a los miembros del gobierno.
            Tendrán que aparecer todavía muchas Corralas La Utopía, porque la legión de desheredados no hace otra cosa que crecer. El sistema capitalista camina hacia el colapso. Y sus medidas no sólo son extremadamente injustas, sino también inútiles. Un día, cuando la rapiña ejercida por los privilegiados, cuando la distribución desigual de la riqueza, nos haya convertido a casi todos en ocupas del mundo, quizás decidamos que el dinero carece de poder.
            Ese día incendiaremos los templos donde sus adoradores sin conciencia se entregan a su culto sangriento, destruiremos la piedra de sus altares donde sacrifican cada día la dignidad humana como una víctima propiciatoria que multiplica el beneficio y expulsaremos de nuestro mundo, a latigazos si es preciso, desnudos y desprovistos de sus preciosas pertenecías, a los que hoy nos desahucian de nuestras utopías y de nuestras esperanzas.
            Maldita la hora en que nacieron.
            Maldita, también, la hora en que pusisteis en la urna la papeleta con su nombre. Son los mismos.
           


domingo, 6 de abril de 2014

Gato por liebre

           Tomo prestado el título de esta entrada a Juan Luis Cebrián, que recientemente publicó un extenso artículo en “El País”, jugándose el resto sobre la falsedad absoluta de la tesis central del libro de Pilar Urbano que implica al rey Juan Carlos en el golpe de estado del 23 de febrero de 1981.
            Carezco de información, como casi todos vosotros, para dar por buena cualquiera de las opiniones encontradas al respecto. Sospecho que de aquella trama conocemos lo que decidieron que podíamos conocer. Y a mí me falta, sobre todo, conocer la trama civil y la trama religiosa del asunto; nos falta saber qué elementos de  la oligarquía económica y de la jerarquía eclesiástica apoyaban aquel golpe contra la naciente democracia, porque sin duda lo apoyaron. De que el franquismo montaraz que se sentía traicionado por una de los suyos lo apoyaba, no nos cabe duda alguna. En las pequeñas localidades andaban preparando de forma apresurada las listas de las personas que habían de eliminar en cuanto el golpe se hubiese consumado. Figuré en una de esas. Sé de lo que hablo. De pronto el recuerdo del olor de la sangre enemiga derramada excitó a la jauría y se aprestaban a restablecer el orden eliminando cualquier atisbo de libertad empleando su recurso más querido, el asesinato y terror.
            Me inclino por poner en duda siempre una publicación oportunista. Y el libro de Pilar Urbano es un libro oportunista, un libro que aguardaba su momento, la muerte de Suárez, para hacer caja. Ella siempre me ha parecido una periodista sesgada y egocéntrica. Y ese periodismo nunca tendrá mi respeto, porque no creo que difundir la verdad sea su objetivo principal.
            No sé si tiene pruebas fehacientes de lo que ha escrito, o si, como afirma Cebrián, nos cuela en el menú gato por liebre y ha convertido los rumores que circulan sobre el momento épico de nuestra frágil democracia en verdad  fidedigna.
            Sin lugar a dudas, esta versión contribuye de forma considerable al  deterioro creciente de la corona ante la opinión pública. Y me resulta inexplicable que ese desprestigio, si no está fundamentado, no tenga respuesta ante los tribunales por un atentado contra el honor. No sé si hay gato por liebre, pero hay gato encerrado, por lo menos.
            La muerte de Suárez ha removido el cieno apelmazado en el fondo del estanque de aguas sucias que cubren nuestra historia reciente y el hedor se ha vuelto insoportable.
            La sensación es que las instituciones del Estado aguardaban el fatal desenlace con impaciencia. Unos, el gobierno, para utilizarla como contrapunto informativo a las marchas por la dignidad; otros, la monarquía, para reivindicarse en el discurso funerario como el Prometeo que nos trajo, por primera vez, la democracia, una democracia duradera que ha producido el mayor periodo de paz y de prosperidad de este país; algunos, los protagonistas de la transición, para reivindicarse a sí mismos como políticos de fuste, con sentido de estado, que anteponían los intereses nacionales a los intereses de partido.
            Y en los discursos funerarios, tan hagiográficos que han producido hasta sonrojo, estaba el gato en lugar de la liebre.
            He oído hasta la saciedad que Suárez ha sido el primer presidente de una democracia española. En todas esas afirmaciones no hay desconocimiento, sino voluntad de ignorar un periodo de nuestra historia ensangrentado por un genocidio al que siguieron casi cuatro décadas de una ominosa dictadura. Y, sobre todo, la complicidad tácita de los dos grandes partidos de defender la deteriorada figura del monarca. Por si no lo sabíamos, la democracia la alumbró Juan Carlos secundado por Suárez, que fue fiel a las recomendaciones del rey.
            Gato por liebre, doblemente.
            En primer lugar, las primeras elecciones verdaderamente democráticas se celebraron en este país el 28 de junio de 1931. Niceto Alcalá Zamora, un republicano moderado fue elegido presidente de la República y Manuel Azaña, líder de la izquierda republicana, fue el primer presidente de gobierno salido de aquellas elecciones.
            El proyecto de reformas resultó tan ambicioso que la oligarquía, la iglesia y buena parte del ejército, la España refractaria a la libertad y a la justicia social, comenzaron a diseñar el genocidio.
            Y en segundo lugar, estoy harto de oír que la defectuosa democracia que tenemos es un regalo generoso que alguien nos ha hecho. La democracia era la aspiración de este pueblo. Fue el pueblo el que se la otorgó a sí mismo. Si Juan Carlos I de Borbón hubiese seguido el plan del dictador de consolidar su herencia y mantener el régimen autoritario en el país, llevaría ya muchos años en el exilio. Era lo único que podía hacer para recuperar la corona de España.
       Así que Cebrián acertaba; llevamos ya un par de semanas comiendo gato, cuando en la carta nos prometen liebre.    
            Y es que el cinismo,  la manipulación y el desprecio al ciudadano que esa manipulación pone de manifiesto, son la verdadera marca España.

martes, 1 de abril de 2014

Un discurso siniestro desde el púlpito de la catedral de La Almudena

   “La Regenta” es una de las cumbres narrativas del Realismo Español y eso es como decir que es una de las mejores novelas del siglo de los grandes novelistas del mundo. En uno de los pasajes más brillantes, Fermín de Pas, el Magistral de la catedral de Oviedo, ambicioso, inmoral, dominante, celoso e hipócrita según el dibujo de Clarín, anima a don Victor, el marido vejado, a tomar venganza de Álvaro Mesía, con un discurso envenenado sobre la necesidad del perdón  al tiempo que desliza las horribles consecuencias de la deshonra conocida por el mundo en la vida de un hombre. Tan convincente resulta su discurso que el viejo regente, que ya había asumido la propuesta razonable de su amigo Frígilis, acaba retando a duelo a don Álvaro Mesía, lo que Fermín de Paz no podía hacer dada su condición de sacerdote. Palabras escogidas con sutileza, usadas en el nombre de dios, para enmascarar sus frustraciones, sus pasiones miserables y destructivas y provocar la sinrazón de quien las oye.
El pasaje es una obra maestra por lo que se refiere a las intenciones maliciosas en un discurso de apariencia piadosa.
Si Clarín aún viviera y hubiera asistido ayer a los funerales de Estado por Adolfo Suárez, habría percibido entre los asistentes el fantasma soberbio de Fermín de Paz.
Rouco, en el nombre de dios volvió a apropiarse de nuevo del púlpito inevitable en un acto oficial del Estado, a pesar del artículo 16.3 de la Constitución que entró en vigor el veintinueve de diciembre de mil novecientos setenta y ocho. Y en el nombre de dios hizo una llamada a la concordia para superar, como deseó Suárez, hechos y actitudes que causaron la guerra civil “y que pueden volver a causarla”.
Esas palabras no son una invocación a la concordia; son la proclama de que ahora hay, de nuevo, razones suficientes para empezar otra cruzada contra separatistas, rojos y gente sin dios. Y sale de la boca de un representante de esa iglesia católica que saludaba brazo en alto, hacía entrar al dictador al templo bajo palio y lo defendía en los conciliábulos del concilio Vaticano porque les había devuelto la enseñanza que la República le arrebató.
Esas palabras no son la invitación a la concordia; son palabras que denotan añoranza, un ladrido provocador e inútil.
Nadie abandonó el escenario de ese discurso soez y anacrónico. Nadie tuvo la vergüenza, la dignidad o la conciencia de marcharse de aquel acto del que se había adueñado un mensaje hipócrita y siniestro.
    Seguramente, si hubiera un Clarín entre nosotros, habría encontrado material para una página brillante sobre la miseria indeleble, sobre las costras purulentas que se aferran al pellejo del país. Este talibán encumbrado en una iglesia oficial amurallada en el integrismo y en el miedo a la libertad del ser humano, nos ensucia el aire con su aliento envenenado. Necesitaría una jubilación animada por el sonido bronco de la fusilería al amanecer, la confirmación de que la sangre de los desafectos se derrama como homenaje a su dios imaginario, ese padre enloquecido que se complace en el sacrificio de sus criaturas. 
      Mi propuesta, seguramente demasiado generosa para lo que merece, es aislamiento preventivo en institución cerrada y tratamiento paliativo para su incorregible forma de locura. Pero tendrá su calle y su funeral de Estado, cuando su dios lo llame a su presencia
    Dice Esperanza Aguirre, sin embargo, que las marchas de la dignidad son una forma manifiesta de terrorismo. Pedir pan y trabajo es terrorismo en la España que apacienta Rouco, mientras proclama que se dan razones para una nueva cruzada que salve a la patria de la gente sin dios.
     De pronto, hemos vuelto a un pasado miserable y odioso.
    El funeral de Estado ha sido un acto fallido más en esta España inerte e institucinalmente corrompida. 
   Porque el único Jefe de Estado extranjero que asistió ha sido un dictador impresentable.
   Porque se manipula burdamente la dimensión de un hombre muerto para que los vivos enriquezcan su currículum.
   Y porque la sociedad civil niega su ensencia laica y confiere total protagonismo a un representante religioso que en absoluto lo merece.