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martes, 31 de diciembre de 2013

El mégaron de la reina

             

          Recientemente ha sido noticia que la reina de Inglaterra -y el gobierno, se supone- ha perdonado e indultado al padre de la inteligencia artificial, héroe de la Segunda Guerra Mundial, que ayudó a descifrar los mensajes alemanes y, por consiguiente, a la supervivencia de su país. Fue condenado por sus inclinaciones homosexuales y apartado, como un apestado, de la sociedad. Apareció muerto, envenenado, sin que se sepa a ciencia cierta si aquella muerte fue un suicidio. ¡Que más da! Antes había sido sometido a castración química.
           Avergüenza que otorguen su perdón  aquellos que debieran implorar el perdón de  los demás; que indulten quienes debieran estar condenados por crímenes contra la humanidad.
             Y el integrismo católico aun andará retirando de la vía pública los altares móviles y  la parafernalia de su proclama a los cuatro vientos de cuál es la única familia que ellos aceptan y pretenden imponer a los demás. De paso, dan gracias a dios por el ministro Gallardón, fiel instrumento de sus mandados.
               Llevan siglos así. Hay una moral inicua que se otorga el derecho de regular la sexualidad y las conciencias individuales. 
           Tienen miedo del individuo, de su capacidad de reinventar la vida en busca de un derecho inalienable, ese al menos es nuestro porque late poderosamente en nuestro interior, el derecho a buscar la felicidad, aunque a veces nos resulte engañosa y efímera.Poco importa. Así es la condenada. Engañosa, casi siempre; efímera, porque así es nuestra naturaleza.
                 Por si pudiera ilustrar a alguien, hoy os dejo pequeños trozos seleccionados de un librito pequeño, un viaje a través de la geografía de la Grecia que aparece en la Odisea y de los sentimientos y las frustraciones de algunas de sus mujeres más notables.
       En los textos seleccionados es Penélope, abrumada por la soledad y por el duradero abandono de su marido, entregado a empresas que ella no entiende ni comparte, la que nos va desgranando sensaciones y sentimientos. Los números en subíndice no significan nada en esta entrada. Son referencias, glosas, del libro que pronto habrá de ver la luz. Las he evitado aquí, por razones de espacio.
           Reivindico con ello la condición humana, tan frágil ante la soledad indeseada; la fuerza de nuestros propios impulsos naturales; la belleza del amor y de la sexualidad libre y gozosamente compartida.
            Que el 2014 os proporcione amor a borbotones, como un manantial inagotable y fresco.


         Durante muchos años el palacio del rey guardó su ausencia. Se cubrieron los muebles bien labrados con los paños oscuros que se guardaban para los funerales de Laertes; mandé a mis esclavos retirar la rica vajilla, las cráteras de plata, los tapices polícromos de Siria y los adornos de marfil de Babilonia; despedí a los citaristas y a las danzarinas orientales que compró Odiseo a los piratas focenses para que danzaran desnudas ante sus capitanes en las noches de ocio y abundante libación de vino rodio; y entregué el cuidado de la hacienda  a un ecónomo de honradez bien probada. Luego, como hembra viuda, renuncié  a collares, ajorcas y diademas.
***

            Renuncié, también, a mis paseos  en barca por la tranquila bahía que lame con sus aguas espumosas el bosquecillo de laureles de palacio, donde alguna vez el rey me persiguió simulándose un fauno, y me poseyó con la impaciente violencia del guerrero.
            No he de negar ahora que me turbaba la presencia de un remero joven, de espalda musculosa, dentadura blanca como el azahar del limonero en primavera, y ojos azules y profundos como el mar de Corinto. Semejante a un dios era el remero Etón. Y Afrodita (29) destilaba en mi corazón despechado sentimientos confusos, avivando el fuego que yo creía dormido desde la marcha del rey.
            No he de negar que me turbaba su presencia y su perfil dorado de pescador de Thera (30); y que alguna vez, mientras me llevaba hasta la barca entre sus brazos, para evitar que se mojaran los bordes de mi falda, tentada estuve de acariciar el vello dorado de su pecho con la yema de mis dedos y de acercar mis labios a  su boca. Bajo el triángulo de lino que cubre su cintura, yo presentía su sexo turbador. Demasiado próximo para una reina solitaria que empieza a envejecer en un lecho desolado y frío.
***
        Si alguna vez vuelve Odiseo, el paso arrogante, con su piel de pantera sobre el hombro derecho, el arco curvado, blandiendo sus lanzas de puntas broncíneas, tendrá para calentar su vejez el vino de Mesara (31) y el recuerdo de su gloria en los tapices. Para la reina quedará compartir en secreto su nostalgia y sus achaques.
            Los guerreros envejecen antes que el resto de los hombres. Han convivido con la Parca en cada guerra y el aliento envenenado de la muerte compartida les arrebata el vigor con prontitud. Sólo encuentran consuelo en recordar sus hazañas a los parásitos que frecuentan los fogones de su casa, en el juego de tabas y en el vino. Rara vez se ocupan, como antaño, de la caza del toro salvaje, y olvidan sus jaurías, y despiden a sus ojeadores, abrumados por la añoranza y por el recuerdo doloroso de sus cicatrices.
            Con la paz se vuelven melancólicos los guerreros. Llegan, incluso, a detestar a  los que cantan peanes (32) en honor de Apolo para celebrar la victoria, y rehúyen con el tiempo los cortejos de címbalos y escudos entrelazados, sobre los que alguna vez se sintieron dioses adorados por la multitud.
            Y en el tálamo se comportan de forma distraída, como si  alguna mujer que conocieran en  un lugar lejano se hubiera adueñado de todo su deseo,  de toda  su memoria.

***



            He visto a las doncellas de palacio bañándose desnudas entre los delfines y las algas. Y la contemplación de sus alcorcillos morenos y prietos, el oscuro reflejo de algún pubis de niña entre las aguas claras, me ha despertado una fiebre desconocida, como si Afrodita encontrara placer en confundir el corazón de una mujer que envejece sin compañía en su lecho. Incluso se complace en ocupar mis fantasías con un esclavo nubio (35) que guarda las puertas de palacio. Los ojos imprudentes de la reina se demoran con placer en la bolsa de cuero que protege su sexo. Y hay noches en que el nubio visita mis sueños intranquilos, coloca una azagaya oscura entre mis pechos, y aguarda mis órdenes con mirada en las que se mezclan el orgullo del varón y la docilidad del esclavo. Yo acerco mis labios a su lanza de bronce y, luego, me despierto bañada de sudores. Una saliva espesa me entorpece el aliento. Late en mi vientre un hambre antigua, ésa que cuenta la leyenda que ha convertido a las mujeres solitarias en delfines para buscar en el mar el remedio salvaje  a un mal tan antiguo como nosotras mismas. No la sacian la leche ni las frutas que han dejado a mi alcance las manos previsoras de Euriclea.
            He hecho azotar al nubio en mi presencia para castigar mi pesadilla o mi deseo y me reprenden los ojos apacibles de la nodriza del rey.

***
Es más de medianoche. Fluyen las horas. Yo estoy sola y velo.
            Ruego a los inmortales que me concedan el corazón helado de Artemisa (36), que no ha conocido jamás el acoso impaciente de este fuego.

            Velan también los pretendientes. Escucho sus risas y sus conversaciones insulsas de borrachos. Presienten que se derrumba el orgullo de Penélope, y ya cruzan apuestas sobre quién será el primero en compartir con ella el tálamo del rey. Para librarme de sus atenciones indecentes les he propuesto un juego. Aquel que acierte con la flecha a una manzana desde cincuenta pasos, tendrá derecho  a cortejarme. Me pidieron el arco que Odiseo se trajo de Mesina (37), pero ninguno ha podido hasta ahora tensar el arco del poderoso Éurito (38). Así que ahora compiten entre sí con un arco vulgar de madera de tejo.


***
           Han traído a mi presencia  a un vidente, ciego como Tiresias (40). Dicen que ha bebido el agua (41) de la fuente de Apolo y de las Musas. Ha visto en sueños a Odiseo desnudo ante una niña de cabellos dorados en la corte de los Feacios (42). Presiente su mente enfebrecida por el agua de Apolo que ha de volver el rey vestido con andrajos, pero no sabe cuándo.
            He pedido a Clarica, la joven esclava que cuida mi baño y mis vestidos, que le dé una moneda de oro y lo acompañe a la cocina para reparar sus fuerzas desgastadas. He sabido luego que ese coro de ranas que son los pretendientes le ha solicitado profecías sobre el tiempo que aún mantendrá su castidad la reina. Dice Clarica que el adivino ha reflexionado durante largo rato.
“Ninguno de vosotros compartirá su lecho”, ha dicho luego.
Y los nobles ociosos de Ítaca, los jóvenes imberbes que esperan la corona de esta tierra cortejando a una reina que podría ser su madre, las bárbaros rudos, rompieron a reír, y volvieron al arco.
            Dice también Clarica que el anciano murmuró más tarde que la celosa Hera  impedirá a  cualquier varón que se acerque a mi lecho, hasta que vuelva el rey. Pero ellos no lo oyeron.
            Mandé a los sacerdotes que sacrificaran un buey blanco, y que quemaran sus vísceras grasientas mezcladas con incienso ante el altar de Poseidón (43) para aplacar su cólera ciega. Una procesión de doncellas y jóvenes, vestidos de blanco, ha bajado hasta la playa con cestas de jazmines, y ha entonado cantos para que las Nereidas (44) propicien el retorno feliz de la nao de Odiseo.
            El calor de Ítaca es aún soportable. Están en flor los bosques de manzanos. Difunde el anís su fragancia delicada. Y ya se han cubierto las laderas con las rosas tempranas.

***
           La profecía del adivino sobre la maldición con la que Hera aparta a los varones de mi lecho me trae a la mente las costumbres liberales de Lesbos (45) , mientras Clarica entretiene mi tedio pesaroso interpretando las danzas graciosas de la tierra de Minos (46) con las piernas desnudas. No descansa Afrodita en su trabajo. Sabe tocar Clarica la lira de ocho cuerdas, y hace hablar a  los caramillos (47) gemelos con ritmo apasionado. Me complace en exceso la visión de sus senos menudos bajo la tela transparente de su blusa. El vuelo de su falda deja al descubierto unos muslos que parecen salidos de manos de un orfebre.
            Afrodita me incendia el corazón con un anhelo desconocido. Y deseo apagar esta sed que me quema en su carne de nieve.
***
           Rememoro sin placer el amor apresurado de Odiseo. Alguna vez me poseyó sin soltar su clípeo (48) dorado, sin despojarse del casco adornado con plumas, y he llegado a presentir en la risa sucia de sus capitanes, y en el brillo de sus miradas al cruzarse conmigo, que el rey los hacía partícipes de los secretos de su tálamo. La soberbia de los guerreros les hace presumir de que saben despertar la sed de las mujeres. Nunca cuentan que rara vez la sacian.
            ¿Qué puede saber un guerrero de lo que oculta el corazón de una mujer? En Grecia el amor sólo es asunto de mujeres. Ellos se ocupan de sus guerras.

***
           Hoy he invitado a Clarica a compartir mi baño tibio, y han nacido en sus pómulos de nieve dos rosas gemelas. Por respeto a la reina no ha querido despojarse de su peplo (50) ligero, anudado sobre el hombro con un lazo. Apenas en el agua, su figura delicada se hace visible bajo la tela mojada y yo busco el contacto con su piel de muchacha. La esclava virgen ha rehuido el fuego de mis ojos, sin duda turbada su inocencia por esta pasión que ha descubierto en mí.
            Contemplo su hermosura nívea, el escorzo leve de sus pechos, sus pezones duros y pequeños, su axila sombreada, la curva grácil de su cuello, su oreja breve, el arco perfecto de sus cejas, sus labios carnosos que tan bien esbozan la sonrisa...
            Con el atrevimiento que sólo presta la pasión, rozo con mis pies desnudos el interior suave de sus muslos, y me demoro allí donde presiento una  dorada pelusilla, como la de los melocotones maduros que vende en el mercado el liberto Caraxos. Tiembla Clarica con el descubrimiento de alguna sensación desconocida, y un fuego encantador le arrebola las mejillas. El amor me inunda con su fuerza ciega. Me quema en la garganta el aire que respiro. Se me ha vuelto la saliva espesa como miel de abejas.
            Tomo, entonces, su mano delicada y la llevo a mi pecho y le enseño el secreto de las caricias placenteras, hasta que ella descubre que mi pezón oscuro se encrespa como un pequeño animal que se dispone a luchar. Hace ya demasiado tiempo que mi cuerpo reclama este combate incruento y singular. Guío su mano pequeña por mi vientre, la conduzco con parsimonia por el bosque encrespado de mi pubis, y no sé si es ella la que tiembla o soy yo la que tiemblo de deseo. Ahora podría llorar la reina de emoción contenida durante mucho tiempo. La abrazo entonces con una fiereza que me asusta, muy semejante a la que depara el amor de los guerreros, le apreso el pecho con la mano que desteje los tapices que celebran la astucia de Odiseo, y busco sus labios sonrosados para volcar mi sed antigua sobre el manantial fresco de su boca. Es dulce  como el jugo de las granadas en sazón. Vela Afrodita por la reina, porque los labios de Clarica se entreabren, y me devuelve la caricia apasionada. Es una niña aún, pero su boca destila la pasión desenfrenada de una mujer adulta. Me permite Clarica que aprisione su lengua entre mis dientes, y la siento aletear como un pájaro nervioso en la red de un cazador. No sé cuánto tiempo habremos dedicado a las caricias. El agua tibia está ya helada. Bulle en mi interior una excitación desconocida. Presiente mi cuerpo un cortejo de placeres que se acerca. Y bendigo el genio generoso de la nacida de Urano mutilado (51) y su atrevida inspiración.


*   *   *

            La he invitado a compartir el lecho de la reina esta noche cuando todos duerman. Y ella se ha adornado el cabello con flores como una novia esperando a su amado, y deambula por palacio sumida en un silencio ruboroso. Su mirada, cómplice y turbada, se cruza con la mía, y me gozo en imaginar cada caricia que esta noche compartiré con ella, mientras persigo con ojos amorosos sus caderas redondas y su paso menudo. Odio la pereza de las horas en la cruel clepsidra, y suspiro por la llegada de la oscuridad.
            A mis esclavas jóvenes he ordenado adornar el lecho con guirnaldas de rosas encarnadas y anémonas blancas. De nuevo he hecho venir a los citaristas, y, hasta el ocaso, han entretenido mi impaciencia gozosa los jóvenes de Ítaca que cantan con voces como lirios canciones de hilanderas y campesinos. Todos suponen que se ha alegrado el corazón de la reina con las noticias de que Odiseo está vivo en la corte de los Feacios.

***

 El rubor de Clarica y su mirada esquiva me llenan de ternura. La he sentado en el lecho junto a mí, he ido soltando los lazos de su pelo, depositando  con parsimonia cada flor de su adorno en la almohada, y he besado sus manos y sus ojos. Le ofrezco una manzana dorada. Ella la toma, y logro al fin que sus ojos me miren. Me sonríe Clarica con timidez encantadora, y descubro la turbación que la embarga en el apresurado movimiento de su pecho. Muerde mi amada la fruta, y yo me apresuro a robar de su boca aquel dulce bocado con un beso febril. No se ha librado aún del sutil acoso del pudor, pero se ríe Clarica con risa cristalina, y devoramos la manzana, en silencio, poco a poco,  a besos apasionados y jugosos. Luego, he desatado su ceñidor, y he ido retirando su peplo lentamente, controlando el ansia de mis manos, anegando mis ojos con la pleamar hermosa de su cuerpo desnudo.
            ¡Cuánto te amo, niña mía! ¡Qué sabrá del amor un guerrero!

*  *  *

            Ha oído mi tierna compañera palabras amorosas y dulcísimas que el rey jamás oirá. Huele a manzanas maduras mi Clarica. Recorro con mis labios ardorosos la piel de su cuello; el nacimiento de sus senos pequeños y redondos; y busco sus labios carnosos y suaves, golosa del zumo de granadas de su boca entreabierta y gozosa. Huele también a nardos mi Clarica y hundo mi cara entre su pelo perfumado.
            ¡Vida mía! ¡Cuánto tiempo ha tardado la reina en descubrirte! ¡Qué solo el lecho de Penélope, estando tú tan cerca!
Apreso con mis labios su pezón sonrosado de doncella, dulce como los higos de Mitilene (53), tierno como las fresas maduras, y lo acoso con mi lengua obstinada y traviesa, hasta que se vuelve vigoroso y enhiesto, como un pequeño y aguerrido pregonero anunciando su excitación. Huele a mar mi Clarica.
            ¡Amada mía!

*  *  *

                En viajes incontables, como los de los mercaderes de esta tierra, suben mis labios a sus labios y bajan luego, sin dejar de besarla, hasta  la piel suave de su vientre. Miles de besos sobre su piel de niña. Descubriendo caminos que Odiseo jamás descubrirá en su periplo aventurero. Se queja tiernamente cuando intento morder su ombliguillo diminuto, y me rechaza con el cascabeleo de su risa cristalina. Pero, cuando mis dedos exploran los pliegues de su sexo de niña, se quiebra su risa, y se tensa su vientre y el arco de su espalda, y entrecierra los ojos, sorprendida por los recursos incontables del amor. Es mi pasión un río tumultuoso, un torrente que arrastra rocas por los despeñaderos de la montaña. Pero es tierna, delicada, suave. La pasión de una reina prisionera en el interior de una mujer. Se demoran mis dedos en su sexo, en caricias que alternan  suavidad y vigor, y me complacen sus gemidos entrecortados, sus temblores gozosos, la sorpresa que dibuja su mirada, sus lágrimas inexplicables, la insistencia de su boca que persigue mi boca, el dolor de mis labios donde sus dientes han dejado una marca diminuta.
            ¿Dónde has estado tanto tiempo, Clarica? ¿Cómo esta reina confundida no descubrió hace años tu hermosura?



lunes, 30 de diciembre de 2013

¡El libro, Antonio, el libro!

         Hace ya muchos años viví, durante meses, en un barrio humilde de la periferia sevillana por razones de proximidad laboral. Y no es éste un dato superfluo por lo que luego explicaré. Bien es sabido que el nivel cultural de esas zonas es menor que el de otros barrios de mayor nivel económico y social.
          No era raro encontrarme por las calles a los misioneros mormones, siempre en pareja como gemelos clonados por algún mandamiento de su fe; blancos americanos de piel clara, ojos azules casi siempre, delgados, con aspecto de deportistas seguramente destacados en sus respectivas universidades, amables, educados, extremadamente correctos en sus maneras; su uniforme impoluto, con su camisa blanca, su pantalón de tergal bien planchado, su corbata, su mochila oscura, recuerda sin lugar a dudas su origen acomodado y que sus familias votan , mayoritariamente, al partido republicano. 
         Sólo los había visto, hasta entonces, deambular por zonas de renta baja y escaso nivel educativo, quizá porque la fe de los más desfavorecidos en las rentas tiene las raíces menos profundas y son más proclives a cambiar a confesión. Ellos sabrán la causa.
            Durante muchos días llamaron a mi puerta, puntuales como las campanadas de un reloj, en plena canícula, a la hora sagrada de la siesta. Abría la puerta y eran ellos, iguales, sonrientes, afables, implorando la caridad de un vaso de agua fresca, llamándome por mi nombre que habían aprendido en el buzón. Por favor, Antonio, un vaso de agua por favor. Como no eran el enemigo, siempre accedí a su petición.  Ya se sabe que al enemigo, ¡ni agua!. 
       Si era un ardid para entablar conversación, seguramente tendrían estómagos flexibles, capaces de trasegar infinidad de vasos de agua, pues tendrían que llamar a muchas puertas cada día. No creo que hubiera muchos ciudadanos dispuestos a aceptar a aquellas horas,- ni a ninguna-, el inicio de un catecumenado mormón que cualquiera presupone laborioso y aburrido.
         Muchas veces me negué a recibir sus enseñanzas sobre el verdadero cristianismo, el original, que el propio Jesucristo y Dios Padre, cogidos de la mano, mostraron a Joseph Smith en la arboleda sagrada, supongo que una versión actualizada del paraíso terrenal en los Estados Unidos de entonces, que empezaban a despertar como una nación poderosa. Muchas veces los invité a no molestarme más con sus visitas. Pero os aseguro que fue inútil. Eso de la obstinación americana no es leyenda urbana.
        Entre furioso y desesperado, convencido de que solo recuperaría mi sagrado derecho a echar la siesta si encontraba el procedimiento para  apartarlos de mi puerta a aquellas horas intempestivas, sopesé el recurso a la violencia física; pero ellos eran dos, dos bigardos de la liga universitaria de baloncesto seguramente, vigorosos, jóvenes y, por añadidura americanos del Norte, de los que confían ciegamente en la victoria siempre, porque lo aprenden con la leche materna.
        Me incliné, sabiamente sin duda, por un sistema que nunca nos ha fallado desde los tiempos del valiente lusitano que figura en los libros con el nombre de Viriato. Elegí la guerrilla, la guerra de asechanzas, la sorpresa inesperada. Contaba a mi favor con la tradición teológica más antigua, con una sólida formación de Seminario que me granjeó una beca para la pontificia de Roma, con una justificada soberbia intelectual, porque su fe era una niña de pañales en comparación con la que a mí me transmitieron, aunque yo anduviera ya planeando una apostasía coherente con mi agnosticismo sin fisuras.
      Así que uno de aquellos días, tras el ritual de su petición de un vaso de agua, por favor, les abrí la puerta de mi casa, los invité a sentarse en mi sofá, y les ofrecí el vaso de agua cuando ya estaban cómodamente asentados frente al ventilador.
      Descubrí que uno de ellos llevaba la voz cantante, mientras el otro resultaba un meritorio que acompañaba para aprender el oficio. Pues el apóstol alfa sacó de su macuto el libro del mormón, lo abrió sobre la mesa y comenzó su alocución evangelizadora. Yo apenas eché una mirada desinteresada a aquel libro con estampas que dibujaban un mundo idealizado y luminoso  que ilustraban frases breves con resonancias de catecismo.
      El libro, luego,- les dije. Ahora me gustaría hablar con vosotros, que me aclaréis algunas dudas.
      Ellos se intercambiaron una mirada dubitativa, pero no se negaron. El libro, desde luego, seguía abierto sobre la mesa.
      Yo comencé a desgranarles dudas escogidas al azar, con un punto de resentimiento por tantas siestas sacrificadas a su celo evangelizador. 
      Les pregunté con afán de lingüista cómo era posible que las transcripciones que el tal Joseph o José Smith hizo de las tres tablas de oro que le entregó Moroni , y en las que estaba el germen de su fe, no se correspondiera con ninguna de las múltiples lenguas antiguas que somos capaces de descifrar. Hice , también, una malévola referencia a las dimensiones de aquellas tablas de oro que le dieron al poco letrado fundador material para rellenar cientos de páginas sobre la historia americana. Tras intercambiar la mirada dubitativa, ambos, el apóstol alfa y el apóstol meritorio , me indicaron el libro mientras me repetían:¡"El libro, Antonio, el libro..."!
       El libro, luego,- dije yo. Y les pregunté si no había un racismo profundo en los escritos del maestro cuando afirma que los amerindios, los nativos de todo el continente americano, de piel cobriza o mucho más oscura, eran los hombres desviados de la fe verdadera, los malos, a los que dios castigó señalándolos con el color de la piel...
       "El libro, Antonio, el libro..."
       El libro, luego. Y les pregunté si aun practicaban en secreto la poligamia, uso recomendado por su fe y prohibido por las leyes en su país de origen.
      "El libro, Antonio, el libro...". Y me lo señalaban con gesto de desesperación creciente
      Luego; el libro, luego. Y volví a preguntarles por qué procedimientos controlaban los ingresos de los feligreses de su iglesia para recabar el diezmo.
       Después de otras preguntas parecidas, como si tenían constancia de a qué lugar de los Estados Unidos, inexistentes por entonces, llegó Jesucristo en su viaje relámpago un día después de su resurrección , o de si alguien conocía los nombres de los doce apóstoles americanos, que escogió ese día, inexplicablemente blancos cuando faltaban siglos para que aparecieran por allí los colonizadores europeos,  y después de posponer, una  y otra vez, la lectura del libro de estampitas, ellos aceptaron su derrota.
       Se despidieron con una frase lapidaria y educada: "Antonio, tú no quieres aprender el libro".
       Nunca volvieron. Y yo recuperé mi derecho a la siesta en esas horas ardientes del mediodía de julio. No me diréis que la guerrilla no tiene utilidad. Bien que lo aprendieron los yanquis en la guerra de Vietnam. Para mi fue una victoria parecida. Recuperé la siesta y una indudable complacencia. "Yankee, go home!"
       Diréis que a qué viene esta historia. Pues en un momento lo sabréis. Las cosas no se recuerdan por capricho. Ha sido la última rueda de prensa de Rajoy la que me ha recordado este capítulo antiguo de mi vida. Antiguo y verdadero. Puedo jurar que lo que antecede sucedió un día de julio del año mil  novecientos setenta y cuatro. Y que cada palabra es verdadera.
       Yo creo sinceramente que Rajoy ha caído en manos de estos apóstoles americanos de la fe del mormón. No sé con certeza si práctica esa fe, pero sin duda se ha adueñado de la simpleza de su pedagogía tan primitiva, tan torpe, tan dolorosamente equivocada porque se basa en el desprecio a la inteligencia humana. Así se explica la ley de Educación que han diseñado. Enseña estampas engañosas de colores cálidos y repite como un autómata el pie de foto que sus asesores, los creadores de mantras que tantas veces han demostrado su eficacia, le han escrito: el dos mil catorce será el año de la recuperación, el dos mil catorce será el año de la recuperación, el dos mil catorce será el año de la recuperación...
        Las otras preguntas sobre el tema de Bárcenas, sobre las catorce horas de registro policial de la Sede central de su partido por orden de la justicia, sobre la reacción de Europa, incluyendo los gobiernos conservadores, ante la modificación de la ley del aborto, sobre  la deriva independentista en Cataluña, sobre la congelación del salario mínimo interprofesional, sobre la ley cínicamente denominada de seguridad ciudadana, sobre la subida insoportable del recibo de la luz, sobre el indulto de algún prohombre de su partido encontrado culpable por los tribunales de saqueo de las arcas del Estado... Eran preguntas, todas ellas, de quienes no quieren aprender el libro. Preguntas todas ellas a las que no se vio obligado a contestar. Se fue, como se fueron mis apóstoles mormones, sin contestar ninguna.
      Sinceramente, yo creo que Rajoy ha profesado ya en la Iglesia de los Santos de los últimos días.

martes, 24 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad

                Hoy me he bebido de un sorbo un largo viaje de retorno hacia la infancia. Un viaje hacia el pasado casi deshabitado, sin la esperanza de compartir ningún recuerdo,  porque muchas personas queridas se ausentaron; unos porque ya, seguramente, se cumplió su tiempo; otros, porque el tiempo aceleró su ritmo y les robó la vida muy a deshoras, cuando aún tenían largo camino por delante. Y quien queda ha escapado ya a la tiranía de la memoria, fugitivo del tiempo, de su propia conciencia y ajeno a sentimientos que entristecen los latidos internos.
          Me habré cruzado con otros individuos sin lugar a dudas, cada uno buscando su destino, quién sabe si el calor de la familia o si se trataba de una huida, pero me ha parecido estar cruzando un páramo inhóspito, solitario, fantasmal y desolado. Quizás puede ser culpa de las inclemencias del tiempo. Tramos de carretera que se adentraban en una niebla espesa, como trozos desgajados de un cielo sucio y denso que se cernía sobre los seres indefensos ante el invierno que insinúa su crudeza desnuda; tramos de carretera bajo el leve aguijón de un aguanieve fina y penetrante, como lágrimas heladas de los ángeles custodios de los seres desahuciados y solitarios que llorasen a escondidas, arrepentidos por la poca pasión que ponen en cumplir su cometido. Lágrimas de ángeles inútiles, la mayoría según se desprende de la historia humana.
         Intentando huir de esa sensación de desamparo, recordé de pronto el poder de los cuentos que alguna vez nos refirió una voz amable. Muchos tenían el poder de devolvernos la esperanza, porque después de padecimientos numerosos, los protagonistas lograban su final feliz. 
            Con esa intención, la de vencer mi desamparo, y quién sabe si el vuestro, hoy he decidido que os contaré un cuento, tan real que os parecerá sacado de la vida misma. Le procuraré un final feliz. Os lo prometo.
            Había una vez, al sur del Sur, en una ciudad provinciana donde la miseria moral, como las cigüeñas, mantiene nidos estables para volver cuando las condiciones son propicias, una empresa mediana con ínfulas de modernidad, maneras educadas y corazón podrido; no es una especie rara; aunque os parezca increíble, ha prosperado en casi todas los climas, en casi cualquier medio. Tanto le da el bosque como el desierto, si encuentra recursos que esquilmar. Es, también, de lo más adaptable que conozco. Ni siquiera desprecia la carroña como nutriente, cuando  llega el caso.
            Hizo fortuna por los procedimientos conocidos. 
         En primer lugar, por medio de una cuidadosa selección de personal. Titulados universitarios en la especialidad que requerían sus servicios - asesoramiento a otras empresa en cuestiones de sostenibilidad, gestión de recursos, observación de las leyes medioambientales y formación humana-, gente joven, con el macuto repleto de esperanza, de estudios de postgrado, de experiencias en el extranjero, de dominio de otras lenguas y dispuestos a demostrar su valía para asentar su futuro. Debían disponer de carnet de conducir y de vehículo propio al servicio de la empresa. Es cierto, les pagaban kilometraje según las disposiciones del convenio.
            Y en segundo lugar, mediante un maquiavélico sistema de remuneración: catorce pagas anuales de mil euros. Mileuristas que tenían la obligación de  acudir al trabajo de relaciones públicas vestidos con decencia y pulcritud. Garantizarte ese trabajo y esa paga tenía sus servidumbres; cada productor, para potenciar su creatividad y su necesaria iniciativa, debía elaborar proyectos y conseguir clientes cada año por cuya facturación triplicara sus ingresos personales. De otro modo, te esperaba el paro. También cabía, una vez superado el umbral mínimo, que tuvieras algún  estímulo en forma de reconocimiento dinerario  por tu esforzada colaboración al enriquecimiento de la empresa.
         De los accionistas, denominados también creadores de la empresa, nunca se tuvo noticias en el frente de batalla; vivían a cubierto, en despachos blindados y secretos. Nunca bajaron a la arena a ganar un cliente; nunca se supo de un proyecto innovador que llevara la firma de la élite. Su función primordial, por lo que luego ha trascendido, era contar billetes e ingresar en sus cuentas respectivas los ingresos de la fuerza creativa y productiva multiplicados por cien probablemente.
         Nada nuevo. Eso sí, controlaban los equipos de trabajo mediante el enaltecimiento de los mediocres; la elevación a puestos de jefatura y de dominio de la gente servil y sin conciencia, de las bocas agradecidas y, según se ha sabido, de la más predispuesta a otorgar favores sexuales, si resultaba requerida. Como premio, la empresa les otorgaba el privilegio de adueñarse de proyectos y clientes de cualquiera de los integrantes de sus equipos de trabajo, aduciendo razones peregrinas, si sus propios objetivos anuales peligraban. La oportunidad de oro se presentaba, indefectiblemente, cuando alguno de los trabajadores se ausentaba por razones de salud. Una baja médica era la disculpa perfecta para que la jefatura de tu equipo esquilmara tus proyectos y se adueñara de tus clientes, logrados en dura competencia.
            Capitalismo en estado puro. Competitividad es el término que enmascara estas prácticas salvajes y loables desde el punto de vista empresarial. 
            Durante años, aquel negocio funcionó. Ni siquiera lo más crudo de la crisis afectó de forma llamativa a los ingresos.
            En estas que llegó la reforma laboral, y el pensamiento de los habitantes de los despachos blindados se enceló en la idea de aumentar los beneficios aprovechando las facilidades que les otorgaban  sus compromisarios políticos. Maquinado y hecho. Durante meses, sin que los resultados económicos se hubieran modificado de forma sustancial en ninguno de los sectores de la empresa, fueron urdiendo condiciones simuladas de quiebra empresarial; la más dolorosa para los trabajadores que picaban cada día y cumplían su cometido fue la aparente ausencia de liquidez para abonar sus nóminas. Nueve meses seguidos sin llevar a casa su salario, estirando la paciencia y perdiendo de forma paulatina la confianza en la palabra de la empresa de que se trataba de una situación transitoria de pronta solución. La transitoriedad desembocó en la solicitud de un ERE y el despido masivo de la plantilla. Se les ofreció para paliar el desdoro del desempleo un nuevo contrato en una nueva estructura empresarial con las mismas funciones y cuyos servicios se destinaban a los mismos clientes, pero renunciando la antigüedad y a una parte sustancial de sus salarios.
            Hubo quien se negó rotundamente a aceptar aquella indignidad y eligió litigar en los juzgados, al amparo de los rescoldos de legalidad laboral que aún humean entre las ascuas de la ruina moral que ha echado el gobierno sobre la historia del país. Un juez decidirá algún día, porque los impagos a trabajadores no son una cuestión que requiera prontitud judicial. Y porque ya no existe el despido improcedente gracias al redentor Rajoy.
            Fueron despedidos sin compensación alguna.
            Pero os prometí un final feliz y a fe mía que lo hay. Antes de entregar las claves de sus discos duros, por las que la empresa se garantizaba la utilización de los proyectos elaborados para el futuro por personas con las que ya había roto el vínculo laboral, sacaron el fruto de su trabajo y los listados de clientes.
            Numerosos clientes de aquel entramado de sucios intereses denominado empresa reciben hoy idénticos servicios y ahorran una parte sustancial de la factura. Los desahuciados, constituidos en cooperativa, no necesitan ya enriquecer a los parásitos que intoxican el sistema productivo. La élite extractiva, la que ignora la ética y las leyes para garantizar sus injustificables privilegios, en este caso ha sido malherida por quienes ayer los sostenían con su trabajo.
            Todos los cuentos debieran tener su moraleja.
            Yo he sacado la mía y, gustosamente, la pongo a vuestro alcance. Este cuento nos enseña que son indignos. Que son fuertes, sin duda. Que los amparan sus cómplices políticos.  Por experiencia y por las bajas sufridas, sabemos también que nos han ganado casi todas las batallas. Pero el cuento, como la vida misma, nos demuestra que esta guerra no ha terminado todavía. En realidad, sólo es cuestión de dignidad y de poner en valor la fortaleza colectiva.
            Y luego, el voto. Que sea cada voto como una pedrada certera y feroz en la frente del gigante filisteo que nos tiene sitiados, el que nos ha dejado casi sin patria y sin futuro. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Ven pasar ángeles perturbadores

            Durante los funerales de Estado de Mandela, un individuo que nada tenía que ver con la superación del apartheid se ganó un inmerecido lugar en la memoria colectiva; una notoriedad que seguramente, en sus días de lucidez, le producirá sonrojo. Me refiero desde luego al intérprete del lenguaje de signos, contratado para traducir a las personas sordas las palabras de algunos de los denominados líderes mundiales en las honras fúnebres del prohombre sudafricano. Todas las personas sordas que fueron testigos de su lamentable puesta en escena y los propios expertos en ese sistema de comunicación coinciden en que el pretendido intérprete no tenía ni idea  de lo que estaba haciendo. Un vergüenza nacional para Sudáfrica, ampliada por los medios de comunicación de medio mundo.
            No obstante, el tipo es intérprete oficial del lenguaje de signos, mediocre según cuentan porque tiene escasas habilidades de expresión gestual, pero con una trayectoria contrastada en otros actos oficiales. También figura en el acta sumarial que está diagnosticado de esquizofrenia; el hombre, por su parte,  aduce como explicación a sus imperdonables desaciertos, a su confusión, a su inutilidad momentánea bien manifiesta a los ojos del mundo, que en esos momentos solo veía pasar ángeles perturbadores ante sus ojos asombrados, ángeles que le impedían ser consciente de la realidad circundante, ángeles que le impedían cumplir su cometido.
            ¡¡Vaya con los ángeles!!  No precisó categorías. Quizá no las distinga. Desconocemos, pues, si se trataba de arcángeles, serafines, querubines, ángeles caídos, o de una selección de todos ellos. Desconocemos, también, la encomienda recibida, porque, que sepamos, los ángeles nunca actúan por iniciativa propia, sino por encargo divino. Si se trataba de interferir en el mensaje hipócrita de los poderosos, ¿por qué fastidiárselo exclusivamente a las personas sordas, una minoría a fin de cuentas y afortunadamente...?
            Siendo razonables y extrapolando datos a nuestra propia vida, yo creo que ese desgraciado acontecimiento es una lección inolvidable que los descreídos recibimos, venga de donde venga. No hay que olvidar que es tiempo de consumo desmedido para celebrar que somos, por naturaleza, familiares y bondadosos. ¡Bendita sea la Navidad, que nos recuerda la obligación de comportarnos bien con el resto del mundo! ¡Con el gobierno, incluso!
            Creo merecer esa lección magistral y navideña. He asegurado casi en cada entrada de este blog que este gobierno miente a boca llena. Que Rajoy y sus ministros mienten con un descaro vergonzante cuando hablan de la recuperación, de la bondad de sus medidas...Quizá yo esté viciado por mi ideología sin futuro, por la añoranza de tiempos que ya no volverán. 
            Cuando Montoro nos asegura que el milagro de la recuperación española será un modelo que se estudiará en las universidades del mundo, quizá no esté mintiendo a sabiendas. 
            Y cuando Rajoy nos asegura que , gracias a sus medidas, no se ha destruido empleo en este país en 2013 a pesar de que si se hayan destruido quinientos mil contratos que ya no existen, quizá  no esté mintiendo a sabiendas. 
            Y cuando Wert o su Secretaria de Estado para la Educación nos bendicen la LOECE como la ley de educación que persigue la igualdad de oportunidades y la excelencia, quizá no estén mintiendo a sabiendas. 
        Y puede que cuando Gallardón afirma que la regulación del aborto defiende  la libertad de las mujeres que se ven obligadas a abortar, víctimas de no sabemos qué presiones ajenas a su voluntad, no sea consciente de que miente. 
            Y puede que el ministro del Interior no sea consciente de que miente cuando dice que ley de Seguridad ciudadana defiende las libertades que garantiza la Constitución.
            Puede que sólo sean los ángeles perturbadores, juguetones, danzando ante sus ojos apenas se acercan a un micrófono.
            Puede que todo este gobierno, al completo, sin excepción alguna, tenga un historial secreto de confusión mental por la influencia perniciosa de la visión de seres luminosos y alados que perturban sus mentes apenas se empeñan en hacernos comprensible el tiempo que vivimos. Incluso Cospedal debe tener docenas de ángeles cercándola de forma despiadada.
            Seamos justos. Quizás es que los ángeles confunden el buen juicio de Rajoy y de sus ministros. Es Navidad, tiempo de paz y de perdón. Antes de privarlos de nuestro voto, deberíamos asegurarnos de que no es cosa de los ángeles juguetones y traviesos. 
            Recordad que una virgen judía también vio un ángel hace ya más de veinte siglos y hoy mismo estáis cantando villancicos para celebrar el acontecimiento que se produjo nueve meses después.  

domingo, 22 de diciembre de 2013

Germinal

              Reconoceré que hay ocasiones en que la hostilidad relativa con que uno afronta el digno oficio de enseñar,- proceda esta hostilidad del propio alumnado, de sus respetabilísimas familias o del responsable político que toque soportar-, me provoca una actitud de dignidad herida, de ira controlada casi siempre y de soberbia conmiseración, la misma que sentiría tu mecánico de cabecera si le afeas que te cambie el aceite del motor de tu vehículo. ¡"No me jodas con que hay que cambiar el aceite a los diez mil kilómetros...!"
            ¡Pues eso! "¡No me jodas con que te tomas en serio el oficio de enseñar"! "¿Es algo más que la obligación de tener a los niños y a los jóvenes recogidos y cuidados durante unas horas, mientras la familia cumple con sus obligaciones laborales...?" 
            Por lo que he aprendido en mis muchos años de compartir los espacios públicos destinados a la enseñanza, junto con la de entrenador de fútbol, ésta es una de las profesiones para la que el resto del mundo se siente cualificado de sobra, más que el propio profesional cuando se tercia.
         Os contaré una anécdota entre mil, quizá la que recuerdo con mayor crudeza. No hace muchos años fui testigo en un portal de mi barrio de una breve conversación familiar entre la madre, protagonista principal, y el padre de una niña pequeña, seis o siete años como mucho, testigo de la misma que sin saberlo recuperaba de un plumazo milenios de historia. Más que conversación fue un comunicado breve que, por razones de proximidad profesional, seleccionaron mis oídos. "¡Me va a oír mañana fulano, - y mencionó a un maestro del barrio que conozco-; la niña estuvo toda la tarde estudiando y el hijo de puta solo le ha dado un seis en el examen". En realidad me habría dado igual el comentario. Hay millones iguales cada día. Me dolió la presencia de la niña, ojos clavados en papá buscando la confirmación de su preeminencia sobre el criterio del profesional que evaluó su ejercicio. ¡Lástima! Recuperábamos, de pronto y sin que ellos lo supieran, la estructura social de la antigua Roma, cuando el esclavo pedagogo, el que se encargaba de la educación de los hijos de los patricios romanos, podía ser castigado por su dueño infantil, que era también su alumno.
            Así nos va.
            Pero yo reivindico mi oficio cada vez que puedo; hoy me ha dado por ahí.
            Aunque la gente no lo sepa, o no lo crea, nuestro esfuerzo cotidiano persigue a un ser humano mejorado sobre lo que encontramos al empezar nuestra labor. Y mejorando a las personas, nos cabe la esperanza de mejorar el mundo en que vivimos.
            A pesar de las diversas presiones que recibimos, desde el propio sistema legal sobre todo, para orientar la educación en la dirección que demandan los intereses económicos, siempre me ha motivado el desarrollo de una competencia primordial; el verdadero fracaso se produce cuando una persona que ha pasado entre los muros de los centros de enseñanza más de tres lustros, sin contar el periodo universitario, es incapaz de interpretar razonablemente su presente desde una perspectiva histórica, como resultado de un proceso largo, de una permanente evolución generada por el conflicto permanente entre intereses encontrados. 
            El último tema del trimestre que ha afrontado mi alumnado de 4º de ESO ha sido la Revolución Industrial. La hemos desmenuzado con tranquilidad, incluyendo las condiciones que hacían de Andalucía la región europea mejor dotada para haberse convertido en la gran avanzadilla del  complejo proceso, y en las razones de su fracaso estrepitoso. 
     Procuro seleccionar para cada tema una película adecuada que plasme los contenidos estudiados y ayude al alumnado a reflexionar y a interiorizarlos mediante  debates y fichas de trabajo. Procuro seleccionar obras literarias de la época, llevadas al cine. Hay un abundante catálogo. Para este tema nos servimos de "Germinal", que escenifica la extraordinaria novela de Zola del mismo nombre. La cinta pone de manifiesto mejor que mi palabra las lamentables condiciones de trabajo de los mineros, el injusto sistema distributivo, las diferencias abismales entre la calidad de vida de los nuevos privilegiados - la burguesía que se ha adueñado del dinero-, y los mineros. En ella asisten a las profundas diferencias entre las nacientes ideologías de izquierdas, el socialismo reformista y el anarquismo empeñado en la destrucción radical de las estructuras de una sociedad injusta. Asisten a los intentos de la Internacional Obrera, aquel sueño de Marx, por consolidar su efímera existencia, y a la aparición de los sindicatos como instrumento de la clase obrera en permanente búsqueda de unificar su fuerza y su capacidad para revertir una situación insostenible.
            La actualidad está plagada de situaciones comparables. Y la película nos ha servido para analizar las similitudes actuales, la regresión social que padecemos. Os aseguro que son capaces de descubrirlas.
    En ese tema hemos mencionado la aparición de los partidos obreros -el PSOE-, en la Historia de España y, pocos años después, la del primer sindicato, la UGT.
            A pesar de que, a simple vista, el alumnado actual parece ajeno a la realidad política cotidiana, algún avisado del grupo me preguntó si aquella UGT era la misma que ahora se debate en los juzgados y en la prensa envuelta en un caso de corrupción sin precedentes. Instalados en un inevitable maniqueísmo adolescente, edad en la que casi todo es absoluto y en la que no existen las tonalidades grises, advierto en sus miradas un reproche velado, una desconfianza adolescente hacia cualquiera, persona o institución, que traicione sus principios.
            ¡Claro!,-les dije. La película que acabáis de ver denuncia, también, que la clase obrera no se libra de los peores defectos, la venalidad, la insolidaridad, la violencia, la explotación incluso de la debilidad o de la necesidad de sus iguales.. Pero los errores humanos, la corrupción que alcanza a todos los niveles imaginables no puede borrar de un soplo la historia de las instituciones, ni sería justo que las dejara sin futuro.
            Eso espero. Ayer sin ir más lejos leí en alguna parte que la UGT, removida en sus cimientos por la corrupción que asuela este país, corre el riesgo de desaparecer. Como toda la izquierda, necesita depurar culpabilidades, apartar a los corruptos y ponerlos ante el juez; necesita refundarse y volver a sus orígenes para recuperar la confianza de mi alumnado de Secundaria en los movimientos obreros.
            De otro modo, podrían salir del sistema educativo con una confusión perjudicial para sus vidas. Podrían salir convencidos de que la jornada laboral más reducida, los salarios más o menos dignos, la asistencia sanitaria, la pensión que permite una vida razonable cuando te fallan las fuerzas para acudir al tajo cada día, las vacaciones anuales, el descanso semanal, el derecho a sindicarse y a pactar con la patronal las condiciones laborales, entre otras muchas cosas, son un préstamo del capital, que puede reclamarnos legalmente cuando le venga en gana.
            En ello están y yo me niego a colaborar en ese proceso de enajenación. 
            Me da igual si en las Evaluaciones Pisa no saben calcular el número de azulejos necesarios para alicatar un cuarto de baño. Quien lo necesite, encontrará la solución; pero vivir con dignidad es otra cosa. Y enseñarlo, el objetivo principal de la Enseñanza Pública.
   Queda dicho.

martes, 10 de diciembre de 2013

Mandela

       "Las razas superiores poseen un derecho sobre las razas inferiores. Yo mantengo que ellas tienen un derecho, porque también tienen un deber. El deber de civilizar a las razas inferiores. Yo afirmo que la política colonial de Francia, la política de expansión colonial, la que nos ha obligado a ir, durante el Imperio, a Saigón, a la Conchinchina, la que nos ha llevado a Túnez, la que nos ha arrastrado a Madagascar, insisto en que esta política de expansión colonial se ha inspirado en una verdad sobre la que, sin embargo, es necesario suscitar por un instante vuestra atención: a saber, que una Marina como la nuestra no puede prescindir, en la extensión de los océanos, de sólidos refugios, de defensas, de centros de avituallamiento."
«La política colonial se impone en primer lugar en las naciones que deben recurrir a la emigración, ya por ser pobre su población, ya por ser excesiva. Pero también se impone en las que tienen o bien superabundancia de capitales o bien excedente de productos; ésta es la forma moderna actual más extendida y más fecunda (…).
Desde este punto de vista, lo repito, la fundación de una colonia es la creación de un mercado (…). En el tiempo en que estamos y con la crisis que pasan todas las industrias europeas, la fundación de una colonia es la creación de una salida. Allí donde permanezca el nudo colonial entre la madre-patria que produce y las colonias que ella fundó, se tendrá el predominio de los productos: económico, y también político (…)
Hay un segundo punto que debo igualmente abordar: es el lado humanitario y civilizador de la cuestión. Es preciso decir abiertamente que, en efecto, las razas superiores tienen un derecho con respecto a las razas inferiores porque existe un deber para con ellas. Las razas superiores tienen el deber de civilizar a las razas inferiores. ¿Y existe alguien que pueda negar que hay más justicia, más orden material y moral en el África del Norte desde que Francia ha hecho su conquista?»
              Discurso de Jules Ferry ante la Cámara, París, 1885.

"El negro salvaje y bárbaro es capaz de todas las estupideces y desgraciadamente, Dios sabe el porqué, parece estar condenado en su país de origen a la salvajería y a la barbarie para siempre. Con tres semanas de trabajo tiene para garantizar su provisión de arroz, maíz, etc. Si trabajara seis meses, haría de su patria un paraíso. Pero cualquier idea de progreso y de moral no le permite darse cuenta del valor incalculable, del infinito poder del trabajo y sus leyes son sus pasiones brutales, sus apetencias feroces, los caprichos de su imaginación perturbada. El indígena vive al día, a la aventura, indiferente al mañana. Su gusto poco delicado le permite adaptarse a los que le ofrece el azar.”
           A. DUBARRY. Viaje a Dahomey, 1879.

    "La tarea que los agentes del Estado han de cumplir en el Congo es noble y elevada. Está bajo su incumbencia la civilización del África Ecuatorial.Cara a cara con el barbarismo primitivo, luchando contra costumbres, de miles de años de antigüedad, su deber es modificar gradualmente esas costumbres. Han de poner a la población bajo nuestras leyes, la más urgente de las cuales es, sin duda, la del trabajo.En los países no civilizados, es necesario, creo yo, una firme autoridad para acostumbrar a los nativos a las prácticas de la que son totalmente contrarias a sus hábitos. Para ello es necesario ser al mismo tiempo, firme y paternal.”
     Carta del rey LEOPOLDO II a los Agentes del Estado del Congo.

   "El sol del desastre se ha levantado en occidente, abrazando a los hombres y las tierras pobladas. 
   La calamidad cristiana se ha abatido sobre nosotros como una nube de polvo.
   Al principio llegaron pacíficamente, con palabras tiernas y suaves.
´Venimos a comerciar, decían, a reformar las creencias de los hombres, 
 a echar de aquí la opresión y el robo, a vencer y barrer la corrupción'. 
  No todos adivinamos sus intenciones. 
  Y ahora aquí estamos. 
 Somos sus inferiores. 
 Ellos nos sedujeron con pequeños regalos, ellos nos dieron a comer cosas buenas… pero ahora ya han cambiado de tono… ahora nos someten a su opresión".
    1875,  Texto de un poeta negro anónimo, recogido por Bouillon XIX. En: Antonio Fernández, Historia del Mundo Contemporáneo, Edit. Vicens Vives, Barcelona 1994, p. 235.

      Llueve hoy sobre Pretoria. Los nativos aplauden esa lluvia como el último regalo de Mandela el día de sus funerales de Estado. Llueve desconsoladamente. Diluvia. Mal día para el vuelo de los buitres, que precisan mañanas soleadas, cuando el calor genera corrientes cálidas de aire ascendente. Y sin embargo ese cielo encrespado de nubarrones negros está poblado de buitres. Han acudido desde todos los rincones de la tierra. Han acudido como si el prestigio imborrable de un hombre negro muerto pudiera limpiar de indignidades la sucia conciencia de los infinitos defensores de las nuevas formas de apartheid.
      Han acudido a disputarse la hipócrita notoriedad de los discursos fingidos. Alaban  la dignidad del hombre muerto, sus resistencia increíble que le permitió soportar media vida subsistiendo en las cárceles donde lo confinaron los civilizados hombres blancos; los mismos hombres blancos que defendieron la pretendida superioridad que fundamentó el episodio más vergonzoso de la historia común de la Europa civilizada y cristiana que había plasmado los derechos del hombre y del ciudadano en palabras imborrables. Alaban con palabras fingidas la capacidad transformadora de ese anciano muerto los mismos que temen la capacidad transformadora de la dignidad humana cuando defiende causas justas.
       Esos que ahora ocupan el atril y leen con la entonación ensayada los discursos idénticos que les han escrito los expertos a sueldo son los mismos que  protegen con sus leyes de hierro a quienes especulan con el hambre de un continente entero; los mismos que ensayan formas legales de exclusión para sus propios pueblos; los que quieren ponerle muros de ilegalidad al hambre, a la miseria, al sufrimiento humano; los que han permitido hasta ahora mismo que los mares que separan a los más pobres de los más afortunados se conviertan en las fosas comunes más pobladas de la tierra; los mismos que necesitan un estudio para comprobar que las cuchillas que penden de las alambradas con que pretenden defenderse de las avanzadillas de hambrientos y fugitivos de las guerras africanas malhieren y desgarran a aquellos por los que Mandela sacrificó su vida honesta.
     Quién sabe si alguno de ellos no devolvería a ese anciano que califican de ejemplar a una celda invocando la seguridad ciudadana o el sacrosanto nombre de una patria virtual que habita en las banderas y no en los pueblos maltratados.
      Malditos sean quienes mancillan con discursos fingidos el luto de un pueblo entero en deuda con un hombre .
     Llueve hoy desconsoladamente sobre Pretoria. Lo único creíble que he visto en las noticias es el desconsuelo controlado de su pueblo, y el ritual  festivo con el que despiden a un hombre  muerto al que tardarán en olvidar. El resto ha sido casi exclusivamente un desfile de hipócritas notables, casi un capítulo detallado de una enciclopedia de la vida animal  dedicado a los hábitos de los carroñeros oportunistas.
       Lo he intentado, os lo aseguro. He intentado percibir un gesto sincero de dolor en los representantes de medio mundo, tan abundantes, pero sólo he tenido una confusa visión de gente representando un papel ensayado, gente sin credibilidad, enturbiando el adiós a un hombre digno.
        Pronunciaban palabras cuidadosamente escogidas por sus amanuenses a sueldo, pero yo solo escuchaba el graznido desagradable de los buitres disputándose un lugar junto a un cadáver cargado de prestigio. No deben saber que el prestigio no se transmite por herencia. Tampoco saben que no resulta contagioso. Alguien debiera explicarles que el prestigio cuesta una vida entera conseguirlo y que es producto de la honradez y la coherencia.

martes, 3 de diciembre de 2013

¡Albricias, baja el paro!

    Desde ayer nos bombardean con la noticia de que el paro registrado en el INEM ha disminuido en dos mil cuatrocientas personas. El primer mes de noviembre que registra un descenso del paro desde los tiempos de Adán y Eva, al parecer. Hoy los telediarios amigos y el canal 24 horas repetirá esta falacia unas quinientas veces, para que la población desesperada admita que es una buena noticia, un rayo de luz tenue en sus vidas zarandeadas.
            De eso se trata.
            Este gobierno no gobierna; urde mentiras nuevas cada día según sopla el viento de la realidad, para que ese viento le resulte favorable e hinche sus velas deshilachadas en las encuestas de intención de voto.
            Y en el caso en que no fuese una mentira escandalosa, ¿qué significarían dos mil quinientos parados menos en los casi cinco millones de españoles que viven mano sobre mano, casi sin esperanzas de encontrar un empleo digno y estable?
            Es mentira. La manipulación de las palabras no convierte las mentiras en verdades necesariamente, pero se puede decir que tiene un razonable porcentaje de éxito, según las circunstancias. De otro modo, nadie se tomaría la molestia de mentir.
            Como lingüista, yo distingo perfectamente el núcleo de un mensaje de sus complementos. Suprimir alguno de esos elementos en un mensaje es simplemente manipulación. Comparen los mensajes siguientes y verán la importancia de las palabras.
            Mensaje A: Baja el (..........) paro en noviembre en dos mil cuatrocientas personas. 
            Es el mensaje del gobierno y el de la patronal. Nos piden un acto de fe y otro de esperanza. Lentamente mejoramos, gracias a las reformas de Rajoy. Pero han manipulado la realidad. Han manipulado el sujeto del mensaje.
            Mensaje B: Baja el (número de personas inscritas en las listas del) paro en noviembre en dos mil cuatrocientas personas.
            Es la noticia verdadera. Aunque los medios vicarios nos repitan mil veces que ha bajado el paro, la noticia es que ha descendido el número de personas que se registran en el INEM. Hay motivos para ello. Muchas de esas personas han perdido ya el derecho a percibir prestaciones por desempleo, uno de cuyos requisitos es figurar en las listas del INEM como buscador de empleo. Y muchas de esas personas, tras años de espera, han perdido ya la esperanza de encontrarlo. Sencillamente, no se inscriben porque no les sirve de nada figurar en esa estadística infernal. Una buena parte de esas personas son inmigrantes retornados a sus países de origen.
            No; el paro no ha bajado en noviembre.
            Entre otras cosas porque el número de afiliados a la Seguridad Social, el auténtico termómetro de nuestra situación laboral, ha disminuido en casi sesenta y cinco mil personas. Noviembre ha destruido sesenta y cinco mil empleos, a pesar de las reformas de Rajoy o quizá gracias a ellas.
            No gobiernan. Urden mentiras. Manipulan. Nos desprecian como ciudadanos. No les preocupamos lo más mínimo. Solo quieren, todavía, la legitimidad de nuestros votos para seguir arruinando este país.
            La mayor parte de los integrantes de este gobierno reconoce su poderosa vinculación con la Iglesia católica como practicantes. Y uno de los mandamientos del Dios al que dan culto, - "No dirás falso testimonio ni mentirás" (Éxodo, 20-16)-, prohíbe expresamente la mentira.
       Yo espero que se consuman en el fuego del infierno, pero temo encontrarlos por allí. Antes o después privatizarán los rincones más llevaderos, los escasos espacios donde el calor no apriete y dejarán para la masa desheredada el centro de la parrilla luciferina. Ese es su estilo, su función, su proyecto exclusivo.
        Ellos, no obstante, mienten con la tranquilidad que da el conocimiento. Saben que la Iglesia católica es generosa con los arrepentidos, especialmente con los arrepentidos poderosos. Si te arrepientes de todas tus maldades en el momento de tu muerte ante uno de sus ministros y cumples la penitencia establecida, poco importa el cúmulo de crímenes que se amontonen en tu historia; serás uno de los elegidos y verás a tu Dios en el Paraíso, supongo que el Paraíso que perdimos por un simple bocado a una manzana de infausto recuerdo para la humanidad.
            Este poder de perdonar pecados, sin duda, fue un hallazgo extraordinario de los estrategas del poder religioso; acrecentó en su día, -hoy las sostenemos con los presupuestos del Estado-, las riquezas de la santa Madre. Muchas de las penitencias establecidas en las cabeceras de muerte de los poderosos pecadores obligaban a cambiar la herencia en favor de la garante de la salvación eterna. Tierras, a cambio de escapar del fuego del Infierno; no era un pago excesivo. 
            En su día la Iglesia de los pobres era dueña de la mitad de las tierras de cultivo de este católico país, al que también condenaron a siglos de analfabetismo para que nadie les arrebatara el poder de interpretar las Escrituras, la voluntad de Dios.
            Se olvida casi todo. Y aun besa la gente el anillo episcopal en  señal de sumisión civil. Y echamos sobre el sistema educativo, -siete leyes en treinta y cinco años-, las culpas de los resultados de unas evaluaciones internacionales inútiles, que nada vienen a medir sino la capacidad de sumisión escolar al sistema de autoridad imperante, familia, estado, empresa. Gana por goleada el Asia donde el capitalismo internacional ha encontrado esclavos modernos, sumisos y eficaces, el principal soporte del capitalismo sin fronteras. Los sistemas educativos en esos países entrenan al alumnado para las consabidas pruebas olvidando aspectos primordiales en la formación humana; los entrenan para que quede constancia de que su mano de obra está cualificada según los parámetros que reclama la OCDE, y su sumisión fuera de toda duda. La señora Secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, afirma que con la ley educativa de este gobierno mejoraremos mucho en las evaluaciones PISA. La verdad, en mis treinta y cinco años de docencia no he tenido preocupación mayor que los resultados de las Evaluaciones Pisa. 
            Algunas Comunidades autónomas se han negado a realizarlas este año. Si es por su inutilidad práctica y por la manipulación que se hace de sus resultados, estoy con ellas. Yo  también me negaría, si de mí dependiera. La Evaluación Pisa es como las Agencias Internacionales de Calificación en materia educativa, un instrumento de manipulación creado por la OCDE, dirigismo indisimulado de la orientación adocenada y miserable que reclaman en los programas educativos. Sabedlo, no les interesa un ser humano independiente, crítico, culto. En absoluto. Antes de comenzar este siglo, la OCDE ya recomendaba los recortes que ahora aplica el PP; ya recomendaba recortar la inversión en formación humana, puesto que el mercado de trabajo ofrecería a las masas de trabajadores solo puestos de baja calidad y mal remunerados ¿Para qué hace falta tanta formación? Acertaban en eso.
            No estaremos demasiado bien, pero me niego a avanzar en la dirección que me reclaman. Las evaluaciones Pisa no merecen ni un minuto de mi tiempo. No enseño a los seres humanos pensando en el mercado de trabajo. ¡Qué propuesta tan miserable!
            Así nos ha ido. Así nos va. Y yo ya he perdido hasta la capacidad de indignarme. Lo que no logro dominar, todavía, es la vergüenza que me genera este gobierno y el hecho de que aun pudiera ganar las próximas elecciones.
        Así que pueden seguir mintiendo. No perderán el Paraíso que les aguarda, salvo muerte inesperada que los sorprenda lejos del poder salvador de un cura armado de los santos óleos, y quizás ganarán las elecciones.
            ¿Quién puede pedir más al incumplimiento de un mandamiento divino?