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domingo, 30 de marzo de 2014

¡Gracias, Merkel!

         Un proyecto colectivo, por muy razonable que pudiera parecer en sus orígenes, sometido a los intereses de una minoría poderosa está condenado al fracaso. Porque dejará de ser colectivo indefectiblemente.
            La Europa posible que alguna vez imaginamos parece más inviable cada día. Muchas voces respetables han venido avisando de las consecuencias de la gestión interesada que el Bundesbank, el capitalismo alemán y su Cerbero político, han hecho de la crisis. Cada paso que Merkel ha dado ha resquebrajado un poco más los inseguros cimientos de la Europa comunitaria.
            Y no era preciso ser un adivino. No solo estaba poniendo en peligro el proyecto común, cosa evidente, sino haciendo renacer de sus cenizas al monstruo del fascismo. Es hijo de las crisis económicas duraderas. Siempre acude a la cita. Está llegando con su cerebro ofuscado y primitivo, su desprecio a las leyes,  su miedo a la libertad y su afición a las fronteras. Rebosa violencia y odio su corazón irracional. Busca enemigos para poder justificar su necesidad y  su misma existencia. Luego focaliza la frustración colectiva sobre ese enemigo, suelta los perros del miedo entre la gente sin esperanzas, y va cobrando fuerzas de forma que desespera a la razón humana.
            Hoy domingo,30 de marzo, mientras escribo, puede que el Frente Nacional Francés, se haya alzado con el triunfo en las elecciones municipales de Francia, la cuna continental de las revoluciones bajo la bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad; el país que acuñó la palabra ciudadano como la máxima expresión de la dignidad humana. El programa del Frente Nacional se puede resumir muy brevemente: abandonar el euro y salir de la Unión Europea, un triunfo de Merkel, el Bundesbank y los funcionarios serviles de la Unión.  Marine Le Pen lleva también otros planes extraordinarios en sus compromisos políticos que hoy, quizás, le den el triunfo en Francia, cerrar las fronteras francesas a los inmigrantes, restablecer la pena de muerte, aumentar la dotación de las fuerzas de seguridad, anular los principios de la Convención Europea sobre derechos humanos, prohibir las manifestaciones de contenido contrario a los intereses nacionales, reducir el derecho de asilo y acabar con la doble nacionalidad. Los seleccionadores deportivos franceses lo tienen crudo, si ella gana.
            ABC proclama hoy que se espera el triunfo de este “gran partido obrero francés”. No necesita decir mucho más para que sepamos por qué suspira la caverna nacional. Envalentonados con los vientos que soplan, los filonazis patrios marcan el territorio en las fachadas y en las puertas de las sedes de los partidos de Izquierda y de los partidos nacionalistas con pintadas de cruces gamadas y advertencias de que irán al paredón.
            Ahora hemos tenido conocimiento de que durante el año 2013 Bélgica expulsó a casi trescientos españoles de su territorio por  carecer de trabajo y resultar una carga para sus programas de protección a desempleados. Se confirma que las medidas empobrecedoras de la Europa aficionada a los recortes producen desempleados pobres y necesitados de protección. Y estamos confirmando que la mejor medida para librarse de esa lacra es la expulsión al otro lado de las fronteras. Poco importa cuántos convenios comunitarios se transgredan. Alemania está estudiando la aplicación de esa medida. 
            Pronto recuperará esa Europa humanitaria, democrática y cristiana, los viejos campos de concentración. Ser pobre y no encontrar trabajo en esta Europa que se empeña en políticas contrarias a la lógica social será pronto un delito. Y en algún lugar habrá que hacinar a los millones de delincuentes que afloran y crecen cada día.
            Hay que agradecérselo a Alemania que de campos de concentración tiene un muestrario único. Ni en diez vidas que tuviéramos tendíamos la ocasión de darle las muestras de agradecimiento que merece.
           


domingo, 23 de marzo de 2014

Y la dignidad se echó a la calle

               Ayer no era un día para permanecer impasible. Ni siquiera para intentar ser objetivo. Buscar la objetividad cuando el enemigo manipula cualquier información que sale de su boca, sería un exceso de nobleza. Y lo llamo enemigo, porque es mi enemigo quien quiere apoderarse de mi soberanía y de mi conciencia.
            Ayer era el día de asumir un oficio que no me corresponde, divulgar en la red lo que llegaba de otros informadores anónimos, y probablemente condicionados por su propia experiencia próxima, por su visión particular, por su vivencia en directo de los acontecimientos que debían ser la noticia del día. Con ello asumía mi compromiso de la última entrada de este blog. Es evidente que los medios generales de este país sirven a su dueño y señor; y es evidente que en una verdadera democracia resulta imprescindible la prensa independiente, la que publica, no ya la verdad, sino, al menos, su verdad y no la que el poder al servicio de los intereses económicos de una minoría le dicta.
            Hoy ya es el día de la reflexión, de aplicar nuestro instrumento más potente para sacar conclusiones que nos enseñen. Sin ese proceso en que el ser humano está inmerso de forma permanente, aún viviríamos en cavernas y seguiríamos sobreviviendo como recolectores y cazadores errantes.
            Comparto con vosotros mis reflexiones por si os resultaran de alguna utilidad. Las simplificaré cuanto pueda para no cansaros.
            ¿Por qué estas marchas de la dignidad me han resultado estimulantes?
            Antes de responder esa pregunta, hagamos una pequeña obra de cimentación si el asunto os resulta tolerable. La sociología más acertada que se escribe hoy en el continente europeo define a la sociedad europea en general por las carencias de sus individuos: depresivos frente a la adversidad, competitivos narcisistas, y por tanto condenados al individualismo,  perseguidores del éxito a toda costa, incluso a costa de convertirse en explotadores de sí mismos; también, manipulables. Y el valor humano se concibe solo como fuerza de producción y de consumo en el sistema operativo en el que el capitalismo nos tiene sumergidos.
            Todo ello, y otros aspectos que merecerían más espacio, nos convierte en una sociedad abocada al fracaso, tanto el plano individual como en el colectivo. Y ese fracaso que nos debilita y nos desanima es aprovechado al límite por los dueños del mundo. El capitalismo organizado, BCE, FMI o su cara oculta, que manipula los mercados a su antojo, nos da créditos para seguir engrasando su maquinaria inicua y destructiva  y destruye nuestra organización política  y social. A cambio de seguir respirando ellos exigen desregularización de las relaciones laborales, recortes de los servicios públicos, precariedad laboral, competitividad extrema entre los hambrientos que mendigan un trabajo en condiciones de casi esclavitud. Y han inutilizado los instrumentos imprescindibles para la convivencia democrática, empezando por la Constitución y el Parlamento. Diseñan las leyes de Educación a la medida de sus exclusivos intereses, y pactan con algún credo religioso coercitivo que colabore en la misión de idiotizarnos definitivamente. La corrupción que ha invadido todas las instituciones públicas y que es el procedimiento habitual de la actuación empresarial es el factor multiplicador que corroe la confianza ciudadana y, por ello, la viabilidad del sistema. También la democracia como sistema está en peligro. Temen a la verdadera democracia, porque temen al hombre que decide adueñarse de su vida y acordar con los otros las reglas más adecuadas para una justa convivencia. Por tanto, la corrompen y la deprecian a los ojos de gente primitiva y visceral, gente inhumana y con la razón muy atrofiada que solo entiende la existencia como un medio de eliminar a un enemigo, casi siempre inventado. Los fascismos renacen en Europa; en algunos lugares ganarán elecciones municipales mañana mismo.
            Un ser humano que convive con esto sin rebelarse responde al perfil  de un ser humano que ha perdido de vista su propia dignidad como individuo. Así que el nombre, -marchas de la dignidad-, ya me resultaba estimulante.
            Y luego, la esperanza. Gente capaz de esa aventura para exigir un cambio en las políticas, no solo aquí, sino en Europa, aunque fueran solo unos miles, es un resquicio ante esa visión desesperanzadora que la sociología, ese espejo que nos devuelve nuestra imagen, dibuja de nosotros mismos. No todo está perdido.
            Y el silencio oficial sobre esta iniciativa, la mordaza impuesta a los medios sometidos, me pareció una confesión en toda regla, pública y a voces, por la que el poder político reconocía su miedo a los que habían inicado ese viaje. Los controles y las trabas que el gobierno diseñó para dificultar el paso a los autobuses que acudían cargados de personas dispuestas a denunciar el reparto injusto de las cargas de la crisis y a reclamar respeto a su dignidad, me confirmó que esta iniciativa tenía un peso político importante. Los diseñadores de las estrategias defensivas del gobierno lo estaban proclamando.
            Y definitivamente, intentar que la masiva y ejemplar manifestación con proclamas tan justas como justificadas perdiera protagonismo a favor de las previsibles explosiones de violencia que siempre acompañan a estos actos fue ya la demostración definitiva; tanto como el esfuerzo de sus perros que ladraron todo el día a los ciudadanos españoles que acudían a  denunciar la miseria que vuelcan sobre nuestras vidas y a reclamar respeto a nuestra dignidad. Recibieron insultos, descalificaciones y amenazas. Provenían de  esas voces conocidas, envenenadas por el odio a la libertad que añoran la bota autoritaria sobre las costillas del país.
            Y esa es la prueba de que ayer sucedió algo importante. El ladrido de un perro siempre es proporcional a su temor. Ayer sintieron miedo.
            La dignidad ayer estuvo recorriendo las calles de Madrid y de otras ciudades del país. La dignidad, convertida en precaria agencia de noticias, intentaba ocupar el espacio desierto que abandonó la prensa  sometida, dependiente, maniatada y sumisa .
            Mientras,  la indignidad, acuartelada, oculta tras los cristales opacos del temor a la libertad, maquinaba mezquindades, deslizaba insultos y se ahogaba en el humor viscoso de su miedo. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Marchas de la dignidad

            Creo que fue González Pons, un miembro destacado del partido que dice gobernar  mientras socava los cimientos endebles del país, el que propuso que se censuraran las manifestaciones del 15 M en los medios de comunicación, con la sana intención de evitar el efecto llamada.
            En aquella ocasión la propuesta de censurar la información que no interesaba a su partido no dio todos los frutos deseados. Ahora, sin embargo, como consecuencia de algún inconfesable pacto entre cómplices dispuestos a prostituir los principios democráticos, no ha habido proclama, pero no podemos negarle a ese partido que ha conseguido la obediencia ciega a su consigna. Se está censurando de forma vergonzosa en los medios de comunicación,- casi todos ellos merecen el calificativo de medios de manipulación-, un hecho de indudable trascendencia, seis columnas de personas que reclaman otras formas de hacer política se dirigen a pie hacia Madrid desde diversos puntos de España. Comenzaron su viaje a finales de febrero. Nadie los dirige, pero tienen un objetivo común, denunciar las políticas de este gobierno que se ceban con los más necesitados de la protección del Estado y, solicitar su dimisión. Algunos alcaldes del Partido Popular les han puesto infinidad de inconvenientes para acampar en las localidades que gobiernan.
             A las cinco de la tarde del próximo sábado, 22 de marzo, todos confluirán en una multitudinaria manifestación por las calles de Madrid.
            No obstante, desde que comenzaron su marcha a pie desde todos los rincones de España, ningún medio se ha hecho eco de su peregrinación en busca de la dignidad que nos han ido robando con cada Decreto Ley. Da la sensación de que hayamos retrocedido, como en un mal sueño, cincuenta años  en dos años de legislatura. Han impuesto de nuevo los métodos franquistas en infinidad de hábitos de gobierno que parecían superados con el advenimiento de la democracia, por ejemplo en el derecho a la información que nos ocupa.
            Pero han vuelto a las viejas costumbres que nunca abandonaron definitivamente. Ya que no pueden transformar la realidad, manipulan o censuran las noticias que la realidad va fabricando.
            Esta derecha  nos va dejando ver su rostro un poco más en cada uno de sus actos. Y es el rostro de una derecha provinciana, con hábitos franquistas, soberbia, primitiva, que no cree en la democracia. Democracia es solo una palabra más de su discurso manipulador, un concepto vacío de contenido.  Pero no es solo culpable el que intenta manipular. En estos casos, el manipulador comparte la culpa con el manipulado que se lo permite, el pueblo que acepta las mentiras y llena las urnas de miseria.
            Da vergüenza, pero es así. Sólo la red, esa información que fluye como una avalancha y que todavía no pueden controlar, se ha hecho eco cada día de esa multitudinaria marcha por la dignidad. Los medios de comunicación en general son vicarios de la derecha ultraliberal, nacionalcatólica y amoral que nos gobierna. Unos, por afinidad ideológica; otros, porque han ido cayendo paulatinamente en sus garras por la situación económica. Ya no hay en este país medios independiente, y muchísimo menos una cabecera en letra impresa que pueda servir de referencia para el pensamiento de izquierdas.
            Tendremos que asumir esa responsabilidad desde nuestros escasos medios, pero somos legión. Cubramos la función de ese instrumento imprescindible en un sistema democrático. Seamos nosotros la prensa independiente.
      Y devolvamos desde los quioscos de prensa sus paquetes de mentiras sin abrir a los que censuran las noticias o las manipulan siguiendo las consignas de este gobierno que abomina de la verdadera democracia.
      Si han elegido un amo, que se queden sin lectores. 
      No se puede tener todo. 
   Al menos, nos ahorraremos la vergüenza de leer sus homilías.

domingo, 16 de marzo de 2014

Hasta enterrarlos en la mar...

         ¡Un comité de expertos! Cada vez que escucho esa expresión en boca de algún miembro del gobierno, un indefinible temor me embarga sin remedio. Expertos en remediar la crisis se incrustan en la Troica, y ya veis las consecuencias. Y son expertos, desde luego. Expertos en llevar el ascua a su sardina, en defender los intereses de aquellos a quienes sirven y en dejarnos las miserias  a escote a los demás, al ciudadano medio que se ha quedado, de paso, sin la protección de los Estados.
            Los últimos que el gobierno nos ha echado a la chepa son los expertos en derecho fiscal, ponentes de las reformas necesarias para salir del laberinto de nuestra deuda externa y establecer mediadas paliativas para el cáncer del paro. Si alguien alimentaba una esperanza, mejor hará en abandonarla.
            Cuando un gobierno se escuda en los expertos, un colectivo anónimo y que reclama la credibilidad que el título supone, algo malo trama. No pondré en duda la experiencia de las personas escogidas. Me gustaría saber qué líneas rojas les ha marcado Hacienda. Y con líneas rojas marcando el territorio, la experiencia es humo; nada vale, porque es difícil mantener la honestidad en una partida que se juega con los naipes marcados.
            A simple vista, no hay reforma fiscal en sus propuestas, en el sentido estricto de que en nada mejorarán las arcas del Estado. Hay como siempre medidas ideológicas. La primera que se me viene a la cabeza avergüenza, sería inútil aumentar la presión fiscal sobre las grandes empresas, porque tienen medios para burlar su obligación de contribuir al sostén del Estado, ingeniería fiscal elaborada o traslado de su sede social a cualquier país más tolerante. Soportan ya demasiado, un dos por ciento creo; cada una de mis nómina de funcionario medio soporta un veintisiete por ciento de retención. Yo debo ser rico en demasía. Los que fabrican a precios tercermundistas y no perciben que sus subcontratas esclavizan niños, pero venden a precios europeos, podrían instalarse en Luxemburgo, por ejemplo. 
        Yo preferiría instalarlos en la cárcel. Pero el sistema los pone como ejemplo de éxito empresarial y orgullo de la patria.
            Lo demás, desde mi humilde percepción de lo que debiera ser la democracia, carece ya de soporte moral, pero viene a confirmar las exigencias del capital sobre los gobiernos europeos, -más secundadas cuanto mayor sea el poder que otorgamos a la derecha cómplice y afín-, reducción de los costes empresariales con la falsa esperanza de mejorar el empleo y aumento de la presión fiscal sobre el resto de la gente.
            Dos vías se proponen.
            La primera es el socorrido recurso de cualquier dictadura, de cualquier sistema político sin legitimidad, sin soporte moral y sin deseos de acometer reformas justas. En esos casos se recurre al aumento de los impuestos indirectos que gravan el consumo, el IVA llanamente, lo más injusto puesto que grava a todos por igual independientemente del grado de riqueza. Estos expertos parecen asesores de un gobierno de otro tiempo, sacados de cátedras polvorientas de Universidades en blanco y negro donde el régimen colocaba a sus afines.
            En la práctica, cada subida de los impuestos indirectos impulsa a más pequeños empresarios y a más trabajadores ocasionales a la economía sumergida. Es un hecho que confirman los técnicos de Hacienda. Ni una medida de este gobierno infausto da frutos en beneficio colectivo. Para justificación moral basta la corrupción. Si los políticos, que debieran ser la referencia moral en sus comportamientos éticos y en el respeto a las leyes cobran en B y saquean las arcas del estado, ¿quién soy yo para afearles sus conductas siendo honesto…?
            Y la segunda clama al cielo. Considerar la vivienda familiar como un ingreso más de las personas físicas y aumentar los impuestos sobre ella. Ya pagamos por ella impuestos y su consecución devora un tercio de los ingresos familiares. Habrán tenido en cuenta aquella afirmación de Merkel cuando aseguraba que los españoles somos muchísimo más ricos que los alemanes, porque casi todas las familias tienen vivienda propia. Aquel artículo de la Constitución que hace referencia a la vivienda digna debe parecerles un reconocimiento innecesario, un insulto al orden social que aspira a la desigualdad como meta suprema.
            Ése es el núcleo duro. Pero el mensaje que oiréis será que Rajoy nos baja los impuestos para cumplir su compromiso electoral. Ya lo están haciendo sus barones en Extremadura y en Madrid. Hechos los cálculos, alguno de ellos ha establecido rebajas de veinticuatro euros en la declaración anual del IRPF, mientras su mano izquierda te exige copagos farmacéuticos por trescientos o te recorta servicios en dependencia por tres mil.
            Pura falacia. Esta derecha corrupta que gobierna cumple con las exigencias de quienes escriben su programa. Corrupta porque malversa la voluntad del pueblo y manipula. Corrupta porque se ampara en principios morales, pero escupe sobre ellos. Corrupta, porque os juro que no cree en la democracia.
            Para cumplir su verdadero cometido, ha diseñado poco a poco una democracia aparente que no tenga empacho en plegarse a las exigencias del mercado, el capital especulativo y criminal que nos gobierna. El instrumento, Decretos leyes con nocturnidad y alevosía y mentiras cínicas, desprecio en suma al ciudadano, al supremo soberano que ocasionó con su voto tantos males, al confiar en gente indigna, inmoral, que se llena la boca con la palabra patria y la traiciona.
            Nos costará trabajo recuperar lo que perdimos. Será imposible, sin una Europa que recupere su dignidad y su autoestima. Pero debemos empezar erradicando el mal en nuestra casa. Hay que agradecerles a Rajoy y a sus expertos los servicios prestados y ¡a cabalgar, a cabalgar hasta enterrarlos en la mar…!


miércoles, 12 de marzo de 2014

Yo me acuso

          El décimo aniversario del atentado terrorista de peores consecuencias  en el coste de vidas humanas y en el coste de cohesión social de este país tuvo el día once de marzo su ceremonia oficial y su escenario.
            Como corresponde a un país habituado a vivir en la apariencia de que respeta la tradición y las verdades inmutables, fue una ceremonia religiosa en una catedral de la Iglesia Católica. La presidió el cardenal Rouco Varela en la que pudo ser su última aparición oficial como presidente de la Conferencia Episcopal, el sínodo de los obispos españoles, ese casino de varones decrépitos, incapaces ya de apuntarse a un taller de actualización laboral, en el que aprendan de una vez el significado de palabras imprescindibles para seguir el ritmo de los tiempos, pongamos por caso Constitución, Estado Laico, Libertad, y Respeto.
            Poco importa que hubiera víctimas de casi todas las confesiones religiosas conocidas o que muchas no compartieran la fe de ningún credo. El cayado de Rouco pastoreó el recuerdo y el dolor colectivo. Los representantes de otras advocaciones de ese dios distante y padre incomprensible que, sabrá él por qué designios insondables, deja morir a sus hijos indefensos en el interior de un vagón que el odio ha calcinado, fueron invitados a asistir, pero se les negó el derecho a la palabra.
Para Rouco y los suyos, el integrismo que defiende su verdad como la única posible, el que proclama  que en cada disidente se esconde un enemigo que no merece tregua, la libertad religiosa es una imposición legal, un error del derecho por el que se permite a los hombres equivocarse en la elección de los valores que han de regir su vida, y contra el que hay que combatir. La libertad religiosa no es un derecho humano según la soberbia concepción del mundo de quienes se sienten portadores de la única verdad sin otro sustento que su fe, una creencia personal sin fundamento y que, al parecer, moralmente obliga a pocas cosas.
Y con ese fundamento inestable y personal, la voz que ayer hablaba en nombre de la Iglesia Católica Española en el acto de recuerdo a las víctimas de un conjunto de malas decisiones, ladró de nuevo a la luna de sus miedos y de sus complicidades, como un perro asustado.
Salvo Aznar y él, nadie en este país arrostra el riesgo de negar las evidencias, lo hechos que la investigación judicial y los tribunales han confirmado como ciertos. Muchos de los antiguos compañeros de viaje, defensores de aquella mentira urdida a contramano para no perder las elecciones, sin otorgar, guardan un silencio obligado por los hechos, sabedores que esa causa se perdió hace ya tiempo. Todos sabemos que fue un episodio de una guerra que se libraba en un país distante, pero también aquí como los hechos demostraron. La declaró un presidente de gobierno con el ánimo henchido de soberbia por una foto histórica junto a un vaquero americano de inteligencia escasa y un inglés sin carácter, de los pocos que ese país habrá ofrecido al mundo.
Rouco ladró ayer de nuevo. Con el cínico descaro que adorna a algunos de los príncipes de la Iglesia, acusó a los jueces, a las fuerzas policiales que se esmeraron en una  larga y cuidadosa investigación, a los funcionarios públicos del Ministerio de Justicia y al partido que ganó las inmediatas elecciones de ser cómplices del crimen que aun hoy nos desconsuela.
Quizás fue el último ladrido oficial de ese fiero mastín que guarda de los lobos a su rebaño de creyentes. A decir verdad,  -no desmerezcamos a un mastín, raza noble que tanto colaboró con los pastores-, más parece rebuzno desabrido.
            Se va. Todos ganamos algo. Que su dios, ese dios hosco, enemigo de multitud de hombres y mujeres, lo conserve donde este individuo ácido y dañino, se tenga merecido.
            Yo me acuso, padre cardenal, de estar seguro de que es usted un hombre atrapado en la rueda del tiempo,  residuo descompuesto y maloliente de una iglesia servil que besaba la mano de un dictador sangriento y lo guiaba al interior del templo bajo palio.
            Yo me acuso, padre cardenal,  de que su sola visión, ya no digamos su palabra envenenada y excluyente, me produce una hostilidad pecaminosa, porque raya en el asco y el desprecio. El asco y el desprecio que provoca quien dice ser el mensajero del amor divino y no soporta la diversidad humana. ¿De qué dios nos habla, su eminencia? ¿Del que nos hizo así, sencillamente? ¿O del que nos hizo así para que su conciencia enfermiza tuviera un enemigo al que batir?
            Yo, que llevé sin excesiva hostilidad mi condición de bautizado porque así era costumbre  cuando vine  al mundo, me acuso, padre cardenal, de que recientemente elegí la apostasía. Usted, eminencia, me empujó. No soportaba ya figurar en esa nómina de cómplices involuntarios de esa Iglesia  infectada de multitud de podredumbres que su palabra dibujaba. Usted y todos sus compañeros de viaje representan una iglesia soberbia, intolerante, excluyente, inhumana, cómplice de la derecha política más destructiva de la historia reciente. Esa Iglesia parece más bien la obra de un dios rencoroso que odia a sus criaturas. Y ella misma es un pozo de odio, empeñada en ir declarando una guerra tras otra, incapaz de aceptar a la criatura humana como es. Y todo, por un acto soberbio que nunca merecerá el perdón de un ser inteligente. Porque creen que su fe, su necesidad de vencer a la muerte en otra vida, es decir, su miedo, les hace superiores y les da derecho a establecer cómo ha de vivir  su vida cada uno de nosotros.
En realidad, si hay un dios escondido en algún rincón del Universo, nunca podrá perdonar a Rouco el daño que le causa. Ese dios, si existe, no puede ser tan miserable como Rouco lo pinta. Que él se lo perdone, si su misericordia es infinita. De otro modo, veo su capelo ardiendo en el infierno. Amén.


martes, 11 de marzo de 2014

11 M


            Los pueblos suelen recordar sus dramas colectivos  con la intención de que no vuelvan a repetirse. También para honrar a las víctimas inocentes de aquellos acontecimientos que truncaron sus vidas. Acontecimientos desencadenados por comportamientos irresponsables. Porque absolutamente irresponsable fue la decisión de José María Aznar de involucrar a un país que ni tenía, ni tiene, una fuerza militar significativa para participar en cualquier guerra – y allí acudíamos a una guerra, y no a realizar labores humanitarias-, ni sacaba beneficios que justificaran, aunque fuera una justificación inmoral, correr el riesgo de provocar al ejército en la sombra del terrorismo islámico en la guerra universal y sin fronteras que ahora se libra en tantos frentes.
            Aznar es un hombre soberbio, de comportamiento compulsivo y poco racional en ocasiones. Un ególatra enfermizo. Y el partido que lo encumbró, poco habituado a los hábitos de la democracia de cualquier tipo, casi una reedición encorbatada de la estructura de las monarquías autoritarias, obligado por tradición y servilismo debido a dar culto a su jefe, agravó su dolencia.
            Media España, armada de pancartas, rechazó aquella guerra. Pero este partido nunca escucha. Se defiende acusando a quien reclama. Al parecer, entre los suyos, Aznar no escuchó ni una palabra que recomendase  prudencia. Sus secuaces aprobaron una resolución tardía del Parlamento  que  legitimaba aquella invasión de otro país con el que no teníamos causa abierta. Aznar, en persona, se empeñó en declarar la guerra a Irak. ¿Se nos olvida que habíamos declarado la guerra a ese país…?
            La culpa de aquel crimen se reparte. Eso es lo que a mí, hoy, diez años después, me viene a la memoria.
            El frente de batalla estaba lejos, pero el atentado brutal del 11 M fue un episodio más de aquella guerra. Y aprendimos que el mundo entero era un posible frente de batalla, porque en las guerras de estos tiempos no hay un lugar seguro donde podamos sentirnos a salvo del horror. Tampoco existen códigos de honor.
   Y la indignación. También me viene a la memoria la indignación avergonzada que me provocaron quienes, ajenos al dolor de este país horrorizado por la violencia inesperada, se esforzaban exclusivamente en imponer una verdad a su medida para no perder las elecciones. El dolor de las víctimas quedó para mejores ocasiones.
    Aun hoy, la Secretaria general de ese partido que nos llevó a la guerra, pone en duda lo que la historia ha confirmado.             

domingo, 9 de marzo de 2014

Democracia de guiñol

      Madame FMI, esa sibila del capitalismo sin fronteras, ese ser andrógino que viste de diseño y ha olvidado la risa en el mismo lugar donde perdió su alma y su conciencia, acude a reforzar en las encuesta al gallego dubitativo y amoral al que otorgasteis el derecho de dejarnos sin futuro. Que estamos en la senda correcta,- nos dice con su voz sin matices, tras haber ingerido la infusión de yerbas que descubren el futuro al escogido-, pero hay que insistir en las reformas laborales y aumentar el IVA.
     Cada vez que oigáis hablar de esa necesidad de avanzar en las reformas laborales, un trozo de la bóveda de derechos que el trabajador había ido construyendo lentamente, se desploma sobre nuestras cabezas y el beneficio del capital sube un peldaño en su escalera hacia el colapso.
   Y ahora la derecha europea, emboscada en esas Comisión donde el capital se enrosca y pone sus huevos venenosos, la que dicta leyes de hierro para el pobre y es amable y permisiva con sus amigos ricos, vuelve a insistir en que el gallego cínico al que otorgasteis el privilegio de arruinarnos, nos apriete las tuercas. Hay que insistir en la reforma laboral, rebajar los costes sociales a las empresas, y subir los impuestos indirectos. De paso hay que privatizar todos los servicios públicos que puedan derivar en empresas productivas.
       ¿Habéis oído que alguno mencione la corrupción y la evasión fiscal como los dos motores más potentes que nos impulsan a la ruina? 
        No. ¡Jamás! 
     Son los corruptores  y los evasores fiscales los que apoderan a sus empleados en los órganos de poder de esta democracia de guiñol con la que intentan distraernos.
   Mientras el gallego pronuncia sus discursos mostrándonos la puerta hacia la tierra prometida donde mana la leche de los veneros por propia iniciativa, se desploman los panales desde las ramas de los árboles rebosantes de miel y donde la tierra te ofrece al paso una cosecha de panes candeales, vosotros bajáis un escalón hacia la ruina y hay otros que suben de dos en dos en dirección a un riqueza injusta, porque se basa en el robo al estado y en la explotación de un semejante.
     Y con cada paso que damos en esa dirección, el Estado que queríamos protector, se va convirtiendo en un desconocido, una guarida de canallas que pervierten su función. Pronto no será sino una traílla de perros adiestrados para defender las fortalezas donde los ricos se aíslan de la mugre cotidiana y para limpiar las calles de los desahuciados fieramente armados de pancartas.
             Y si aun dudáis, es que el teatro de guiñol os tiene confundidos. El gallego que nos arruina mientras nos dice que gobierna, ha sido cuidadosamente desprovisto de principios morales para que cumpla su función, invocando la ley y sin que le remuerda la conciencia; él ha sido programado para mentir con desparpajo, como un robot cínico y sin alma. Pero creo que vosotros no habéis sido programados para dejaros engañar. En alguna parte, buscadla, debéis tener un alma intacta y valerosa.
            

domingo, 2 de marzo de 2014

Burro de noria

         Hay en Galicia una voz autorizada para hablar de Andalucía. Se trata de ese político notable que atiende por Alberto Núñez-Feijóo, presidente ahora de aquella tierra donde en la antigüedad ya se acababa el mundo. Él es también un barón notable del partido ejemplar que nos gobierna. En su día sonó como un sustituto de consenso para un Rajoy contaminado por los papeles de aquel tesorero cuyo nombre nadie recuerda ya.
          Vino a decir el hombre, el día que Andalucía celebra su fiesta nacional, que la Transición no habrá terminado hasta que caiga el régimen político andaluz que gobierna en esta tierra.
            Confirma con ello que Andalucía es como una astilla clavada bajo las uñas del PP.  Una amante que a la vez se odia y se desea.
             Se me antoja que la palabra régimen tiene una carga peyorativa evidente en el discurso de Feijóo. Algo así como que la izquierda usurpa el gobierno en esta tierra desde siempre por procedimientos ilegítimos y que no gana las elecciones de forma limpia, sino porque ha establecido una amplia red de intereses clientelares con la que atrapa el voto de los ciudadanos analfabetos del Sur.
            Sabrá de lo que habla. En Galicia su partido es experto en esas lides. En Galicia, -también en otros sitios-, su partido ha recuperado de las cenizas de la historia el papel primordial de algún cacique imprescindible para ganar las voluntades del votante; en Galicia, sus logreros a sueldo acarrean el voto emigrante cada vez que es preciso y cuando la incidencia de ese voto perjudica, cosa que sucedió en las últimas elecciones autonómicas, se manipula el censo con las urnas abiertas todavía y se elimina de las listas al emigrante, para que la elevada abstención no se interprete como un voto de castigo a las medidas de Rajoy.
            En una cosa sí tiene razón este gallego entrometido que desprecia el voto andaluz y, por tanto, al pueblo que lo emite. Puede que esta interpretación de sus palabras no se ajuste a sus verdaderas intenciones. Si es así, más le valiera pensar un poco antes de hablar, pero será como negar, en parte, la naturaleza misma de esa derecha patria, soberbia, autoritaria, y casi siempre visceral.
            Tiene razón Feijóo en que la Transición no ha terminado.
            No solo no ha terminado, sino que cuando podamos arrebatarle este país a los que ahora están empeñados en dejarnos el futuro hipotecado, habrá que comenzar de nuevo un largo camino de retorno hacia los derechos, las libertades, el reparto más justo, el empleo, la autoestima, la educación , la sanidad, y la igualdad que merecemos. De paso habrá que erradicar de forma trabajosa la grama de la corrupción que se ha extendido por todos los rincones del país.
    El partido que ahora gobierna no es de hoy. Y mucho menos, de mañana. Es de un ayer remoto. Lleva sobre los hombros la caspa del miedo a las libertades, la necesidad de recuperar antiguos privilegios, la vocación misionera de convertir en leyes los mandamientos de su fe impostada, y una vaga nostalgia de los caciques. Y Cospedal experimenta ya con recuperar el voto censitario.
   España a veces parece un burro castrón atado al palo de una noria. Siempre caminando, y no llega jamás a ningún sitio. Con los ojos vendados, al burro se le niega, incluso, la posibilidad de imaginar otro destino.