El uno de agosto pasado
Rajoy provocó la ira unánime de la oposición por mentir en sede parlamentaria
sobre la contabilidad oculta del Partido Popular, los sobresueldos de sus
dirigentes y sus procedimientos ilegales de financiación.
Aquella cólera repentina y poco duradera
me resultó ridícula. Debía dimitir por haber mentido ante el Parlamento. Como
si Rajoy hubiera dicho alguna verdad desde que se dedica a la política.
Ayer volvió a mentir ante el Parlamento
y esta mentira es mucho más difícil de soportar. Porque miente sobre la
situación real de este país y sobre la situación real de la cuarta parte de la
población activa que está en situación de desempleo.
Afirmaba Rajoy ante el Parlamento que
gracias a su Reforma Laboral durante el 2013 no se había destruido empleo en
España. Miente a sabiendas, con absoluto desprecio a la realidad, a los datos
objetivos, a la ciudadanía y me temo que con el beneplácito de buena parte de
las bancadas de diputados, porque nadie solicitó su dimisión, aunque es
evidente que mentía de nuevo en sede parlamentaria.
Y mentía porque la EPA, la Encuesta de
Población Activa, la que el gobierno emplea para sus previsiones económicas y
la que aceptan los organismos internacionales porque no hay, hasta ahora, dudas
de su objetividad desmiente al presidente del Gobierno. Según los datos de la
EPA, y falta por cuantificar el último trimestre que no suele ser muy positivo
por el despido de trabajadores temporales de la campaña de verano, se han
destruido ciento treinta y cuatro mil empleos en España durante 2013. Y hay un
dato aun más negativo, durante 2013 el número de personas empleadas en España
ha disminuido en medio millón.
Si yo conozco estos datos, el
presidente del Gobierno y el resto de diputados también debieran conocerlos; es
su oficio, saber de la situación del país cuya gestión les encomendamos en las
urnas.
Rajoy miente; sus ministros mienten; la
policía miente para justificar sus actos brutales o injustificados; la fiscalía
miente sobre las responsabilidades penales de los privilegiados históricos; los
partidos políticos se reparten cuotas en los órganos del poder judicial
poniendo en entredicho la independencia de los jueces... Todo el mundo miente y
cuando alguien no se atreve a mentir, guarda silencio bajo el lema "no
tengo nada que decir". Todos ellos creen que el puesto que ocupan les
corresponde por carta de naturaleza. Han olvidado que son nuestros delegados,
que somos nosotros quienes pagamos sus salarios y quienes les otorgamos su
poder temporal.
La reforma de la Ley de Seguridad
Ciudadana que promueve el Gobierno pretende amordazarnos para que no podamos
llamarles mentirosos en las plazas ni en las calles de España. Ello no les hará
más dignos ni menos mentirosos, pero amordazará la boca deslenguada del pueblo
sin otra alternativa que gritar su desesperación y su cansancio.
Lo peor de esta mayoría parlamentaria
es que nos ha devuelto las peores maneras del franquismo rancio bajo un disfraz
prestado por la democracia.
Y la verdad que aflora, porque no hay
quien la pueda ocultar, es que las medidas políticas de la derecha europea han
generado una larguísima situación de indefensión a los trabajadores de Europa
al tiempo que ha desmontado, donde la debilidad económica se lo ha permitido,
la protección del Estado del Bienestar, el viejo enemigo porque detrae
impuestos para garantizar igualdad mediante servicios y garantías
sociales.
La verdad vergonzante que aflora es que
ciento veinte millones de europeos - uno de cada cuatro- viven en el
umbral de la exclusión social, incapaces de garantizarse un plato de comida a
la hora de comer. La verdad es que veintisiete de cada cien españoles ya están
en ese umbral, y eso afecta especialmente a niños, mayores de sesenta y cinco
años y minorías étnicas.
En Europa el porcentaje de gitanos que
viven en la más absoluta marginación es abrumadora; pero son los más débiles y
están siendo los primeros en soportar, incluso, la exclusión territorial, la
expulsión de las fronteras de muchos países de la Europa civilizada,
democrática y cristiana que ha enarbolado con orgullo los lemas de las
revoluciones por la libertad y la igualdad.
La verdad incuestionable que aflora es
que esta Europa avarienta está arrebatándole el futuro a muchas generaciones de
jóvenes. La verdad es que esos jóvenes pronto no tendrán nada que perder y que
no es descartable una explosión social.
¡Viejo continente hipócrita, gentes de
vicios perdurables y memoria enfermiza, pueblos que devuelven una y otra vez
las armas al enemigo al que han tenido que derrotar ya tantas veces para poder
vivir con dignidad!! Ahí lo tenéis de nuevo, maquinando campos de concentración
con los muros invisibles de la limitación de los derechos, la pobreza, la
exclusión, la enajenación de la conciencia individual en el destino colectivo e
inevitable que nos diseñan las "únicas medidas posibles".
Las evaluaciones internacionales, esas
que miden la cultura de los pueblos, también mienten. La cultura como vacuna
contra la vacuidad mental de las personas ha fallado. Europa debiera
avergonzarse de su presente miserable. En el siglo XIX estaría ardiendo por los
cuatro costados. Aquellos europeos si darían resultados dignos en cualquier
evaluación.
Nosotros, sin embargo, agradecemos las
mentiras esperando que ellas, si no nos liberan de un futuro incierto, nos
libren al menos de la obligación de rebelarnos.